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La tierra de los "coyotes": el punto donde los migrantes deben decidir pagar o cruzar el desierto a pie

ÉXODO. Ver familias enteras caminando ya es común en la ruta que une la desembocadura del río Loa y Tocopilla. La Caleta Urco se ha transformado en el lugar de detención. Ahí furgones esperan a los migrantes para cobrarles $30 mil por persona hasta la capital regional.
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Dentro de la maleta con ruedas hay ropa de abrigo, unas zapatillas sucias dentro de una bolsa, un paquete de galletas y una libreta con fotos y direcciones. La mujer busca una dirección. Extrae la libreta pequeña. Pregunta dónde queda tal dirección en Salamanca. La respuesta la deja tranquila. Le habían dicho que Salamanca estaba cerca de Calama. Y, que un viaje a Calama, le saldría 30 mil pesos; también, le dijeron que el viaje a Salamanca, les costaría al grupo unos 120 mil pesos. El dinero escasea a esas alturas del camino. La acompañan cuatro personas. Liz, de 24 años, viaja junto a su hermana de 27 años, quien tiene un hijo de seis años, la pareja de ésta y un amigo que se unió en Colchane, cuando cruzaron a pie el altiplano. Esperan al costado derecho de un quiosco rectangular, ubicado a la salida de la Avanzada Aduanera del río Loa. Junto a ellos, hay alrededor de 50 migrantes que esperan continuar el periplo en algún transporte que los lleve, o a pie, si es que no hay dinero.

Según cifras entregadas hace una semana, por el seremi de Transportes y Telecomunicaciones, José Díaz, son alrededor de 400 migrantes irregulares que ingresan diariamente a la región por la aduana ubicada a un costado del río Loa.

Entre la aduana y el puente sobre el río Loa, se encuentran varios vehículos estacionados. Sobresalen un par de mini Van y otros, con aspecto de improvisados taxis. Los conductores especulan con los precios, ante la necesidad de los migrantes.

Son "coyotes", es decir, personas que se aprovechan del drama migratorio para lucrar con el transporte. A Antofagasta, por ejemplo, un viaje por persona bordea los 30 mil pesos. A Tocopilla, en cambio, el pasaje llega a los 20 mil.

La presencia de cualquier chileno en esa área provoca que los migrantes se acerquen a preguntar. Ofrecen dinero por llegar a destinos que ni siquiera saben dónde están en el mapa. Palabras que se repiten: Santiago, Quilicura, Talca y Viña del Mar. Pero, tienen claro, que primero deben arribar al "pueblo", como le llaman, de Antofagasta.

Más económico les resultaría abordar un bus, pero la mayoría de estos, o por lo menos los de las empresas que son conocidas, no se detienen a recogerlos. Trasladar a un migrante sin papeles les significaría la posibilidad de una infracción. Empresas de buses menos conocidas se detienen y tranzan. La otra posibilidad, la más compleja, es hacer dedo. A cinco kilómetros al sur de la desembocadura del río Loa, se ven grupos de personas detenidas o caminando. Todos con la esperanza de que un vehículo se detenga y los lleve de manera gratuita. Y así, sucesivamente, la caravana se va dispersando mientras se avanza al sur por la carretera.

Caletear

El grupo de María Alejandra, de alrededor de 12 personas, que incluye a dos niños que bordean los 10 años, lleva cuatro días de viaje entre Iquique y el río Loa. La opacidad de las vestimentas y los rostros cansados, dan cuenta de un viaje extremo. "No hay plata patrón", dice María Alejandra. Caminan con poco dinero; de ahí, la posibilidad de caletear o pernoctar donde los sorprenda la noche. Cargan lo necesario. Se detienen. Por el costado pasa un camión. Hacen dedo. El camión continúa su viaje hacia el sur. Hacen un alto para conversar. Concuerdan que Bolivia no fue una buena experiencia. Los coyotes los estafaron. Mucho aprovechamiento y frío extremo. En Perú no fueron bien tratados. Chile les parece más amable. El problema es el clima, concuerdan. La constante ha sido frío en la cordillera y días nublados con viento, en la costa. Llevan dos carpas y se dividen en estas durante la noche. Piensan llegar a Santiago en un par de días, donde tienen familia. Ignoran cómo serán recibidos por esa familia. La pausa será en Antofagasta, al que también le llaman "pueblo", y donde mantiene la esperanza de que esos familiares, de Santiago, les depositen dinero para tomar un bus. Tampoco saben de qué manera pueden acceder a ese dinero que le depositarán. Desconocen cómo funciona este país.

El miedo está presente siempre, dice Giovanni, quien es parte del grupo. "Hay trochas (pasos fronterizos) más complicadas que otras, por esto es mejor caminar en grupo. Colombia es muy parecido a Venezuela, pero en Perú te hacen sentir un paria, desde la policía hasta las personas. En Bolivia saben de nuestra necesidad, y tratan de aprovecharse. En Bolivia, en el altiplano, no se puede caminar como acá, y menos con niños al lado de uno que necesitan remedios. Nosotros pasamos caminando en esa trocha infernal. Si uno camina solo, es distinto. A veces falta hasta comida. Lo bueno que en Chile, las personas han sido más generosas. Aquí se puede vivir con pan. El pan es barato. La comida la regalan. Los niños pueden comer golosinas. Nos sentimos más tranquilos, más confiados".