Alabanza de los anteojos
El tema de los anteojos no es desdeñable. La verdad es que no existen temas baladíes, sino tratamiento de temas pequeños, que dejan a éstos dentro de la fea sensación de ser minúsculos y sin interés: ¿por qué menospreciar el tema de los anteojos? Son adminículos preciosos, verdaderos soles de la luz que adornan nuestra cara.
Pero, hay anteojos y anteojos… No aludiremos, sino que, de paso, a los de fantasía. Nos interesan los anteojos - anteojos, los que cabalgan ante los ojos, sirviéndolos y siendo palafreneros del caballo de las visiones.
Representan algo más que un útil utilísimo: representan el triunfo de la ciencia y del ingenio del hombre para vencer las sombras, representan el eterno drama: Ariel contra Calibán. Cuando les contemplamos en las vitrinas de óptica, escasamente, reparamos en su significación íntima y final.
Los anteojos no solo colaboran en la claridad de la vista. Su primera función palpita mucho antes, se asienta en la batalla exterminadora de la sombra: ¡tal es el símbolo de su grandeza! Un par de anteojos equivale a un laurel maravilloso del árbol de la inteligencia, florido sobre la ceguera y la ignorancia.
Los primeros que cargaron anteojos, en la Humanidad, debieron sentirse como recién nacidos, como criaturas a las que les hubiera caído una gota de sol en las pupilas. Mirándolas en fotografías y reproducciones de época, ¡qué garbos de nuevo tipo humano despiden sus ojos encubiertos por el vidrio revelador!
Y ello no varió con los tiempos: cuando decidimos usar anteojos, nos domina una actitud de jerarquía terrible y valedera. Nos empinamos en autoridad. Éste es el influjo de dos rodajas de cristal que juegan a mil relumbres delante de nuestro iris.
Un hombre con anteojos no es un ser superior. Pero, la conciencia universal, la ingenuidad colectiva, le otorgan una ascensión en la escala de los valores. E hombre de anteojos es una especie singular: no es que vea más… sino que las gentes lo ungen como el que más ve.
Y a usted, ¿qué le parece?
Andrés Sabella