Vive la France! Neruda y la poesía francesa
Francia, fue para el poeta chileno Pablo Neruda, ese natural punto de referencia y lugar de peregrinación sentimental obligada, esa Meca cultural en que este país se convirtió para los intelectuales hispanoamericanos.
Sus primeras lecturas de los autores galos que irrumpían en los adolescentes -Julio Verne, el Víctor Hugo de Los Miserables, fueron el germen de una inclinación que se formalizaría al iniciar los estudios superiores de francés en el Instituto de Pedagogía de Santiago. Para entonces Neruda ya se ocupaba de traducir a Baudelaire, según nos informa en «La casa de las tres viudas», uno de los capítulos más sugestivos de sus memorias.
Se ha recordado la avidez con que Neruda devoraba la antología La poesía francesa moderna, preparada por Díez Canedo y Fortún y publicada en 1913, que «ha de haber significado para el naciente poeta una mina riquísima».
De su devoción el insigne poeta francés Ronsard, hay testimonio evidente en Crepusculario (1923), cuyo soneto «A Hélène» aparece muy libremente glosado en «El nuevo soneto a Helena».
La primera vanguardia francesa, que absorbió a Huidobro, interesó al Neruda juvenil «En ese momento -escribe, refiriéndose a los años iniciales de Santiago- todos los poetas y pintores latinoamericanos tenían los ojos atornillados en París», y él mismo acariciaba la idea de venir a esa Europa/Francia. Al hablar de su relación con el poeta Alberto Rojas Jiménez, nos dice que éste «escribía sus versos a la última moda, siguiendo las enseñanzas de Apollinaire. Neruda lo ha manifestado claramente al poner dicho libro como muestra de aquellos tiempos en que, «influenciados por Apollinaire, publicábamos nuestros libros sin mayúsculas ni puntuación». Hasta en uno de sus libros póstumos, Elegía (1974), reconocerá tal filiación al escribir: «Yo, hijo de Apollinaire o de Petrarca».
En 1927, Neruda llega a Francia por primera vez. París fue para el joven y todavía desconocido poeta un permanente contacto con la nutrida colonia hispanoamericana de la gran urbe, de la que formaban parte Huidobro y Vallejo. Por lo demás, «la verdad es que en esos primeros días de París, las horas volaban, tras recorrer incansablemente «doscientos metros y dos esquinas: Montparnasse, La Rotonde, Le Dome, La Coupole y tres o cuatro cafés más».
Dr. Luis Sáinz de Medrano Arce, catedrático, filólogo español