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El valor de la salud

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El mundo y las personas que vivimos en él, estamos enfrentando una crisis sanitaria sin precedentes; el COVID-19 lleva ya tiempo propagando la muerte y el sufrimiento humano, desestabilizando la economía mundial y cambiando drásticamente las vidas de millones de personas en todo el planeta. Hoy, más que nunca, el valor de la salud cobra no solo importancia vital para la sobrevivencia, sino también para el futuro de la humanidad, en momentos en que oscilamos entre la esperanza que nos brinda la expansión de las vacunas y sus resultados alentadores, y la desolación de observar el aumento de los contagios y limitaciones en las camas disponibles, así como la incertidumbre de la efectividad de la inoculación, frente a las nuevas cepas. Se nos hace vital e indispensable, buscar maneras de garantizar una vida sana y promover el bienestar en todas las edades, elemento esencial para el Desarrollo Sostenible al que aspiramos, para un futuro seguro.

La emergencia sanitaria ha demostrado que la preparación es vital y es de justicia hacer un homenaje a los cientos de profesionales, técnicos y trabajadores de la primera línea de la salud que han sido claves para combatir la pandemia con sacrificio y determinación. Una realidad de Chile que debemos valorar, en el análisis que el programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo hizo acerca de las grandes diferencias relativas a las capacidades de los países para lidiar con la crisis. La pandemia dejó al descubierto la enorme brecha en salud, en los distintos países, en lo referente a la preparación para las emergencias sanitarias y la inversión en servicios públicos vitales para la vida de las personas. Bien sabemos que hoy el mundo empresarial crea valor al integrar en su estrategia el vínculo entre salud y cambio climático, aprendiendo, con esta desoladora experiencia, a ser más resilientes y procurando generar un impacto positivo en su entorno, velando por las personas en el centro de sus operaciones. No cabe duda que hoy, salud y bienestar, deben encabezar los elementos primordiales para el impulso de la Sostenibilidad.

Como otra amenaza, la emergencia climática establece la necesidad de tener un entendimiento más en profundidad sobre los riesgos del clima y sus consecuencias para la salud, y la pandemia es un reflejo de ello. El COVID-19 ha mostrado claramente la interacción entre la salud, los factores sociales y el trabajo decente, poniendo de manifiesto la urgente necesidad de invertir en esas áreas. Sin duda, las inversiones en la salud de los trabajadores y el personal sanitario y asistencial son vitales para avanzar hacia la cobertura sanitaria universal.

La pandemia nos abrió aún más los ojos y requiere de una respuesta con sentido de urgencia de los gobiernos y la sociedad en su conjunto, equivalente a la heroica generosidad y abnegación de los trabajadores de la salud que en este momento continúan combatiendo en la primera línea.

Jugarse la piel

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Ultimamente, me he obsesionado con las ideas del matemático Nassim Taleb. Siendo que Taleb predijo tanto la crisis de 2008 como la pandemia, conviene considerar sus ideas. En uno de sus últimos libros -intitulado igual que esta columna-, Taleb sostiene que un gran desafío moderno es la excesiva reducción del riesgo: la existencia de demasiadas formas de limitar nuestra responsabilidad. Esto explica parte del resentimiento contra las élites.

Para Taleb, no hay resentimiento contra las élites per se; lo que hay es resentimiento contras las élites que no se juegan la piel. Esto es, contra las élites que no sufren realmente los efectos de sus errores. Aquí hay una diferencia crucial entre un piloto y Pamela Jiles. Si un piloto se equivoca, todos mueren; si Pamela Jiles se equivoca, ella sigue recibiendo un sueldo pagado por todos los chilenos mientras parte importante de la clase media se queda sin ahorros previsionales. Los humanos aceptamos a las élites sólo si ellas arriesgan el cuello y se sacrifican para protegernos. Esto explica, por ejemplo, el harakiri japonés; la lealtad de los soldados con el general que pelea al frente de las tropas; y la desconfianza que Adam Smith -padre del capitalismo y todo- tenía sobre las sociedades anónimas.

Aplicando esta tesis a Chile, puede decirse que parte de la bronca contra "las tres comunas" no es porque seamos "cuicos": es porque ni nos jugamos la piel, ni castigamos a nuestros pares que, sin jugársela, causan daño. Para decirlo francamente: en tiempos más bárbaros, el castigo esperado para gente como los ejecutivos de Penta y SQM habría sido la muerte. Obviamente, sanciones como esta son inmorales al negar la dignidad y derechos que todos (sí, incluso ellos) merecen. Pero estas sanciones limpiaban el sistema de gente peligrosa. Hemos olvidado la necesidad de esa limpieza.

Si queremos seguir siendo la élite, tenemos que sancionar mucho más duramente a nuestros pares que causan daño grave. Es más, debemos aplicar públicamente estas sanciones, el "aquí no ha pasado nada" no vale. También debemos asegurarnos de que nuestros políticos se jueguen más la piel que en la actualidad. De hecho, sospecho que, si exigiésemos a nuestros diputados atenderse en hospitales públicos y enviar a sus hijos a liceos, su comportamiento mejoraría sustancialmente.

Finalmente, confieso que, aunque soy constitucionalista, no me juego totalmente la piel en el proceso constituyente. Más allá de un eventual costo reputacional, soy dentro de todo un profesional globalizado. Mi destino no está tan atado a Chile como el de la mayoría. Si el proceso constituyente se jode, puedo zafarme con relativa facilidad. Ergo, los lectores tienen todo el derecho a cuestionar mi credibilidad.