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Agua y vida

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Hoy frente a la grave crisis sanitaria a nivel planetario, el agua se torna, ahora más que nunca, imprescindible para combatir la pandemia. Por esta razón, en medio de esta catástrofe, debemos no solo garantizar agua para la vida de los seres humanos y las especies en la tierra, sino también asegurar que este recurso primordial sea asequible, libre de contaminación y gestionado de forma eficiente y sostenible. Sin duda, un gran desafío de la Agenda 2030 de Naciones Unidas, el ODS6, uno de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible.

Si bien, en el mundo, se ha conseguido progresar ampliando el acceso a agua potable y saneamiento, existen miles de millones de personas que aún carecen de este servicio básico. De hecho, una de cada tres personas no tiene acceso a agua potable salubre y dos de cada cinco personas, no disponen de algo tan necesario como una instalación simple, destinada a lavarse las manos con agua y jabón. A ello se suma el grave impacto del cambio climático en el ciclo del agua, en diversos lugares del planeta, como la fuerte variación de precipitaciones, cambios en la evaporación y la temperatura del agua, con graves consecuencias para los ecosistemas, la biodiversidad, la salud y la subsistencia de cientos de millones de personas. La escasez de agua afecta a más del 40% de la población mundial y se prevé que este porcentaje aumente. Chile se encuentra en el 18º lugar del ranking mundial de riesgo hídrico según el World Resources Institute, lo que significa que estamos frente a un estrés hídrico de proporciones, por ello, debemos cuidar hasta la última gota de agua en el uso doméstico, industrial y de riego. Debemos con urgencia y en conjunto, desarrollar técnicas sostenibles que conlleven a preservar, proteger, reducir, mantener y ahorrar el agua para las futuras generaciones. El enorme desafío consiste en dar prioridad a la búsqueda de soluciones alternativas reales y al alcance de todos, para que haya suficiente agua para nuestras necesidades, mejorando la planificación y su eficiente gestión. Sabemos que estamos al límite en la actuación hídrica, por lo que tenemos que trabajar en el ahorro y acelerar una gestión eficiente, estableciendo sinergias entre el mundo público y privado. Este estrés hídrico, no solo impide la sostenibilidad de los recursos naturales, sino que obstaculiza el desarrollo económico y social, y tiende a afectar desproporcionadamente a las personas más vulnerables. De aquí al 2030, debemos impulsar y ampliar la cooperación para el fortalecimiento de capacidades en actividades y programas relativos al agua y el saneamiento, como los de captación de agua, desalinización, uso eficiente de los recursos hídricos, tratamiento de aguas residuales, reciclado y tecnologías de reutilización. Si no lo hacemos hoy, mañana será demasiado tarde.

No son los dueños de Chile

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Si bien la coalición oficialista ha estado en ocasiones fragmentada, ha seguido ofreciendo gobernabilidad. Muchos culpan al gobierno por los actuales problemas sanitarios y la consecuente situación socioeconómica que nos afecta. Indudablemente, hay un grado de responsabilidad gubernamental en todo esto, pero dudo que la centroizquierda hubiera podido hacer las cosas mejor, o de manera más eficiente.

En el año pasado se especuló mucho con una eventual salida de Sebastián Piñera, sobre todo por parte de la oposición, lo cual parece un planteamiento ridículo a estas alturas pues no significaba automáticamente que la centroizquierda ganaría las nuevas elecciones. Nos guste o no, el presidente Piñera terminará su mandato y esto es lo correcto desde un punto de vista democrático, y de las libertades garantizadas por el sistema republicano.

El problema actual de la política chilena es su dispersión. Ya no existen grandes bloques compactos, sino sectores atomizados que buscan acuerdos sólo circunstanciales. En este ámbito, la oposición en Chile tiene una muy complicada tarea por delante, pues hay un grupo que rechaza los acuerdos pos dictadura, y que ellos consideran espurios, mientras otro grupo los ve como consensos de gobernabilidad. También están los que valoran las instituciones de representación política, como los partidos o los sindicatos, y quienes las consideran meros instrumentos de sofocación de la energía de los fuertes cambios sociales que proponen. Estos últimos son representantes de posturas extremas, que a menudo apoyan el uso de la fuerza callejera para generar acontecimientos que podrían servir de trampolín para producir esos cambios. En lo esencial, se creen los dueños del país, amenazan con las penas del infierno a sus opositores, y están dispuestos a justificar la destrucción de todo aquello que no les complace o sirve para sus oscuros propósitos.

Ninguna de estas dimensiones de oposición logra una articulación unitaria y el proceso constituyente no ha implicado un acuerdo político transversal, pues los políticos más prudentes son capturados y atemorizados por las posturas radicalizadas. Es prácticamente imposible el surgimiento de una oposición unida, ya que los objetivos políticos a largo plazo son demasiado diferentes entre sus dos principales bloques. La izquierda más dura tiene una visión de mundo que choca con el ideario político/filosófico de la centroizquierda tradicional, visión que debe considerarse como anti-libertaría en muchos aspectos.

Este 2021 es un año con importantes elecciones y una Constitución que debe ser reescrita. Más temprano que tarde será necesario romper con el pensamiento clásico de los bloques tradicionales y establecer una fuerza patriótica que unifique la experiencia económica con la necesaria responsabilidad social, y donde prime la sensatez por sobre toda otra consideración. La gente está consciente que la institucionalidad le debe su legitimidad, entre otras cosas, a su eficacia, y si la democracia no demuestra ser eficaz en solucionar los problemas de la vida cotidiana, se pone en riesgo su permanencia.