La política local post-pandemia
El Covid-19 nos ha traído mucho dolor por las pérdidas humanas y materiales, pero también una serie de cambios significativos y oportunidades de aprendizaje del manejo científico, sanitario, social y político de la pandemia. En nuestro país, no sé si hemos aprendido mucho y pareciera ser que, inclusive, estamos en el punto anterior al estallido social de 2019, una 'foja cero' en términos normativos, un Prometeo encadenado mitológicamente.
Esta semana vi el debate, si se puede llamar así en términos de formato y cantidad de gente, de candidatos/as al sillón edilicio de la ciudad. Sin duda, el poco tiempo no dio para la presentación de grandes propuestas para Antofagasta, pero tampoco apareció algo similar a lo que el Director del Observatorio de Sociedad, Gobierno y Tecnologías de Información de la Universidad Externado de Colombia, Marco Peres, llama 'proyecto ciudad-región' (Foro Nueva Normalidad, Ciudad y Ciudadanía, 17/03/2020). Hace rato que nuestra política local padece de un agotamiento discursivo: lugares comunes, zonas de confort y proposiciones estilo titular de prensa o mensaje del Twitter antiguo (140 caracteres).
No se apreciaron las bajadas, ni las explicaciones concretas de cómo transformar nuestra localidad en una ciudad inteligente, pese a que el candidato del PC, Pablo Iriarte, deslizó la palabra, pero más bien balbuceando su significado tangible.
El primer pensamiento que se me vino a la cabeza fue si estos/as aspirantes al municipio se habrían realmente leído el descriptor del cargo, pues muchas de las propuestas expresadas corresponden (de acuerdo a la Ley de Municipalidades) a atribuciones que necesitan acuerdo previo del Concejo, tales como el plan comunal de desarrollo, el plan regulador, políticas de salud y educación, entre otras.
Aquí, lo más preocupante es que el alcalde en ejercicio, Wilson Díaz (PS), tampoco hizo la diferencia pese a estar ya varios meses al mando de la alcaldía. Se le agradece sí su preocupación por la pandemia, aunque en la práctica no se han visto cambios significativos durante su gestión.
La única mujer aspirante al Municipio, la candidata María Inés Verdugo, no se movió mucho de su experiencia en cargos públicos tocando temas de inclusión y discapacidad. El candidato de la derecha, Roberto Soto (UDI) empezó como caballo inglés con un punteo delimitado y se desinfló a medio andar por falta de discurso y tiempo. El Ciudadano Videla se refugió en su peregrinar mediático, pero con poco contenido programático. Fabián Ossandón, candidato independiente, contribuyó desde la tecnocracia a un relato que necesita teoría, política, práctica y ciudadanía, ya vemos cómo le ha ido al Presidente Sebastián Piñera con gobiernos de poca 'motricidad fina' en los juegos de poder.
En resumen, a mi juicio, un mal catálogo político para ir a votar. La preocupación más grave sí es que gane la abstención y caigamos una vez más en la 'tiranía de las minorías' (Alan Minc, 1995; Alain Finkielkraut, 1996). Sin embargo, como dice la gran Mercedes Sosa, ¿quién dijo que todo está perdido?... (Yo vengo a ofrecer mi corazón, 1985). Debemos exigir mejores candidatos/as, pero estamos contra el tiempo, así que al 'inventario' que hay, debemos mandatar que estudien, se preparen y analicen políticas comparadas de municipios exitosos.
En Portland, Oregón (EEUU), la ciudad más inteligente del mundo, se está desarrollando un protagonismo importante de la ciudadanía en la transformación local, los/as ciudadanos/as se transfornan en 'cuidadanos/as' como diría Humberto Maturana (2014), creando valor público y capital social. En Bogotá, la ciudad inteligente está pensada desde la planeación y la gestión estratégica a través también de la intervención humana de la ciudadanía, bordeando casi el 50% de participación cívica y con una plataforma que fiscaliza cobros abusivos, por ejemplo.
En países nórdicos y europeos se desarrollan liderazgos orientados al conocimiento y se toman las decisiones sobre la base de datos abiertos, y no de discursos simplones como estamos escuchando hasta el momento. Nuestra Antofagasta debe ser una ciudad sostenible en la práctica, y para eso basta con tomar la agenda 2030 de la ONU y sus ODS, llevando innovación al gobierno y a la ciudadanía.
No hay ciudades inteligentes sin ciudadanos/as inteligentes. Nuestras universidades pueden contribuir bastante sobre todo con aquellas carreras y postgrados que enseñan análisis de datos, para así acabar con el flagelo de la cultura de corrupción, nepotismo y amiguismo que trasciende nuestro municipio.