LAS PRIMERAS MUJERES SOLDADOS DE LA GUERRA DEL PACÍFICO
Si bien es cierto que pasaron varios meses desde iniciada la Guerra del Pacífico para que el Ejército chileno aceptara oficialmente a las mujeres en algunas plazas como "cantineras", cumpliendo funciones sanitarias y logísticas varias durante este hecho bélico, desde el primer momento en que Chile reivindica Antofagasta a territorio nacional aquel 14 de febrero de 1879, la mujer estuvo presente con funciones reales de servicio.
Recordemos que hubo mucha resistencia en aceptarlas dentro de las unidades por diferentes razones. Quienes se oponían a su integración en las filas, argumentaban que su presencia provocaría desórdenes disciplinarios y morales y que su condición de mujer no estaba preparada para soportar los rigores de una guerra. Aun así, muchas se aventuraron siguiendo el ejemplo dejado hace casi 40 años atrás por la reconocida sargento Candelaria Pérez, primera cantinera del Ejército chileno quien destaca heroicamente en la guerra contra la Confederación Perú-Boliviana.
Aunque en su mayoría lo hacía para acompañar a sus parejas y familiares, hubo muchas que solo lo hicieron por amor a su patria y gran espíritu de servicio, a sabiendas que no recibirían nada a cambio. Como su ingreso era restringido (de 2 a 4 por regimiento), la mayoría aceptó la condición de "camarada", denominación que las diferenciaba de las cantineras oficiales, más no hubo desigualdad en sus funciones como enfermeras y soldados. Es por tal razón que la mayoría de sus nombres son una incógnita hasta el día de hoy, ya que no era considerado fundamental dejarlas registradas. Con suerte, su presencia es consignada con un número en los listados logísticos.
Es por eso que considero importante divulgarlas cuando se conocen sus identidades, especialmente si marcaron presencia desde el minuto 1 de esta gesta.
La más conocida de ellas es Irene Morales Galaz, quien, por residir en la Antofagasta, es testigo del desembarco de las tropas chilenas bajo el mando del Crnel. Emilio Sotomayor. Aun cuando su principal razón de enrolamiento fue vengar la injusta muerte de su pareja, Santiago Pizarro, bajo la administración boliviana, su desempeño como soldado varón en primera instancia (situación que vivieron muchas ya que recordemos no eran admitidas mujeres en el ejército) fue realmente destacada. Los diferentes testimonios de sus superiores y camaradas de armas la recuerdan como una mujer valiente y audaz como soldado y, al mismo tiempo, "Ángel de la Caridad" como la llamaban los soldados enfermos, ya que "no desmayó en entusiasmo y abnegación. Fue como madre, esposa y hermana…siempre entraba a la sala con cara alegre" (Testimonio del batallón Carabineros del Yungay, El Ferrocarril 1880).
Antes de partir a la expedición del norte como soldado del 3ro de Línea, Irene fue parte del 2do batallón Cívico de Antofagasta bajo el mando del Teniente Rafael Vergara. Desde el inicio no escatimó en esfuerzos para servir a su unidad esperando el momento para partir a combatir, "Fue el ídolo de los soldados, bondadosa, servicial hasta que el momento en que las tropas debían partir al norte" (El Industrial 1828). Sin embargo, al enterarse que su unidad se quedaría en la ciudad, buscó la forma de escabullirse entre los soldados del 3ro y en complicidad del Capitán Hermójenes Camus quien la ayudó a ocultar su real género, cumple finalmente su deseo. El resto de su historia es ampliamente difundida por su coraje y valentía, aunque el final de sus días no fueron los apropiados para una heroína de la patria.
La segunda fémina que también deja plasmada su presencia desde los primeros momentos de la guerra es Josefina Carvallo, quien residía en el mineral de Caracoles, en las cercanías de Calama. Si bien no hay mayores antecedentes de ella, el registro de una carta publicada en marzo del diario "la Patria", es el testimonio de su existencia, además de su gallardía y fuerte decisión para servir a la par que los varones.
La editorial así lo describe: "Ya saben nuestros lectores que en el registro cívico se inscribieron dos ciudadanas para la guardia nacional; pues bien, sabemos que el ayudante del cuerpo ha mandado a hacer dos trajes completos de cantineras para que estas dos bellas hijas del batallón cívico de caracoles formen en la próxima llamada…".
Es justo compartir con ustedes la carta de solicitud de Josefina, quien en simples líneas, deja plasmada su intransable decisión:
"Señor comandante de armas.
Señor, al ver a mis compatriotas animados de un verdadero entusiasmo marcial, hoy, que nuestra querida patria los llama hacia sus filas para combatir contra un enemigo extranjero yo, como ciudadana chilena, no puedo menos que ofrecer también mis débiles esfuerzos a favor de nuestra causa, impulsada por ese mismo patriotismo y así deseo integrar en las filas de la guardia nacional en clase de cantinera.
La pólvora ni las balas me asustan, y bien podré cuidar a los heridos en medio del estruendo del combate. No creo quedar desairada en mi justa petición., porque lo mismo puede servir a la patria una mujer que un hombre, cuando no falta corazón y se tiene un sacrosanto amor a la patria.
Soy de Ud. atenta y segura servidora.
Josefina Carvallo".
En el transcurso de la guerra se van sumando más y más mujeres, muchas perdieron sus vidas, otras volvieron heridas, viudas, sin hijos y quedaron, además, sin tumbas cuyos nombres se los llevó el viento del desierto conquistado. Por tal razón, hoy las pongo en valor en la historia de estas valientes, de quienes todas las chilenas somos herederas y en la proximidad, además, de conmemorar los 142 años del Combate de Calama/Topáter, donde hay otra deuda: aquel 23 de marzo de 1879 mueren los primeros 7 héroes chilenos de la Guerra del Pacífico y no hay placa alguna que haya dejado sus nombres perennes.
Confiemos que pronto el Senado apruebe la solicitud de reconocimiento a nuestras féminas, con el Día Conmemorativo a la Cantinera de la Guerra del Pacífico. Es justica.
Finalmente, y a propósito de la remoción del monumento al Gral. Manuel Baquedano, destacamos en él la empatía que demostraba a nuestras cantineras. Él fue testigo de sus acciones y las reconoce con lo que podía, por eso les otorga a estas civiles voluntarias los grados de sargento, como a Irene Morales luego de verla entrando triunfal a Tacna (26 de mayo 1880).