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Candidatos constituyentes y el compromiso con la niñez

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El 11 de abril es un día fundamental para el país. Ese domingo elegiremos a las personas que redactarán nuestra nueva Constitución, una que, principalmente, influirá en la vida de las nuevas generaciones. Sin embargo, las niñas, niños y adolescentes (NNA) -quienes no podrán votar en esta elección- son quienes más tiempos vivirán bajo ese nuevo contrato social.

¿Por qué es esto importante? Porque hemos adquirido una enorme deuda con la niñez, que son quienes más padecen los efectos de la desigualdad y vulnerabilidad, y cuyos derechos la Constitución que nos rige actualmente no reconoce de manera explícita, a pesar de todos los convenios internacionales firmados. Para mayor vergüenza, somos el único país de la región que no tiene una ley integral de garantías para la infancia vigente.

No podemos dejar pasar esta oportunidad y hacemos un llamado a informarse y optar por aquellas candidatas y candidatos que adquieran un compromiso con la infancia que pague esta deuda y que reconozca de forma explícita de las/os NNA como sujetos de derecho y que les asegure instancias de participación efectiva para que puedan tener voz en las decisiones que afectan sus vida.

Necesitamos mecanismos de participación que incluyan mecanismos formales de exigibilidad política y jurídica (garantías) de esos derechos fundamentales y, por supuesto, fortalezcan y aseguren un piso de protección social que les permita desarrollar sus potencialidades y su trayectoria de vida como ellas y ellos decidan, donde se les garantice por lo menos el acceso universal a salud, vivienda y educación.

Hoy necesitamos reforzar nuestro compromiso con la infancia, sobre todo con la que vive una situación de mayor vulnerabilidad y en la que se encuentra casi un millón de niñas, niños y adolescentes en el país y extendemos este compromiso a quienes van a redactar la nueva Constitución. Tenemos como sociedad la oportunidad histórica de corregir el rumbo: No dejemos nunca más a las niñas, niños y adolescentes, fuera de la Constitución.

Un "topo" bueno

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La estupenda película chilena "El agente topo" trata con maestría un tema que hoy está más vigente que nunca, después del advenimiento del coronavirus: las residencias de ancianos y el presunto mal trato que se les dispensa al interior de los establecimientos de larga estadía.

Con el propósito de investigar este tema Sergio, un adulto mayor, es contratado para hacer de espía en una residencia fuera de Santiago, pero poco a poco la trama va derivando hacia una fuerte crítica de las modernas sociedades que dan la espalda a sus mayores y los retiran, como muebles viejos, a lugares donde no molestan, no ocupan y ni quitan tiempo. El camino que sigue nuestro detective topo para conseguir su objetivo le obliga a conocer a las residentes femeninas, mayoritarias en el establecimiento, quienes se irán encariñando con él y muchas conectarán rápidamente con su caballerosidad, aunque en otro momento quizás no lo reconozcan. Surge una mutua solidaridad espontánea, esa amistad del solitario que necesita nuevos alicientes para soportar el enclaustramiento en un lugar alejado de la familia, de los seres queridos durante una larga vida, y en el que los recuerdos y el deterioro físico se van haciendo presentes en el día a día de los residentes. El personaje de Sergio va evolucionando y ya no es meramente un espía contratado para una misión, sino un residente más con fuertes lazos de amistad y cariño hacia el resto.

Indudablemente, hay acá una denuncia concreta hacia todas aquellas personas que encierran a sus mayores con la excusa de no tener tiempo para ellos, o un espacio para albergarlos en casa, y después se olvidan de su existencia y ni siquiera les visitan. El trato que los ancianos puedan recibir en dichos establecimientos ya no es el foco de preocupación, la excusa por así decirlo, pues todo está señalando que somos nosotros como hijos, nietos, parientes, los verdaderamente culpables de este abandono.

Deben ser muy pocos los lugares en Chile donde estas situaciones no sucedan con demasiada frecuencia, sobre todo en las grandes urbes. El mundo rural quizás se escape un poco de la tónica; en el Norte, o en el Sur profundo. La cultura chilota, que se hace fuerte desde Puerto Montt hacia los confines del país, ciertamente privilegia e incorpora a los mayores, reservándoles un lugar especial dentro de la familia extendida. Pero la vida moderna y altamente tecnologizada a menudo desprecia estas costumbres, no hay tiempo para tanto "sentimentalismo", cavando así con toda certeza su propia tumba.

¿Qué nos harán cuando se cumpla nuestro ciclo, qué nos mereceremos? Quienes vean esta necesaria e impactante película, deberían tratar de asumir en sus consciencias que el problema siempre somos nosotros como individuos, no el resto de la sociedad.