Eutanasia: una aclaración ética
En el Congreso se está discutiendo la modificación de la ley N° 20.584, que regula los derechos y deberes que tienen las personas en relación con acciones vinculadas a su atención en salud, con el objeto de permitir la muerte digna o eutanasia. Así, el tema de la eutanasia ha vuelto al debate público. El tema de la eutanasia es muy complejo porque, en primer lugar, hay una confusión de términos. En otras palabras, se recurre a una palabra, pero no todas las personas entienden lo mismo. Una misma palabra, pero comprendida de distintas maneras sin darse cuenta ni estar consciente de ello. Un ejemplo claro está en la misma declaración del proyecto de la ley: permitir la muerte digna o eutanasia. Tal como está formulada la frase, pareciera que muerte digna se identifica con la eutanasia, y, ciertamente, desde la perspectiva ética, la muerte digna no significa ni implica eutanasia.
Obviamente, esta confusión resulta fatal porque imposibilita el diálogo ya que sólo se dan varios monólogos. Se piensa que se está hablando del mismo tema, pero resulta que están hablando de distintas realidades sin darse cuenta. Por consiguiente, también se crea una enorme confusión en la valoración ética correspondiente.
Así, la muerte digna se puede conseguir también mediante la limitación del esfuerzo terapéutico, que no es un acto eutanásico. La eutanasia consiste en una acción, o su omisión, con la intención directa de producir la muerte de una persona considerada como un enfermo terminal. En otras palabras, mientras en la eutanasia la muerte se produce por una acción deliberada e intencionada, en la limitación del esfuerzo terapéutico la muerte es causada por la enfermedad. En el primer caso, se está hablando de causar la muerte (matar), mientras en el segundo se trata de no alejar innecesariamente la muerte (dejar morir).
Una segunda complejidad que trae el tema de la eutanasia es la reacción emocional. Duele en el alma ver sufrir a otra persona querida. Aún más, nace el deseo de ver a la persona sufriente muerta para no sufrir más. Un deseo que, a la vez, llena el corazón con una cuota de culpabilidad para desear la muerte. También, en ese momento trágico, uno se pregunta si no se desea la muerte de la persona querida para que uno no sufra más. Es decir, es el dolor de uno, y no del enfermo, que llega a ser una motivación potente, aunque probablemente inconsciente.
Algunos estudios han mostrado que algunos pacientes expresan su deseo de morir no por razones de un dolor insoportable, sino por la pérdida de autonomía y el consecuente sentido de disminución de la propia dignidad. En otros casos, el grito ahogado de "quiero morir" expresa más bien el sentimiento angustioso de "no me dejen solo". Es un llamado de atención de alguien que se siente marginado y necesita urgentemente la presencia del otro.
Es preciso tomar una cierta distancia de la reacción emocional para tomar en consideración todos los aspectos involucrados, porque la respuesta de la eutanasia podría ser la salida fácil y líquida de una cultura superficial, incapaz de pensar en todas las dimensiones de un problema. Así, por ejemplo, el recurso a un tratamiento paliativo integral (que responde no sólo a lo médico sino también a lo psicológico y espiritual) es una exigencia ética irrenunciable.
Se discute el tema de terminar con una vida, pero poco o nada se dice sobre cómo acompañar a un enfermo terminal. Cualquier postura que uno tiene sobre la eutanasia, no exime del necesario recurso a un tratamiento paliativa para eliminar o disminuir el dolor, reconciliarse con el momento que se está viviendo y dar sentido a la vida vivida.
Los espantosos efectos del covid- 19 en términos materiales, económicos y la pérdida de vidas, han golpeado a la humanidad entera y constituyen un desastre incuantificable. Sus repercusiones nos acompañaran por años. También hay otros efectos de esta pandemia, más invisibles en sus consecuencias inmediatas, pero aún más dañinos. Se trata de la incertidumbre, el temor, el miedo, el aislamiento.
Las emociones negativas que todos llevamos y que nos acompañan a todas partes, se han exacerbado en muchos casos producto de la pandemia. El miedo frente a la incontrolable amenaza que se ha propagado sin control en muchos sitios; la ansiedad que trae la incertidumbre de no poder planificar ni siquiera el presente inmediato; la tristeza por las pérdidas de seres queridos, amigos, conocidos (Bisquerra, 2009).
Todo esto se ve estimulado por los necesarios resguardos, aquellas medidas insoslayables (la mascarilla, el alcohol gel, el lavado de manos, la toma de temperatura, los distanciamientos y los confinamientos) definidas como esenciales para el propio cuidado y de los demás, que también tienen un segundo efecto, la sospecha. Aquel que nos cruzamos en la calle, que está en el supermercado, la farmacia, el transporte público, puede ser un enemigo mortal, transmisor del virus y fuente de contagio. Esto ha puesto controles en los saludos, la cercanía y la comunicación, generando en tantas personas una verdadera sicosis.
Así y todo, en medio de este desequilibrio sistémico, cuando hace rato que estábamos imbuidos en un ritmo vertiginoso que nos estaba aislando unos de otros, antes de la pandemia, este distanciamiento físico que trajo el covid - 19 nos ha exigido reaprender a escucharnos, prodigar y cuidar los tiempos para hacerlo. Un antiguo proverbio árabe enseña que los hombres tenemos dos oídos y una boca, para escuchar el doble de lo que hablamos y hablar la mitad de lo que decimos. Separados por la distancia material, sujetos en estos días tantas veces a las conexiones vía online, todos hemos debido multiplicar esfuerzos para saber atender lo que los demás nos dicen, descubrir las necesarias pausas para dar la palabra, y distinguir el oír del escuchar. Porque cuando solamente se oye se hace audible nada más que el relato, que es distinto a escuchar, ese hacerse cargo del contenido de lo que nos dicen y sobre todo de quien lo hace.
Una humanidad donde nos escuchamos unos a otros, haciéndonos cargo de lo que cada uno quiere decir, es claramente la mejor de las vacunas, que inoculará una disposición más fraterna y abierta, luego de tanta incomunicación. El covid- 19 partió aislándonos físicamente y por otra parte está consiguiendo que nos reencontremos, que dispongamos de esfuerzos humanos y tecnológicos para atender con propiedad los intereses, los afanes y las necesidades de los demás.