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La dignidad

No es la desigualdad económica el problema más grave, es la percepción de que dependiendo de tu origen, tu vida estará determinada, con privilegios o severidad.
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Durante los días recientes hemos visto dos hechos que han llamado la atención. Uno ocurrió en Chile, en la costa central, y otro en Washington, la capital de Estados Unidos. ¿Qué podrían tener en común? Algo que no está escrito, pero que es percibido con fuerza por parte de la población de nuestra nación, Norte América y el mundo.

¿Somos todos iguales? Cada una de las constituciones del planeta lo explicita, sin embargo, en la práctica, sabemos que no es así. Todos tenemos orígenes distintos, nos educamos en familias diferentes, asistimos a colegios y recibimos en educación, que es mejor o peor dependiendo de cuánto podamos pagar. Tenemos creencias diversas, trabajamos en oficios y sitios amplios y nuestras existencias, desde lo económico, varían dependiendo de los ingresos, que también son determinados, al menos en nuestro país, por cuestiones de raza, color de piel y redes de apoyo.

Uno de los estudios más relevantes lo hizo hace un par de años, Seth Zimmerman, economista y profesor de la Escuela de Negocios de Yale, quien reveló que la probabilidad de llegar a la cima empresarial en Chile e ingresar al grupo del 0,1% más rico del país, depende, en gran medida, de asistir a una universidad de elite y aún más el haber ido a uno de los ocho colegios privados top, todos ubicados en Santiago.

En concreto, titularse de Derecho, Ingeniería Comercial o Ingeniería Civil de las universidades de Chile o PUC, aumenta en 50% el número de esos alumnos de terminar en un alto cargo ejecutivo o en el directorio y en 45% el de pertenecer al 0,1% más rico de Chile.

Desigualdad económica existirá, pero hay otra más compleja, que es más simbólica y tiene que ver con que la gente, y en particular los jóvenes, deben percibir que sus esfuerzos serán recompensados independientemente de su origen. Que su trato ante la justicia, la educación, el empleo, no dependerán de la cuna en la que nació, sino por sus méritos propios.

Y en Chile, como en Estados Unidos, el trato que hemos visto para los jóvenes que protagonizaron una fiesta en Cachagua o a los manifestantes que entraron al Capitolio violentamente, no es el mismo que se daría, por ejemplo, a los asistentes de una fiesta en una comuna más pobre, o a la comunidad negra, si hubieran protagonizado hechos similares.

Está ese trato diferente indigno en definitiva, es el que reclaman las sociedades, junto con la promesa de un desarrollo equitativo, donde todos tengan las mismas posibilidades medidas por su desempeño y no por el apellido o las oportunidades casi exclusivamente determinadas por los privilegios.

Ciertamente esto parece una de las grandes causas del estallido y el quiebre del acuerdo y la paz social que tan complicado nos tiene. La irrupción de las masas, y las clases medias, es lo que debe entenderse.

Lo esencial

"Todo confluyendo en el desarrollo de lo más importante: el capital humano que nos define y sustenta". Pamela Ramírez, Directora ejecutiva Corporación PROA
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El 2020 nos ha dejado un aprendizaje que marcará un hito en la historia de la humanidad, una amenaza que afectó lo más valioso para el desarrollo de la vida, la salud. Nunca antes tuvimos la oportunidad de tener conciencia de lo tanto que dependemos unos de otros. La globalización puso en evidencia una precariedad transversal a países y continentes, los sistemas sanitarios a nivel mundial colapsaron, demostrando la fragilidad de confiar lo esencial a la ley de la oferta y la demanda.

No hay vuelta atrás, el mundo está cambiando a pasos agigantados y debemos ser capaces de elaborar nuevos paradigmas que guíen nuestro futuro.

Estamos conectados y nuestras acciones influyen en el curso de los hechos. No podemos restarnos ni aislarnos, es un deber dar lo mejor de nosotros desde el ámbito de acción propio, desde nuestros hogares, familia, trabajo, amistades.

Retomamos la naturalidad de mirarnos desde el alma, de pensar en el otro, hemos ingeniado formas de ayudarnos, más allá de la familia inmediata, en el barrio, entre vecinos, entre colegas, entre apoderados, vamos tejiendo redes de colaboración a escala humana.

Ha frenado un momento la secuencia de crecimiento desarticulado y nos encontramos frente a frente, sólo piel, huesos y bríos. Intentamos sostenernos y avanzar, desde las múltiples aristas del talento y el trabajo, los primeros en la atención sanitaria, otros de pie en faena o desde el aula virtual, algunos desde un escenario, tantos reinventándose en emprendimientos o manteniendo a flote a pymes y su gente. Todos en la vulnerabilidad de la existencia, enfrentándonos a ser individuos y a la vez parte de un todo.

Una experiencia dolorosa y desafiante, la oportunidad de redefinir prioridades, fortalecer afectos y orientarnos hacia el bien común por sobre los afanes. Volver a la comunidad como fuente de cobijo y certeza. La dimensión humana como esencia que erige la sociedad en que convergemos.

Una simpleza que abisma, ante el artificio del consumo, lo superfluo y lo obsceno.

Tras la mascarada, lo verdaderamente importante emerge como faro. Es que entre tanta incertidumbre, la certeza de lo esencial es invaluable, el hogar, la salud, la familia, el sustento, la cultura, la contención, el sentido de pertenencia.

Vamos conectando con lo significativo y profundo. Nosotros que habitamos la inmensidad del desierto más árido del mundo, que nos convoca cada día el esfuerzo de vencer la sequedad y hacer brotar el prodigio de la riqueza de nuestros suelos, nosotros que vencemos la carestía, la distancia, la falta de oportunidades en la inmediatez del crecimiento económico, nosotros somos los llamados a desentrañar nuestro futuro y el de nuestros hijos.

La sustentabilidad es insuficiente y mezquina con quienes habitamos día a día la región de Antofagasta. La sostenibilidad debe guiarnos, han sido demasiados años de esfuerzos, promesas y esperanza. Fuimos salitre, somos cobre y seremos litio. Es simple, es lo esencial, no requiere artificios. Los conceptos básicos: comunidad, territorio, trabajo, educación, salud, todo confluyendo en el desarrollo de lo más importante: el capital humano que nos define y sustenta.

Sin solidaridad el futuro será un infierno

"Me siento desafiado a cultivar un ánimo participativo abierto y respetuoso. A escuchar la polifonía que somos". Mario Valdivia V., Economista y consultor
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Sostiene Adriana Valdés, directora de la Academia de La Lengua y presidenta del Instituto de Chile, una de los intelectuales más relevantes del país, en un diario la semana pasada. No sabemos qué nos traerá el futuro, dice, pero sin solidaridad…. Habla de la elaboración de la nueva Constitución, por supuesto.

Encuentro que es una fórmula luminosa. La Constitución contribuirá a articular un nosotros en el plano legal, y ayudará a su vez a cultivar ese nosotras. Lo que supone que el proceso constituyente se funda en una voluntad solidaria. Nos proponemos elaborar nuestra constitución.

¿De dónde partir, si no? Podríamos imaginar un fundamento individualista o bien gremial, y entender el proceso constituyente en términos contractuales. Cada uno y cada una con su santa y su santo, con sus conveniencias, puntos de vista, ideas y obsesiones, procurando sacar el máximo partido personal o grupal que sea posible. Suena razonable en el papel. Sin embargo, se nos impone de antemano la necesidad de decidir qué hacemos en este particular proceso constituyente en Chile, que no sea debido a razones exclusivamente contingentes.

Aceptamos de hecho que hay un nosotros del cual ya somos parte al proponernos elaborar una nueva Constitución. No somos una colección de individualidades o grupos estructurados que ocurre que nos encontramos aquí y ahora metidos en un proceso constituyente por una ironía histórica.

La invitación que me evoca Adriana Valdés es partir aceptando el "nosotras" del que formo parte, que se propone reconstituirse. Lo que significa participar en el proceso constituyente cuidando el "nosotros" como lo más relevante, y no preocupado exclusivamente de mí mismo.

Y también siento que me encarga la hermosa tarea de cruzar las fronteras que mis narrativas, interpretaciones y juicios formados estructuran quien somos, y refrescar mi interpretación de las voces, clases e identidades que constituyen el nosotros de Chile.

Me siento desafiado a cultivar un ánimo participativo abierto y respetuoso. A escuchar la polifonía que somos quienes nos reconstituimos, y convertir el proceso en una ocasión única para conocernos mejor y articular con más sensibilidad quienes somos; cómo queremos tratarnos mutuamente en al plano jurídico. A cultivar un ánimo de respeto a las demás personas, fundado en la valoración afectiva y respetuosa al nosotros que somos, para crear una Constitución que respetemos.

La ley se impondrá así con naturalidad y se cuidará por sí misma. Podremos convivir.

De lo contrario, la ley será una imposición externa. La obedeceremos por obligación, en apariencias y de mala fe. En su nombre, guerrearemos unas con otros. Habrá que imponerla a garrote.

Imagino el infierno.