Desde la semana pasada comienza a aparecer en los medios de comunicación y en las agendas de conversaciones públicas los balances sobre lo que nos dejó el 2020, el año de la pandemia del Covid-19 y su nueva variante más contagiosa (la inglesa), que ya llegó al país más temprano que tarde. En guarismos, los contagios alcanzan a más de 82 millones y los decesos globales ascienden a un millón ochocientos, de acuerdo al Coronavirus Resource Center de la University & Medicine Johns Hopkins. En Chile tenemos más de 600 mil contagiados/as y 16 mil muertes, pasando de los primeros lugares a la posición 24°.
Sin duda, la región latinoamericana fue una de las más impactadas no sólo en términos de expansión del coronavirus, sino considerando la visibilización de la escasa cohesión social y los serios problemas de inequidad socio-económica que hemos enfrentado este año. Si bien, las revueltas sociales del 2019 ya venían declarando las injusticias sociales que nos ha dejado la implantación de modelos económicos neoliberales, pero fue el 2020 el 'año maldito' en que los gobiernos con poca estabilidad política han tenido que enfrentar una de las crisis más profundas de gobernanza del manejo sanitario y económico de los países latinos.
Chile, el jaguar de América Latina, también mostró sus series debilidades con un manejo deficiente de la pandemia, recién 'respirando' de una crisis social, y un país muy convulsionado política y anímicamente. Los aprendizajes políticos nos llevan a pensar en lo que el Covid se llevó y nos dejó.
Se nos fue como "agua entre las manos" las viejas utopías de que los gobiernos democráticos nos trajeron prosperidad y crecimiento, cuando en realidad como 'cartón pintado', el avance de las clases medias fue a pulso de endeudamiento y la sola pérdida de la principal fuente laboral nos llevaría de nuevo a estados de pobreza y precariedad social. Aunque se plantea la caída del modelo económico (tengo mis profundas dudas al respecto), lo que quedó en evidencia es la ceguera de la clase política frente a las reales necesidades de una ciudadanía de clase media que podría aspirar a más, pero que como el/la trapecista vive en la cuerda floja a expensas de un sueldo a fin de mes.
El Covid se llevó la imagen de un hiper-presidencialismo que como un superhéroe/heroína podía resolver todos nuestros problemas y pesadillas. Nos dejó escasos niveles de aprobación del Ejecutivo, lo que se contrasta con la pobre representación de la coalición de gobierno en el Congreso, y la presencia del llamado parlamentarismo de facto. El desfile de cambios de gabinete tanto a nivel nacional como regional dan cuenta de una intensificación de la 'liquidez' en la política doméstica (Bauman, 1999). La pandemia nos dejó esta normalización de 'golpes blandos' por parte de las cámaras (Diputados/as y Senadores/as) en temas del retiro del 10%, presos políticos y la agenda de seguridad interna. Los 'gallitos' entre los poderes parecieran ser ya un pan de cada día, negando el agua y la sal por parte de la oposición, pero con cero autocríticas de la gestión económica y social desde Chile Vamos.
La pandemia nos deja un gran legado político. La voluntad ciudadana se hizo presente en el histórico plebiscito y el proceso constituyente si bien será un negociado político, pero también una 'archi-estructura' (Derrida, 1990) de nuestra nueva carta magna que convocará a la sociedad civil, a nuestros pueblos originarios y personas con discapacidad. La ciudadanía aprobó el dejar atrás una constitución pinochetista y de Guerra Fría, y hacer política desde una convención 100% constituyente. Un golpe duro fue dado a la política ortodoxa del status quo y a la injerencia de parlamentarios/as en la construcción de nuestra nueva carta de navegación.
El coronavirus vino a intensificar la crisis en las instituciones como Carabineros, y nos vino a replantear la necesidad de contar con policías de estructura y obediencia civil (Thoreau, 1849), profesionalizados/as y con sistemas de detección inteligente de la delincuencia, el narcotráfico y el crimen organizado, y no el ejercicio amateur de la 'pesca de arrastre' en manifestaciones sociales.
Mis preocupaciones de lo que el 2020 nos dejó son: un sentido de la postmodernidad en política, donde los partidos políticos más conviven con el disenso que comulgan con el consenso, un descrédito institucional generalizado que a cada paso, como decía el ex - ministro Jaime Mañalich, se derrumba el castillo de naipes por mal manejo comunicacional y político. Y una serie de pre, pre candidatos/as presidenciables, y a otros cargos regionales y locales, quienes como el mismo virus se expanden, pero sin un proyecto o sueño de país, región o comuna. Como se dice en RRSS, Chile, un paraíso de malos/as políticos. Ojalá el 2021 se lleve esta pandemia también.