Pongamos atención a la belleza
En un mundo en búsqueda de eficiencia se nos ha olvidado el valor de lo hermoso, como una poesía o la naturaleza. Nuestras ciudades carecen de esa épica. Más que andar buscando responsables, deberíamos preguntarnos cuál es nuestro aporte, en qué contribuimos para que nuestros barrios y ciudades sean mejores.
¿Hay belleza en nuestras ciudades? Claro que sí. Hermosura en el mar y el altiplano, en la Pampa en el tono ocre de los cerros, en los cielos limpios y azules, en las nubes que suben y bajan desde el océano y en las personas que habitan espacios difíciles, algo salvajes y ausentes ante la mirada incauta.
Pero hemos tratado mal nuestras ciudades; no hemos dotado de belleza los espacios naturales, incluso los hemos maltratado, construyendo artefactos útiles pero sin alma, sin arraigo y sin contacto con la delicadeza del ser sensible que somos y podemos ser.
Edificios contradictorios, que no conversan con los barrios, con el mar o los cerros, villas y poblaciones sin áreas verdes, con escaso interés por la pulcritud; apenas por cumplir.
Construimos calles, pero no espacios para conectarnos, no levantamos avenidas para encontrarnos, apenas arterias para llegar rápido a destino; erigimos casas, pero no hogares; construimos poblaciones, pero no comunidades; generamos poca identidad y escasa belleza, lo que termina repercutiendo en la forma en la que nos relacionamos con el territorio. Pocas veces pensamos en crear algo bello y distintivo, ya sea una plaza, plantar árboles o jardines, una playa, un parque, un teatro.
Y esto cruza todo. Muchos prefieren el automóvil de última moda a la habilitación de hermosura en los espacios de su hogar.
Se da la paradoja de gastar millones en obras industriales y nada o muy poco en los sitios íntimos y sagrados que son las ciudades y su entorno, a pesar de que allí se nos queda la vida.
También se destruye el lenguaje o la paz con música estridente que nada dice o aporta, que es apenas ruido para mitigar la soledad de estos tiempos.
El entorno nos reclama romper un poco con lo eficiente y eficaz y soñar al menos un instante con lo bello que está detrás del alma de las personas y proyectarlo al hábitat para todos.
Nos desenvolvemos en un desierto árido, pero generoso, único y hermoso. Hagamos el esfuerzo por gestar esa épica.