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Identidades regionales

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Se nos ha repetido, hasta la saciedad, que aquellos pueblos que desconocen su historia y antepasados resultan vulnerables, pueden repetir errores de pasado, carecen de suficiente cohesión social e incluso pueden resultar condenado a desaparecer. Hace pocos días fue anunciada en la región la creación de la Bandera del Pueblo Chango, excelente iniciativa y que, en ningún caso, puede ser entendida como fragmentación de nuestra unidad nacional. Tiempo atrás fue anunciada iniciativa de igual naturaleza para la ciudad, es decir, la creación de una Bandera de la ciudad de Antofagasta, pero el suscrito desconoce el destino de tal iniciativa. En ambos casos, el objetivo esencial ha sido promover la identidad o particularidad del territorio, sin con ello desconocer nuestra identidad como nación. No es posible sostener que la creación de símbolos conllevará y asegurará la conformación de un identitario regional, pero ciertamente constituye un paso en dicha senda. Debemos reconocer que, desde siempre, se ha añorado la construcción y puesta en valor de una identidad regional.

Resulta complejo construir un futuro colectivo cuando el pasado permanece oculto y nuestro presente carece de sustento histórico. Durante el presente año hemos debido lamentar profundamente la partida de don Floreal Recabarren Rojas, insigne historiador antofagastino y querendón de su tierra. Notable resultan sus palabras al referir su interés de transmitir a sus hijos y nietos su amor por nuestro norte, su gente, tradiciones e historia.

En tal orden de ideas, experiencias en otras latitudes pueden resultar enriquecedoras. Así por ejemplo, durante el período estival, diversas comunidades del país vasco (Euskadi) celebran múltiples festividades denominadas Fiesta Vasca (Euskal Jaiak), donde conmemoran y reviven sus tradiciones, antepasados e historia. Las personas visten trajes tradicionales, rememoran bailes y juegos populares, permitiendo con ello que la cultura oral pase de generación en generación. Por su parte, por razones históricas, nuestras comunidades andinas han configurado un conjunto de tradiciones, modos de vida e inclusive lenguas que han logrado perdurar en el tiempo, de gran valor, pero que no han logrado trascender sus territorios.

Nuestra región concentra amplias y valiosas manifestaciones culturales, ya sea andinas, intermedias o costeras, algunas de ellas de amplio reconocimiento nacional e internacional. Diversos historiadores y organizaciones regionales han desarrollado por largo tiempo amplias investigaciones y/o recopilaciones respecto de nuestras raíces y factores que han configurado las actuales identidades de nuestras comunas, trabajos que no pueden quedar guardados en gavetas o museos. En este sentido, cabe destacar iniciativas ejecutadas por Corporación Proa o académicos de las universidades locales.

En definitiva, resulta valioso recuperar y fortalecer las identidades y culturas de nuestras comunidades a través de sus distintas manifestaciones territoriales. Con toda seguridad en la región existan las capacidades necesarias para organizar e impulsar tales identidades territoriales, liderazgo en el cual cabe papel importante a los centros de estudios superiores. Ello permitirá el encuentro de la cosmovisión andina y las tradiciones del litoral, sin olvidar la basta cultura que se desarrolló en torno al pampino y de los centros mineros regionales.

Tal interacción fortalecerá el conocimiento de las distintas realidades de los territorios, haciendo propio lo que hoy tal vez nos parece distante o lejano, aun cuando forma parte de nuestra propia región. La articulación de las comunidades y del tejido social-cultura abre insospechados horizontes en la región, permitiendo la expresión de las bases mismas de sus colectivos, esto es, conlleva manifestaciones de la cultura viva de la región.

Recordando nuevamente a don Floreal, éste renegaba limitarnos a un pueblo simplemente extractivo, dedicado casi exclusivamente a la extracción minera. Nuestro mar, pampa y cordillera deben ser fuente de inspiración e identidad regional, lo que en modo alguno alterarán nuestra pertenencia a la nación toda.

Chile ¿país inclusivo?

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La conmemoración del Día Internacional de las Personas con Discapacidad invita a reflexionar sobre cómo se vive en nuestro país. Hace más de una década, Chile decidió comprometerse en dicha materia, ratificando la Convención Sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad.

Desde el ámbito educativo, nuestra nación ha manifestado su compromiso sumándose a lo establecido en tratados internacionales y avanzando hacia un enfoque de educación inclusiva. Desde este contexto surge la Agenda 2030, que nos propone cumplir con el objetivo de "Garantizar una educación inclusiva y equitativa de calidad y promover oportunidades de aprendizaje permanente para todos".

Chile está buscando el camino para llegar a una educación inclusiva, generando para ello cambios en establecimientos educativos, aumento en capacitaciones docentes, educación a las familias, nuevas normativas e incrementos de subvenciones. Pero, queda preguntarnos ¿Avalan estos cambios oportunidades de aprendizaje de calidad para todas y todos los estudiantes? ¿Qué nos falta ver?

En un país donde, según datos del Servicio Nacional de la Discapacidad, alrededor del 17% de la población vive en situación de discapacidad, se visualiza la necesidad de tomar un rol activo en este ámbito y sumar a los múltiples cambios sociales que hoy experimentamos un aspecto esencial: el respeto de los Derechos Humanos, para que podamos decir con total certeza que vivimos en sociedad justa para todos.