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Guerra del Pacífico: a 141 años del desastre de Tarapacá

"A las 18 horas se acabaron los fuegos, los aliados quedaban en el valle y los extenuados chilenos emprendían la retirada sin ser molestados en dirección al campamento de Dolores". Rodrigo Castillo Cameron, Pdte Los Viejos Estandartes® Antofagasta
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El martes 28 de octubre de 1879 salía desde Antofagasta la escuadra chilena que llevaba al Ejército chileno en campaña hacia el norte, todo esto después del triunfo que se había obtenido en Angamos la Armada de Chile, la guerra en el mar estaba prácticamente ganada. El Ejército en Antofagasta había reunido entre 15 a 16 mil hombres para enviar al departamento de Tarapacá, entre esas tropas estaba el 2° de línea que tendría una destacada participación en esta campaña.

El lunes 24 de noviembre salieron del campamento chileno de Dolores a Tarapacá bajo las órdenes del Tte. coronel don José Francisco Vergara y unos 400 exploradores que se encargarían de recopilar información sobre el ejército aliado apostado en aquella provincia. El comandante Vergara comunicaba al campamento chileno que existían fuerzas de 1.500 a 2.000 en la quebrada de Tarapacá, por lo tanto, requería refuerzos.

El Gral. Erasmo Escala hizo salir el día martes 25, 1800 hombres al mando del coronel. Luis Arteaga, el Regimiento 2° de línea, 6° de línea Chacabuco, Zapadores, Granaderos a caballos, Artillería de Marina y Regimiento de Artillería. La marcha tuvo inconvenientes asociados a la sed, insomnio, calor, frío y hambre. Aquellos valientes héroes marchaban con un solo objetivo: derrotar al enemigo que creían diezmado en las quebradas de Tarapacá.

Antes en fechas como el 2 en Pisagua, 6 en Pampa Germania y 19 de noviembre en Dolores habían tenido enfrentamientos contra los aliados logrando grandes victorias.

En Tarapacá, al mando del general Juan Buendía, se encontraban 3.600 aliados descansando y sin siquiera sospechar que el ejército chileno los atacaría, no habían puesto centinelas ni avanzadas en los alrededores.

La división comandada por Arteaga se reunía con la división de Vergara después de haber caminado todo el día 26 por las ardientes arenas del desierto. A las 23 horas estaban a solo 12 kilómetros de los enemigos, aprovechaban su corto descanso, mientras los jefes planeaban el plan de ataque que ejecutarían al día siguiente. Las tropas se dividieron en tres columnas de fuerzas diferentes, la más numerosa a cargo del comandante Eleuterio Ramírez atacaría de frente por el fondo del valle, las otras dos ocuparían la altura de los cerros para obligar al enemigo a rendirse o dispersarse. Todas las columnas marcharon a las 3 am del día 27 de noviembre en dirección a Tarapacá.

A pesar de que el plan en primera instancia funcionó, los aliados rápidamente llegaron por pequeños senderos a las alturas y comenzaron a atacar a los chilenos que ingresaban por el valle. Debido a la resistencia que opusieron y teniendo en cuenta de lo desventajosa de su situación lograron mantener la lucha y así dar tiempo a las otras columnas llegar al combate.

Imposible es tratar de describir en sus pormenores las peripecias de aquel rudo combate. Se peleaba en la altura y en el valle con un encarnizamiento sin igual, cuerpo a cuerpo muchas veces, las tropas devoradas por el cansancio e insomnio y la horrible sed que los disminuía aún más, parecían desfallecer ante el doble de tropas enemigas que se enfrentaron. Esos hombres de hierro resistían con un heroísmo impetuoso que ni aun en un trance tan desfavorable pensaban en alcanzar la victoria. El campo estaba regado de chilenos y los oficiales y tropas continuaban luchando y abriendo brechas enemigas.

A las 13 horas cuando ya parecía estar todo perdido, aparecían 115 granaderos quienes, junto a soldados que estaban dispersos, se lanzaron sobre las columnas enemigas con sable en mano con un vigor irresistible que los hizo famosos en estas batallas. La carnicería fue espantosa, la lucha duro poco más de una hora y el enemigo comenzó a batirse en retirada. Las tropas lograron un descanso y corrieron al valle para refrescarse y beber agua. En las casas del lugar encontraban comida y sombra. A las 16 horas las tropas enemigas, quienes se habían retirado a una distancia respetable, recibían refuerzos de 1400 hombres que volvieron a Tarapacá para enfrentarse con la destrozada y extenuada división chilena, el combate nuevamente fue encarnizado, los chilenos se defendían en el fondo del valle entre las casas, las balas caían en forma de lluvia, el fuego era nutrido, los aliados no hacían prisioneros, todos debían morir, incluso, las mujeres cantineras. No hubo compasión por el género. Las crueldades eran indescriptibles y apenas salvaron algunos heridos que pasaron por muertos.

A las 18 horas se acabaron los fuegos, los aliados quedaban en el valle y los extenuados chilenos emprendían la retirada sin ser molestados en dirección al campamento de Dolores. Los aliados por su parte, también abandonan Tarapacá dejando muertos y moribundos en el campo de batalla aquel desastroso 27 de noviembre de 1879.