La desintegración de lo político
Hace rato que la teoría y la filosofía política contemporánea vienen dando un giro conceptual para leer los 'signos de los tiempos'. Estas señales están caracterizadas por las dislocaciones, la volatilidad y la liquidez en el ejercicio del poder. En este sentido, cabe preguntarnos ¿quién gobierna a quién?, y ¿cuáles serían los parámetros para determinar a los/as poderosos/as? Los ejemplos más a la mano que tenemos son la crisis política en Perú tras la destitución de su presidente Martín Vizcarra por el Congreso en una 'moción de vacancia', argumentando 'incapacidad moral' para ejercer en el cargo; y las 'accidentadas' elecciones en Estados Unidos en las cuales Donald Trump se convertiría en el primer presidente en perder la re-elección en 28 años, luego de la derrota de George H.W. Bush frente a Bill Clinton en 1992.
Es así como Steven Lukes (1974) nos precisa que el ejercicio del poder depende de diversas variables sobre las cuales un agente podría no tener suficiente control para ejercer una gran influencia. En este mismo sentido, Talcott Parson (1997) y Hannah Arendt (1997) plantean que el poder no es necesariamente algo institucionalizado per se, sino más bien implica una acción más cooperativa; es decir, el poder es otorgado y no exclusivamente heredado. Por su parte, el filósofo surcoreano Byung-Chul Han (2005) señala que en la medida que empezamos a pensar en el poder, ya lo hemos perdido. Esta liquidez del poder como diría Zygmunt Bauman (1999) tendría sus razones filosóficas en el giro hacia la hegemonía de las subjetividades, en las cuales las expresiones "cómo voy yo ahí" o "cómo afecta mi billetera" tendrían más preponderancia que una serie de argumentaciones empíricas racionales para entender qué motivan las decisiones del Parlamento o el Ejecutivo, tal vez amparadas en una 'política visceral' o emocional (Nussbaum, 2014).
Por ende, si entendemos el poder como el combustible de lo político, esto último entraría en una etapa de desintegración de categorías 'ochenteras' para entender los procesos de gobernanza. Desde la volatilidad del poder, no sería indicado entender éste como algo que pertenece a aquéllos/as que están en una posición estratégica socialmente y que tienen altos grados de influencia sobre un amplio rango de sectores sociales (C. Wright Mills, 1956), pues como diría la publicidad de Wom, "tienen el poder y lo van a perder" (tomada de la canción "Señor cobranza " del grupo Las manos de Filippi y popularizada por la banda Bersuit Vergarabat).
Desde las dislocaciones del poder, se vienen analizando la solidez de los partidos políticos, la calidad de la democracia y la figura del presidente en sus niveles de aprobación, inclusive de su mismo conglomerado político. El abogado y escritor José Rodríguez Elizondo (TVN, 11/11/2020) se cuestiona si las post-democracias debieran estar sujetas al mito de su 'completitud' sólo a través de los partidos políticos, la desintegración y el desprestigio de éstos nos hacen pensar que una convención constituyente puede marcar el inicio de nuevas formas de concebir la democracia, pero no a la usanza dictatorial de Venezuela.
Hay otras fracturas del poder que percibo, por ejemplo un 'parlamentarismo de facto' que, por ejemplo, viene aprobando por segunda (y tercera) vez el retiro del 10% de las AFPs, y que logra dar golpes mortales en temas muy complejos para el oficialismo como la seguridad interior y la asistencia económica durante esta pandemia. En una estrategia de 'sálvese quien pueda', este 'parlamentarismo de facto', en conjunto con la asociación de alcaldes/as, dieron 'golpes blandos' de Estado al gobierno para imponer las consultas ciudadanas y llegar al acuerdo político que terminaría con la crisis del estallido social. Sin embargo, este pacto político estaría muy alejado del contrato social de Jacques Rousseau (1762) entre gobernantes y gobernados/as, según el senador Alejandro Guillier, el acuerdo por la paz sólo vino a 'salvar el pellejo' del Presidente y del Congreso.
Tradicionalmente, el poder es entendido a partir de tres características fundamentales: el peso, que involucra el grado de participación en la toma de decisiones; la esfera de acción o los valores compartidos, y el dominio de poder en relación al espectro de influencia sobre personas específicamente involucradas. En la actualidad, sin embargo, en esta desintegración de lo político como categoría moderna de análisis, el poder funciona sobre la base de la gobernanza de los disensos y las lógicas contemporáneas de la inmaterialidad en el ejercicio del poder, hoy se tiene y mañana inmediatamente se pierde.