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Votar en conciencia

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Los cristianos nos sentimos convocados a ser parte de las grandes decisiones democráticas, porque entendemos la vida política como una de las formas más altas de la caridad, que busca el bien común y la justicia social. Por eso miramos el plebiscito constitucional como una iniciativa que todo ciudadano responsable debería conocer, estudiar las alternativas que se presentan, discernir en conciencia y hacer todos los esfuerzos por concurrir a sufragar.

Es importante que conozcamos el contenido esencial del plebiscito y sepamos distinguirlo de otras temáticas como las legítimas demandas sociales no resueltas y otros asuntos sensibles en la sociedad, como la realidad de los inmigrantes, los pueblos originarios, la precariedad de los empleos y condiciones laborales. El 25 de octubre apenas estaremos dando un paso, que es pronunciarnos acerca de si estimamos o no necesario que el país tenga una nueva Constitución, y el modo en que preferimos sea elaborada una eventual nueva carta fundamental. Es una decisión muy relevante, pero por sí sola ella no resuelve los clamores de los sectores más postergados.

Lo que necesitamos saber es que una constitución es el pacto político y carta fundamental de una república democrática. Ella fija el marco jurídico de la vida común y toda norma debe adecuarse a ella. La constitución organiza, distribuye y limita el ejercicio del poder político, determina cómo funciona la democracia y al mismo tiempo reconoce y garantiza derechos esenciales de la persona, como el derecho a la vida, la libertad de conciencia, la libertad religiosa, el derecho a la salud, a la educación, la libertad de enseñanza, la paz, entre otros.

Hay quienes legítimamente creen que la actual constitución impide avanzar en un proceso de reformas políticas y sociales en beneficio de los más vulnerables, y por eso hay que redactar una nueva. Hay otros que también legítimamente estiman que sí es posible progresar en justicia social haciendo cambios a la carta fundamental sin tener que elaborar otra. Esa es la decisión que tomaremos. Nuestro deber es conocer los alcances de dichas opciones, y lo que significa cada uno de los mecanismos que se proponen (convención constitucional o convención mixta constitucional).

Cada persona, en el sagrado espacio de la conciencia, está llamada a discernir libremente. Es importante participar para que el resultado del plebiscito sea realmente representativo de la voluntad de la ciudadanía. El voto simboliza que, como ciudadanos, somos parte activa de la historia de Chile, que queremos una sociedad mejor en la que la dignidad de la persona sea siempre el centro.

Una pausa para pensar

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En esta frenética carrera en que se ha convertido la vida moderna, muchos han tenido ahora una pausa forzada a causa del coronavirus. Se echa de menos ahora el trabajo, los estudios, los proyectos, y sobre todo aquellas relaciones personales más cercanas. Pero también la pausa nos ha permitido pensar en algunos temas más profundos, y hacer preguntas como, ¿hacia dónde se dirigen nuestras acciones cotidianas, a tener más bienes materiales o a ser mejores personas?

Es cierto que necesitamos de algunos bienes y elementos para poder vivir con dignidad. Es la ilusión de prácticamente todos los humanos; más aún en estos momentos en que han surgido tantas carencias. Pero los objetos sólo nos acompañan por un tiempo, luego envejecen y se desvanecen. En cambio, nuestro ser interior y nuestra personalidad estará con nosotros durante toda la existencia. De su desarrollo depende la verdadera felicidad, no de la mera acumulación de riqueza material. Hay también una riqueza interior que es tremendamente valiosa, pero que actualmente a casi nadie le importa.

El filósofo griego Sócrates decía "conócete a ti mismo", para así poder llegar a tener una mejor relación con el mundo exterior. Y partía por el comienzo, es decir por nuestro propio ser. Las cosas, los objetos, quedaban relegados a un segundo plano. Es que la filosofía, esa actividad natural en el individuo de preguntarse y buscar la sabiduría que le falta, es la clave que nos ayuda a identificar nuestras capacidades, debilidades y acervo humano. Nos sirve para elegir nuestro destino y no dejarnos arrastrar por las circunstancias, aún en aquellas situaciones en que las cosas se ven muy negativas, pero que ante un mayor escrutinio puede que no lo sean tanto.

No se necesita tener ingentes cantidades de dinero para lograr la felicidad, y a menudo el exceso de bienes nos transforma en seres fríos y poco solidarios. En cambio, es forzoso estudiar y estudiarse, estar siempre alerta y concentrado, despreciar lo material y menospreciar las tentaciones. Pareciera que en la vida moderna ya no importaran tanto los contenidos, sino su interpretación económica y el aprendizaje mecánico de cómo tomar decisiones. Igualmente, en la educación formal se siguen introduciendo contenidos a mansalva en el cerebro de niños y niñas, donde no se entregan explicaciones del porqué de las cosas.

Pero existe otra carencia aún mayor. La ausencia total de lecciones de filosofía de vida en los colegios y universidades chilenas; un déficit de aprendizaje sobre el valor del esfuerzo, el beneficio de la lectura, la potenciación del conocimiento y el pensamiento, y la felicidad que provoca un éxito, por pequeño que sea, cuando el logro llega por la vía del esfuerzo propio, sostenido durante años.