Paz ciudadana y Plebiscito Constitucional
A días de que se conmemore un año del estallido social del 18 de octubre, mediado éste por sólo una semana del plebiscito constitucional, se ha instalado en los diversos sectores políticos del país, en especial en la oposición al gobierno, la preocupación por una escalada de violencia, que parece estar a la vuelta de la esquina (La Tercera, 07/10/2020). El senador socialista José Miguel Insulza ha convocado a sus 'huestes políticas' para que hagan un llamado público a rechazar manifestaciones violentas que puedan afectar el plebiscito y los resultados de éste. Desde el gobierno, esta misma semana, el Presidente de la República, Sebastián Piñera, llamó a los tres poderes del Estado para manejar un discurso común de unidad ad portas del 18/09, y en medio de la significativa crisis institucional de Carabineros.
La violencia en política puede tener múltiples definiciones y puede ser vista desde distintos puntos de vista. Por ejemplo, durante el estallido social, el fenómeno de las evasiones masivas y posterior crisis en el país fue calificado como 'desobediencia civil'. Este concepto, acuñado por el filósofo estadounidense Henry David Thoreau (1849), hace referencia a aquella capacidad de una persona o grupo de ellas de transgredir y desobedecer las normas sociales, ya sea por omisión o acción en contra de éstas. La rebelión del pueblo nos lleva a preguntarnos si las revoluciones pueden ser concebidas sin el ejercicio de la violencia, y sobre todo si ésta es sinónimo de manifestaciones sociales y voluntades ciudadanas. Nuestra 'primavera chilena' devino de una crisis institucional profunda y un descontento ciudadano generalizado por más de 30 años de 'experimentación cívica' de un modelo socio-económico neoliberal, un 'modo de vida' como dirían algunos expertos en el tema. Por ende, los actos de fuerza no debieran 'normativizarse' como prácticas cívicas y ciudadanas en períodos de crisis y procesos políticos.
Para Carl Schmidt (1932), la esencia de lo político está en la distinción entre amigo y enemigo y este antagonismo debe ser público. Esto nos permite entender, por ejemplo, las bipolaridades políticas en Chile como las opciones pasadas de un SI y un NO, y actualmente el Apruebo y el Rechazo, por supuesto ambas posturas respetables desde la necesidad de construir comunicaciones constituyentes post estallido social. Sin embargo, estas valoraciones o decisiones dependen más de 'emociones políticas' como diría Martha Nussbaum (2014) que de concepciones ideológicas, si pensamos en un fin de las ideologías (Bell, 1960; Fukuyama, 1992), y en que la libertad de elección no se debiera teñir de izquierdas o derechas. Aquí según Schmidt la violencia debiera resolverse a través de la confrontación política y no como parte de una expresión puramente violenta.
Por su parte, Hannah Arendt (1958) entiende que vivir la política implica un ejercicio que conlleva el diálogo y la persuasión, y no el uso de la fuerza y la violencia. Esta polis (a la usanza griega) ya se venía estudiando a través de la filosofía politica moderna. Thomas Hobbes (1588 - 1679) nos insta a contribuir al establecimiento de la paz cívica y la amistad, y hacer que la humanidad esté más dispuesta a cumplir con sus deberes cívicos (Berns, 1993). Sin embargo, la discusión de la Teoría Política que aquí subyace, es si el hombre/mujer nace malo/a o violento/a, y habría la necesidad de establecer el imperio de la ley para organizar nuestra convivencia humana en sociedad. La política idealista y hasta 'amorosa' es la que 'sutura' la relación entre gobernantes-gobernados/as-ciudadanos/as y 'cuidadanos/as' como dice Humberto Maturana (2019).
Los aspectos normativos e institucionales rigen nuestras acciones en función de un equilibrio societario y el bien común que sería vivir en convivencia y alcanzar la felicidad, como los teóricos idealistas y judeo-cristianos creyeron.
Éste es el ejercicio que se debiera ver durante las conversaciones constituyentes que se inician oficialmente con el Plebiscito, y no el enfrentamiento violento polarizado entre las instituciones del Estado y una ciudadanía iracunda en las calles. Tenemos la madurez suficiente para dar debates de alta política sin despolitizar, por supuesto, las expresiones ciudadanas.