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Esbozos militares Irene Morales

"Irene Morales fue el tipo de la mujer guerrera de chilena. Como ella peleaba, peleó la Sarjento Candelaria, héroe en la batalla de Yungai de 1839. Así peléo Dolores Rodríguez, natural de Caleu, cantinera de zapadores".
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I

Fué Irene Morales uno de esos tipos rarísimos que suelen aparecer en las grandes ocasiones: alma de cera de paz; alma de acero en la guerra; mujer i ánjel en el hogar i en la intimidad; soldado i héroe en los campos de batalla.

La trascendencia de los antecedentes que allí se mencionan, han ayudado a corregir y actualizar datos importantísimos de su biografía. Entre ellos, el verdadero apellido materno de Irene (Galaz), los matrimonios a su haber, incluso en pleno conflicto en Lima (1883 con el cabo Alfredo Cisterna), además de clarificar que no solo sirvió para el 3ro de Linea, sino que también para el 4to de Linea y el Chacabuco, entre otras unidades. Es por eso que se le reconoce como la "Cantinera del Ejército chileno". Otro dato importante que nos menciona trata sobre los detalles del altercado de Pizarro (pareja de Morales en Antofagasta) que lo llevó a su fusilamiento, precisamente un 24 de septiembre, hace 142 años atrás. Hoy, su tumba está en proceso de declaratoria como Monumento Histórico ya que aún existe la placa de mármol mortuoria que Irene fue a buscar a Valparaíso y dejó en la tumba de su amado (dato que también se encuentra en este documento, al igual como el tiempo que tuvo en espera de un indulto que llegó demasiado tarde).

Irene fué uno de esos seres escepcionales. Nació de humilde pero honrada cuna, como todos o casi todos los predestinados a grandes cosas. Sus padres eran orijinarios de Curicó. La rueda de la fortuna, que en esta ocasión fué la de la desgracia, les trajo a Santiago. Se avecindaron en el barrio de la Chimba, i en él nació Irene Morales.

Su padre murió en breve de violenta enfermedad, i su madre, encontrándose sola i casi desamparada, llevó a Irene a casa amiga en Valparaíso, en donde ésta aprendió el oficio de costurera. Irene era entónces, tierna flor de 13 años, i de su jentileza i buen talento enamoróse un jóven artesano, que en poco tiempo la hizo su esposa.

Pero quiso la mala suerte que luego enviudara Irene como su madre. Aflijida por esta desgracia, realizó los pocos muebles que tenía i abandonó a Valparaíso para irse a establecer en Antofagasta, en 1877, cuando este puerto era ocupado por los bolivianos.

II

En Antofagasta, se consoló de penas casándose con un chileno, músico de la banda de la tropa boliviana de guarnición, Santiago Pizarro, el cuál había sido de la banda de músicos del Cochrane. Irene i Santiago vivieron como dos pichones, ella trabajando en la costura i en el lavado i él tocando música i bebiendo largo, como todo buen soldado.

Irene, sin embargo, estaba condenada por la fatalidad para vivir entre suspiros i lágrimas. En la noche de San Juan, Santiago fue citado por el músico mayor de la banda para asistir a una serenata que debía darse al prefecto boliviano, don Ceferino Zapata. Santiago andaba enojadísimo contra su superior por asuntos de gratificaciones de tocatas anteriores, de suerte que cuando el músico mayor dio a Santiago la orden de marchar, éste se enciende en cólera, toma un fusil cargado que había inmediato i lo disparó a aquél. El boliviano cayó pesadante al suelo para no levantarse mas.

Santiago estaba esa noche algo o mas de algo alegre, por efectos de continuados tragos, i por eso costó no poco engrillarlo i meterlo en un calabozo. Se siguió el sumario correspondiente, durante cuya tramitación Irene buscó en todos los buenos corazones bolivianos i chilenos para librar a Santiago de la pena capital. El consejo de guerra condenó a muerte al reo, pero éste apeló ante las autoridades superiores de Bolivia.

Mientras se continuaban estas dilijencias, Irene no descansó por aliviar la triste suerte de Santiago, a quien esperaba ver pronto indultado, según eran los buenos empeños que había buscada para esto. Una noche -era el 24 de setiembre de 1878- ántes de aclarar, sintióse el ruido de una descarga de fusilería. Irene saltó como pantera herida i, presumiendo una desgracia, corre por las calles de Antofagasta, harto regadas por sus lágrimas, hácia el lugar en que se había sentido el ruido de la pólvora; llega jadeante a las afueras del pueblo i sobre la línea del ferrocarril del interior vé un pelotón de soldados en fila para volver a la ciudad, alumbrados por un farol. Irene lanzó nó un grito de dolor, sino un rujido de leona herida en lo mas caro i sensible de su alma enamorada, i corrió adelante hasta encontrar solo, abandonado en el campo i caliente aún el cuerpo de su amado Santiago.

La infeliz Irene cargó el cuerpo de Santiago y atravesó las desiertas calles de Antofagasta deshecha en un mar de llanto, capaz de conmover a las piedras, i depositó la pesada carga en su pieza, mientras que golpeaba las puertas amigas para que la auxiliasen. Sobre el cadáver de Santiago, Irene hizo el juramento de vengarse de sus matadores, i para recordar en todo tiempo esto, hizo sacar una fotografia del finado, la cual guardó siempre en su pecho.

Irene hizo un entierro soberbio a Santiago, i no contenta con esta última prueba de cariño vino a Valparaiso a buscar una elegante plancha de mármol para colocar en su sepultura. Esta plancha ha sido una de las primeras de este material puesta en el Cementerio de Antofagasta.

Luego de sucedido este triste acontecimiento, se supo en aquel puerto que Santiago había sido indultado por el presidente de Bolivia. Ignórase por qué causa se le fusiló sin aguardar aquella suprema resolución. Los chilenos culparon de asesino al prefecto Zapata i de aquí vino el ódio que se le tomó, avivado por Irene, que no cesaba de pregonar la barbaridad de aquel hecho.

III

Los días de venganza para Irene llegaron más pronto de lo que creia. El 14 de Febrero de 1879 desembarcaron tropas chilenas en Antofagasta i tomaron la ciudad. Irene recibió a sus compatriotas con los brazos abiertos, como si los chilenos hubiesen llegado del cielo. Loca de alegría, sus manos nervudas e irresistibles por su furia, arrancaron violentamente el escudo boliviano puesto al frente del edificio del prefecto, i en el suelo lo hizo pedazos con sus piés. Desde ese instante, Irene fue un ídolo popular i el encanto de los soldados, en cuya intimidad iba a vivir en adelante.

Cuando mas tarde vino la expedición al Perú, se prohibió que siguiera al ejército chileno mujer alguna. Irene burló esta órden vistiéndose de soldado i cortándose el pelo como los demás. Así entró a la compañía del capitán del 3.° de línea, don Hermójenes Camus, quien, como todos sus compañeros de armas, estaba en el secreto. De esta manera, la mujer se transformó en hombre; la costurera cambió la aguja por el rifle, i la que antes cebaba tranquilamente el mate cotidiano, iria en breve a cebarse en la sangre de los enemigos de su patria.

El soldado Morales peleó bravamente en Dolores, en Tacna, en Tarapacá i en todas partes. Reconocido su sexo en el ejército, se le toleró en atención a su valor i a su extraordinaria energía. En Tacna se batió con furia verdaderamente terrible. No daba ni recibia cuartel. Animaba a los soldados con su voz i con su ejemplo i hasta llegó a mandar pelotones de combatientes de diversos rejimientos, a cuyo frente Irene avanzaba disparando su rifle i derribando a bayonetazos a cuantos enemigos se ponían a su alcance. Era una especie de ametralladora de carne i hueso.

Al grito atronador de ¡Viva Chile! Lanzado por Irene en medio de la pelea, los soldados se reanimaban, los desfallecidos de cansancio cobraban nuevas fuerzas i respondiendo a aquel eco de la patria ausente con un galante ¡Viva Irene!, entraban al combate, cayendo unos i venciendo otros.

En medio del humo de la batalla i del tronar de los cañones, Irene era terrible y hasta feroz. Con ella no había perdon ni súplica, ni lágrimas que salvara a su inolvidable Santiago Pizarro. Mataba i mataba con la tranquilidad de quien mata pulgas. Irene encontraba una molesta pulga en cada enemigo… ¡Cuántas pulgas humanas no caerían entre sus dedos de acero…!

IV

Después de la batalla de Tacna, Irene fué uno de los primeros en entrar en esa ciudad. En la vida de guarnición o de campaña, Irene siguió prestando utilísimos servicios al ejército, especialmente a los jefes de cuerpo. No fué cantinera de un rejimiento determinado, sino de todo el ejército, por eso sirvió a todos, llevando víveres, licores, plata, etc., aun a las mas apartadas avanzadas o destacamentos, sirviendo de correo, montada en brioso caballo i echada atrás su gorra militar.

Era Irene, por otra parte, mui caritativa, sensible al dolor ajeno, de alma ancha, en donde cabian las nobles i bellas prendas que adornan a la mujer chilena. De buen jenio, sumisa, comedida, lijera como un rayo en todo, era el encanto del ejército, la hermana de caridad en los hospitales i ambulancias, la amiga fiel, cariñosa i desinteresada para todos.

Con estas buenas cualidades siguió al ejército durante toda la guerra. Pasó a vivir al Chacabuco i en este cuerpo hizo la campaña de Lima, donde se portó con la misma bizarría que ántes. En Lima pasó al 4.° de línea i allí, más tarde, contrajo matrimonio con el Cabo 1°. Alfredo Cisterna. Puso la bendición a esta pareja de guerreros, el capellan Azolas en enero de 1883.

Vuelta a Santiago, vivía últimamente con la modestia de un soldado en la calle de Marcoleta de donde salió enferma de pulmonía para el hospital de San Borja en julio de ese año. A principios de agosto de 1890, salió de él, a pesar de los consejos del estadístico del establecimiento. Volvió mas enferma el 23 i el 25 entregó su alma a Dios. Después de cumplir con sus deberes religiosos.

V

Irene Morales fue el tipo de la mujer guerrera de chilena. Como ella peleaba, peleó la Sarjento Candelaria, héroe en la batalla de Yungai de 1839. Así peléo Dolores Rodríguez, natural de Caleu, cantinera de zapadores. Así peleó Leonor González, chimbera como Irene. Cantinera del 2.° muerta por la patria en Tarapacá; i así han peleado siempre las mujeres de Chile desde hace tres siglos, cada vez que ha resonado el clarín de la guerra extranjera. Ellas, conservando en su corazón el santo amor de la patria, han militado siempre alentando a nuestros soldados con aquel grito de guerra oido resonar en casi toda la costa del Pacífico, grito que es voz de muerte i de victoria.-¡Viva Chile y a la carga…!


Cantinera del Ejército de Chile