Chile, año cero
Hoy nuestro país, desde una óptica, causas y orígenes disímiles a lo ocurrido del 11 de septiembre de 1973, parece encontrarse polarizado, o a lo menos en una dinámica de polarización. Esta última, ostensiblemente, se había iniciado el 18 de octubre pasado y se vio frenada por el covid-19, pero ya ha recobrado fuerza acercándonos a la fecha del plebiscito.
Entendemos el concepto de polarización como el proceso por el cual en un conjunto se establecen características que determinan la aparición en él de dos o más zonas, los polos, que se consideran opuestos e irreconciliables, ante una misma cuestión. Quizás Chile, en el fondo, en lo medular, desde el 11 septiembre, nunca ha dejado de estarlo, y el éxito del modelo económico en décadas pasadas ocultó ese sentimiento o sensación bajo la alfombra, como se suelen arreglar las cosas en Chile, siempre a medias, "parchando", tapando los problemas.
Es verdad también que el estado de ánimo de un país con una tasa de crecimiento entre 5 y 10% no es el mismo que cuando se avecina una feroz recesión.
En 1917, Hiram Johnson señalaba que la primera víctima cuando llega la guerra es la verdad… podríamos agregar que cuando llega una crisis económica, en política, lo primero que sale a flote, son las verdades no resueltas.
El 11 de septiembre establece una ambigüedad más en nuestra historia, en que, según algunos, se liberó al país del marxismo y retomó la paz y libertad; según otros, también que se escribieron los años más negros y violentos de nuestra patria. Nuevamente desde la ambigüedad, sectores políticos de ese entonces llamaron a alzar la fuerza, rompiendo una democracia, que en los hechos ya venía fracturándose.
El éxito económico del sistema impuesto, contrastó con las constantes violaciones a los derechos humanos. Sin embargo, y por más increíble que fuese, ese modelo económico herencia de la dictadura, fue profundizado por los gobiernos en democracia.
Como resultado de aquello, tenemos de nuevo hoy a un Chile en vía de polarización, social, económica y políticamente hablando, sin credibilidad en nuestras instituciones, creándose ribetes emocionales en las nuevas generaciones, lo cual podría impedir albergar alguna esperanza de que a la brevedad, los diferentes extremos puedan generar algún tipo de acercamiento hacia la paz social, que no logramos vislumbrar al alcance de la mano.
Chile, claramente, ha entrado en un torbellino de emociones extremas, y nuestras autoridades, fuerzas armadas, policías, parlamento, clase política en general y gobierno en nada han ayudado.
En 1972, Michel Foucault describía en el prefacio del libro "Antioedipo: capitalismo y esquizofrenia" de Gilles Deleuze; poniendo en guardia contra los absolutismos y preconizando un arte de vivir contrario a todas las formas de fascismo, ya presentes o inminentes en las sociedades que de algún modo están presentes en cada uno de nosotros; ciertos principios esenciales para evitar aquello. Podemos resumirlos como siguen:
- Se debe liberar la acción política de toda forma de paranoia unitaria y totalizante.
- Se debe hacer crecer la acción, el pensamiento y los deseos a través de la proliferación, yuxtaposición y disyunción, y no por subdivisión y jerarquización piramidal.
- Se debe abandonar la obediencia a las viejas categorías de lo Negativo (ley, límite, castración, necesidad, carencia). Se debe preferir lo que es positivo y múltiple, preferir la diferencia a la uniformidad, los flujos a las unidades, Ios dispositivos móviles a los sistemas.
- No se debe utilizar el pensamiento para conferir un valor de verdad a una práctica política; ni tampoco utilizar la acción política para desacreditar una línea de pensamiento. Se debe utilizar la práctica política como un intensificador del pensamiento, y el análisis como un multiplicador de las formas y de los dominios de intervención de la acción política.
Lo correlativo a estas consignas es uno de los derechos fundamentales, reconocidos en nuestra cuestionada Constitución y como derecho fundamental de la humanidad: la libertad de expresión. Esta va de la mano con la tolerancia y la libertad de pensamiento, encarnado en la no imposición a la fuerza de cualquier idea y lo imprescindible de la discusión. No sabemos si el plebiscito, y su resultado, el que sea, podrá entregar esa tan anhelada paz social, pero debemos intentar acercar posiciones y no seguir escalando en una violencia diaria, a lo menos verbal. Se debe "proteger" el debate. Como lo expresa el adagio erróneamente atribuido a Voltaire: "Si bien no comparto lo que usted dice, defenderé hasta la muerte su derecho a decirlo". Siempre cuidando la forma y debatiendo "de frentón" el fondo. Quizás, este 2020, sea tiempo para nosotros de hacerlo.
Cristian Zamorano
Doctor en Ciencias Políticas