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Las lágrimas del maestro

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Pronto harán doce años. Aunque lejano, el recuerdo permanece vívido y la emoción aún conmueve. Hablo de la presentación del pianista Roberto Bravo en la oficina "Chacabuco", suceso cultural que tuvo como escenario el teatro -a medio remozar- de ese reducto salitrero. Como se recordará, dichas instalaciones fueron empleadas como campo de concentración por las autoridades militares y civiles de la dictadura y cientos de chilenos fueron sometidos allí a los inhumanos rigores del régimen.

La trayectoria del maestro Bravo, su calidad, el escenario, el entorno especial y la fecha del evento, generaron una expectación que promovió la numerosa concurrencia que asistió al memorable concierto. El respeto del público por la jerarquía del pianista se hizo manifiesto y un "algo especial" reinaba en el aire chacabucano.

Todo se desencadenó cuando el artista se presentó al lado del instrumento. Serio en extremo, hizo una breve reverencia y el público le brindó la primera salva de aplausos. Las cálidas palmas del respetable fueron -sin dudas- las que gatillaron las emociones…

El repertorio ofrecido por Roberto Bravo hizo el resto:

Primero, temas del folclor chileno interpretados con maestría suma. Hubo palmas para acompañar cuecas y tonadas que encendieron aún más los ánimos. Luego, la infaltable Violeta Parra se paseó por el teclado. Vibrante fue el momento en que las notas del "Gracias a la Vida", en ese "Chacabuco" donde merodeó la muerte, conmovieron a los asistentes: la emoción escurrió por las mejillas de quienes canturrearon con un nudo en la garganta.

Finalmente, los temas de Víctor Jara llevaron la emoción al límite. Unos cantaban con la voz quebrada y los puños en alto. Las notas de "Te recuerdo Amanda" y "El derecho de vivir en paz" terminaron por emocionar al maestro Bravo. Se humedeció el teclado y titubearon las octavas. El artista lloraba y hubo de interrumpir su concierto, dando las excusas al respetable., que selló el momento con un prolongado aplauso.

El tiempo que todo aminora, no impide recordar esa tarde en Chacabuco y el emotivo desenlace, que aún conmueven.

Jaime N. Alvarado García, Profesor Normalista - Periodista