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las muertes causadas por enfermedades relacionadas con la desnutrición (en prisiones) es palpable. 63,46 por ciento de las muertes en 2019 estuvieron relacionadas con falta de tratamientos, alimentos y cuidados no otorgados por el Estado", detalló.

Luis describió a periodistas de este reportaje cómo era la situación del centro de reclusión antes de su liberación. "Había panas (amigos) que comían cada dos días. Otros comían una sola vez al día. Allí había un kiosco que vendía comida, era de un pran, pero a él también se le acabó la comida, así que ni comprando uno podía tener para comer. Algunas familias se organizaron y venían en grupos a traer la comida, pero los guardias se ponían obtusos. A veces dejaban la comida manoseada en el sol y cuando uno iba a recibirla estaba podrida. El hambre fue lo que ocasionó la protesta y los guardias respondieron con tiros. Ese virus nos jodió, nos dejó sin familia que fuera a solucionarnos. Que te quiten la visita es la peor desgracia de un preso".

La realidad es similar a la de otras cárceles de Latinoamérica, donde el Estado no cumple con sus funciones básicas de atención alimentaria, médica y cuidado. "Me da más miedo morir de hambre que infectado por el coronavirus", dice Pablo, un preso que tiene 40 años de edad, de los que los últimos 15 los ha pasado en prisión, y ahora está en la cárcel San Pedro en Bolivia. El encierro, le ha dejado hambre y enfermedades crónicas. Nadie lo visita. Su familia se olvidó de él hace más de una década. Desde entonces sobrevive con ocho bolivianos al día, que equivale a 1,1 dólar, en alimentos de muy baja calidad.

El hombre de nacionalidad peruana sabe bien lo que es dormir con el estómago vacío. Otros 400 internos bolivianos, al igual que Pablo, no tienen familia que les ayude. Tampoco cuentan con una celda donde dormir. Deben buscar cada día dónde pasar la noche. Ellos son conocidos como los presos sin sección, los más marginados de la prisión.

Cuando las visitas eran normales, las familias ayudaban con insumos a 60 por ciento de los internos del penal San Pedro en La Paz, Bolivia, una de las cárceles más hacinadas del país. Ahora solo llegan limitadas encomiendas que apenas alcanzan para 20 por ciento de la población carcelaria. Con la familia al lado, el drama de vivir en la cárcel era más llevadero. Ahora sin ella, los internos se sienten más expuestos y desamparados.

Además, la cárcel de San Pedro ostenta el nefasto récord de tener la mayor cantidad de presos muertos por problemas de salud todo en el sistema de ese país andino: los internos reciben pocos medicamentos, las condiciones son insalubres y tiene la relación más desigual médico-reclusos del país, según datos de la Dirección de Régimen Penitenciario.

Los elevados muros del penal, de unos 20 metros, encierran a más de 2.600 internos mezclados entre sentenciados y detenidos preventivos y donde se registran más de 40 patologías. El gobierno optó por cerrar las cárceles como medida de salubridad contra la covid-19 y no dotó de mascarillas, gel antibacterial y jabón a los internos, así como medicamentos, más personal médico y pruebas para detectar casos sospechosos. Un protocolo de bioseguridad, que al parecer no existe.

La decisión de sellar completamente sus recintos penitenciarios para aislarlos del mundo exterior, cancelando las visitas y los permisos de salida por tiempo indefinido como medida sanitaria para atajar la covid-19, fue la misma de la mayoría de los países. Es una forma adicional de aislamiento que agudiza la afectación psicológica entre los internos, que tampoco cuentan con asistencia especializada para atender estos temores.

"A partir del aislamiento se producen una serie de sintomatologías psicológicas como la ansiedad, por sobre todo; cuando uno sabe que cualquier situación de aislamiento tiene final, obviamente se puede acomodar bastante, pero en esta situación nadie sabe y hay una incertidumbre y esa incertidumbre es la que genera mayor ansiedad de la que se podría esperar", refiere la presidenta del Colegio de Psicólogos de La Paz, Verónica Alfaro.

En la cárcel de San Pedro ya fallecieron 14 internos en menos de 10 días. Sus cuerpos fueron sacados en cajones. Todos hablan de los muertos, se conocen, les afecta mucho. "Es como un pueblo chico", dice Pablo. "Ayer murió el gordo Juan, dueño de una pensión en población; hace dos días el loco Manuel, era un gran tipo; ver que la gente que conocemos va muriendo hace pensar que pronto te tocará a ti", señala.

El temor es tan grande dentro del penal que es generalizado que la mayoría digan sentir los síntomas. Algunos con lágrimas se despidieron de sus familiares. Hay presos con tos, fiebre, dolor de cabeza. Los cinco médicos asignados al penal no son suficientes. Los internos temen morir solos y abandonados, sin que a nadie le importe sus muertes.

En un penal hacinado como San Pedro, con 378 por ciento de sobrepoblación, las autoridades liberan espacios para habilitar lugares de aislamiento para los casos sospechosos y confirmados de covid-19, lo que significa comprimir más a algunos sectores de la población y a los propios infectados. En estos lugares, la soledad y el olor a la muerte es mucho más intenso. La incomunicación, peor. Muchos internos con síntomas prefieren no decir nada para no ser llevados a estos lugares donde las probabilidades de muerte son muy elevadas.

Uno de estos lugares en San Pedro es la Grulla. El lugar más frío y lúgubre del penal. Era una zona de castigo que fue habilitada como sector covid. Se trata de un largo pasadizo con 10 celdas, una al lado de otra, de dos por tres metros. Ahí son confinados los presos sospechosos y confirmados de ser portadores del virus. Llegan a estar hasta seis por celda y duermen en el piso. Permanecen encerrados todo el día y solo salen al baño unos minutos. No hay insumos para hacer el aseo. La atención de los infortunados corre por parte de los propios internos: comida y medicamentos básicos, si es que hay.

"Esta situación es como estar abandonado y a la vez esperando que vas a morir, estás esperando algo que es grave, muy malo, pero no hay adónde ir. Todos están ahí deambulando. Esta situación también se parece a una guerra, la incertidumbre de morir, de que te caiga un balazo, o de decir que ahorita te van a dar los síntomas, todo el mundo está así", describe Pablo.

La psicóloga indica que esta situación agrava la relación entre los internos con frustraciones que pueden generar conductas cada vez más violentas dentro de los penales, y por eso es necesario la asistencia psicológica a los privados de libertad mucho más que antes.

Alfaro destaca que el contacto con la familia es tal vez lo único que mantiene al preso con la esperanza de cumplir su condena, y en el caso de detenidos preventivos de poder luchar para conseguir su libertad.

"El gobierno optó por encerrarnos a cada uno en nuestras celdas, hay muchos casos y no se nos dice nada. El virus ya entró al centro penitenciario La Joya", denuncia a escondidas Francisco, quien enfrenta la pandemia en esa prisión panameña, donde está recluido por robo agravado. Usando su celular, objeto prohibido en la prisión, relató en audios de whatsapp las carencias sanitarias que vive tras las rejas.

"No nos dan mascarillas, no nos dan ningún artículo de aseo… No nos dejan entrar gel alcoholada. Nos oprimen, nos oprimen… En el sentido de que nos quitaron la visita y el famoso 'Paquito' (tienda en el interior del penal) donde podíamos comprar cosas de aseo", describe Francisco.

Panamá es el país con la tasa de contagios más elevada de la región, con una tasa de 60,4 casos por cada 1.000 presos. Tiene una población penitenciaria de 17.899 reos y reporta 1.082 afectados hasta el 15 de julio. En el pabellón donde permanece confinado Francisco, sin síntomas por el momento, dos de sus compañeros han sido aislados con la covid-19.

Le siguen República Dominicana, con 34,2 contagios por cada 1.000 presos (917 casos); Bolivia, con 21,2 (408 casos); Chile, con 18,3 (710 casos); Ecuador, con 12,7 (500 casos); Perú con 11,3 (1.099 casos); México, con 9,8 (1.962 casos); Guatemala, con 8,3 (203); Colombia, con 7,8 (884 casos); Honduras, con 5,6 (122); y Brasil, con 4,5 (3.482 casos).

Aunque el gobierno de Venezuela no ha reportado casos de coronavirus en las prisiones, algunas ONG han denunciado al menos 53 contagios en centros de detención preventiva que son las celdas en delegaciones policiales, en distintos estados del país. Incluso la primera semana de agosto se informó que funcionarios de dependencias policiales que albergan detenidos dieron positivos para covid-19, y se investiga el fallecimiento por coronavirus de un recluso de El Helicoide, prisión donde están los detenidos considerados presos políticos.

María Luisa Romero, experta independiente del Subcomité para la Prevención de la Tortura de las Naciones Unidas y exministra de Gobierno panameña, explicó en un artículo publicado en Open Democracy que las características propias del encarcelamiento, agudizadas por el hacinamiento, dificulta la toma de medidas recomendadas en esta pandemia para "aplanar la curva".

"En centros sobrepoblados resulta imposible la distancia física. Hasta lavarse las manos es un lujo: en muchos centros escasea el agua, en muchos más escasea el jabón y se prohíbe el alcohol en gel por seguridad. Tampoco funciona el aislamiento como se implementa para la población general; por un lado no hay suficiente espacio, por el otro, aunque los detenidos no reciban visitas, en las cárceles a diario entran y salen un sinnúmero de funcionarios y, en algunos casos, proveedores privados", analiza la experta.

En algunos países la falta de mitigación y prevención por parte de las autoridades ha hecho que la supervivencia sobrepase el miedo. En Guatemala, jóvenes desde la prisión han confeccionado 5.000 mascarillas. Los propios detenidos panameños han elaborado sus tapabocas.

La Defensoría del Pueblo de Panamá ha pedido un fortalecimiento urgente de medidas de protección sanitarias dentro en varios centros de reclusión. En el complejo La Joya, por ejemplo, se detectó que los presos incumplían los protocolos de protección, pues estaban manipulando alimentos sin mascarillas. La dirección del penal procedió a que los privados de libertad fuesen retirados de estas labores. Esto también ocurrió en el Centro Femenino de Rehabilitación, donde se detectaron 132 reclusas positivas para coronavirus.

Por otra parte, luego de coordinaciones con médicos, el Ministerio de Gobierno de Panamá ha permitido a familiares la remisión a los internos de al menos 11 medicamentos como acetaminofén, jarabes y antihistamínicos limitados en sus cantidades.

En Colombia ante el brote descontrolado del virus, reclusos y guardianes encontraron en la moringa, una planta de origen hindú, una apuesta de fe, que aseguran está trayendo beneficios. Sin sustento médico, el brebaje a partir de esta planta que fue donado por uno de los guardias, se popularizó de tal manera que muy pronto la fórmula se extendió a una decena de prisiones como receta milagrosa ante la incapacidad del Estado de dar una masiva atención satisfactoria.

La situación es desesperada. Así lo concluye José Miguel Vivanco en entrevista para esta nota: "los gobiernos y los jueces deben actuar con urgencia. Es una cuestión de vida o muerte".

¿Salud?

Lugar de aislamiento de contagiados de covid-19 en el penal de san pedro en bolivia.

Huellas de la Pandemia

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Huellas de la Pandemia, trabajo al cual pertecene este reportaje, es una serie de publicaciones que presenta con mirada regional, las cicatrices que deja la pandemia tras sus primeros 150 días. Realizada de manera colectiva por periodistas de la Comunidad de CONNECTAS, retrata en especial las realidades de la sociedad latinoamericana que busca fórmulas para sobrellevar la presencia de un enemigo devastador, letal y desconocido. En un momento en que nadie tiene respuestas, estos son relatos en profundidad que aportan a una mejor comprensión de las Américas, que revelan cómo nos ha golpeado la pandemia en un drama continuo, como lo es la expansión del virus. El trabajo completo puede ser revisado en Connectas.org