El gran ausente
"El principio de subsidiariedad del Estado fue el eje rector de este modo de pensar, buscando incesantemente minimizar la actividad estatal, lo que junto a la desregulación de actividades económicas de bienes socialmente sensibles como remedios, fue causa determinante en las colusiones de precios y en general de malas prácticas abusivas, generando altas brechas de desigualdad a todo nivel". Jorge Molina, Abogado y académico Universidad de Antofagasta
Durante décadas los seguidores de Milton Friedman, sostuvieron que el único camino Para el desarrollo económico es aquel en el cual el sector privado opera libremente, sin restricciones y sólo regulado por la simple ley de oferta y demanda; y excediendo lo económico insistieron que el mercado era el mejor instrumento para regular todos los complejos y vastos aspectos de nuestras vidas en sociedad.
Con igual énfasis denostaban cualquier proyecto que pretendiese atribuir un rol significativo a la actividad pública, haciendo que el rol del Estado se redujera en lo económico, como en las privatizaciones de la década de 1980, y también en el área social como en educación, salud, previsión social y otros.
En las discusiones legislativas sobre la ley de presupuesto, desde 1990, los parlamentarios adscritos a esta doctrina, negándose a aumentar el presupuesto fiscal dijeron que preferían un Estado chico pero eficiente y así redujeron cada vez más el Estado tanto en su volumen como en su capacidad regulatoria; por ello la mala práctica de tener funcionarios públicos a honorarios, graves falencias en los servicios públicos por falta de presupuesto o servicios sin capacidad sancionatoria como el SERNAC.
El principio de subsidiariedad del Estado fue el eje rector de este modo de pensar, buscando incesantemente minimizar la actividad estatal, lo que junto a la desregulación de actividades económicas de bienes socialmente sensibles como remedios, fue causa determinante en las colusiones de precios y en general de malas prácticas abusivas, generando altas brechas de desigualdad a todo nivel, cuya expresión más dolorosa es la extrema pobreza.
Ese proceso produjo alta concentración de la riqueza y aumentó los índices de desigualdad considerablemente, tanto en los ingresos del trabajo, en especial de las mujeres, como en los ingresos del capital. T. Piketty en El Capital en el Siglo XXI sostiene: "la distribución del capital, es extremadamente desigual en todos los países".
Para que no pensemos que esto ocurre sólo en Chile, el Premio Nobel en Economía (2001) J. Stiglitz en La Gran Brecha sostiene: "El 1% más rico de los estadounidenses se queda casi con la cuarta parte de los ingresos del país cada año".
Esa objetiva desigualdad y falta real de oportunidades, produjo acumulación de rabia e indignación, provocando la crisis social del 18 de octubre pasado, en particular en los sectores que habiendo salido de la pobreza, arriesgaban volver a ella por cesantía, enfermedad y sobre todo al jubilarse con misérrimas pensiones de vejez.
En ese escenario un desconocido y peligroso virus, trastocó nuestras vidas, nuestra sociedad y el mundo entero, la falta de vacuna y remedio para el contagio por Covid 19 cambió la rabia por el miedo a perder la vida.
La errada planificación sanitaria que se derrumbó como un castillo de naipes, según su autor, y la falta de un plan estratégico acordado, para superar los problemas económicos y sociales post pandemia, es la gran angustia que nos azota, en especial por la cesantía y hambre existente.
En efecto, a 610.000 trabajadores, según el M. del Trabajo, los hicieron acogerse a la Ley de Protección al Empleo, y según sondeo del Banco Central un 47% de esas empresas despedirán a sus trabajadores al término de ese beneficio. Además según la PUC de Santiago, se estima para este año 1,9 millones de cesantes, aumentando ese miedo incontenible a la pobreza que lleva dentro de sí todo el que la ha padecido.
Se teme que la reducción de la pobreza de los últimos 30 años, se revierta, afectando dramáticamente la frágil condición de millones de chilenos y chilenas.
Tanto la pandemia como sus efectos, que serán más severos que la recesión de 1929, según la OCDE, creó en la población la necesidad de recurrir al Estado buscando protección por el miedo a perder sus vidas y salud, quienes esperan que además de auxilio en esta crisis sanitaria se prepare y acuerde un plan de recuperación económica post pandemia.
Ello demostró el error al sostener que el Estado debía ser chico pero eficiente, primero porque ambos conceptos se oponen y segundo porque el fin del Estado es asegurar y guiar la vida en sociedad.
En el actual estado de situación, el mercado está más que ausente, y se abandonó su máxima de competir para ser exitoso, pues aprendimos que de ésta salimos todos juntos, lo que requiere cohesión social y alto grado de solidaridad, lo que se opone a la lógica del mercado.
El reciente acuerdo en torno a Ingreso Familiar de Emergencia es el punto de inicio para dar respuesta a necesidades sociales no resueltas, que nos obliga a pensar el futuro desde la perspectiva de cómo construir una sociedad de ciudadanos y no de consumidores que asegure real igualdad de oportunidades y de bienestar con derechos garantizados; y en ese nuevo derrotero crear nuevas metas y un punto de encuentro por una Región más justa y sostenible.