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"Tengo que oír el mar y ver el desierto"

ANTOFAGASTINIDAD. Julio Fernando Gonzalo Sepúlveda Bravo, artista.
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Los artistas son personas definitivamente especiales, sensibles, pero de firmes convicciones.

El pintor Julio Sepúlveda nació a fines de noviembre de 1957 en Iquique y era un pequeño cuando llegó a Antofagasta junto a su familia.

"Soy antofagastino iquiqueño, nortino absoluto. Me casé terminando la universidad, con Ximena, educadora de párvulos. Juntos hicimos lo más importante y amado, nuestras dos hijas: Miel y Paz, ambas muy autónomas, pero que hoy -afortunadamente- viven con nosotros. También Amaru, nuestro pequeño único y adorado nieto.

¿Cómo fue tu infancia y qué aprendiste allí?

-En mi infancia junto a mis dos hermanos, gocé aprender libremente en espacios diversos, más allá del colegio del que recuerdo más a las personas que las lecciones, soy sanjosesino de corazón. Fui un niño libre y feliz, que disfrutaba del deporte, hacer cosas con las manos y organizar con los amigos del barrio, epopeyas que generalmente implicaban crear y construir algo desafiante.

¿Cuál es el recuerdo de tus padres y cuál fue su enseñanza principal?

-El primer regalo divino que recibí junto a la vida, fueron mis padres, desgraciadamente perdí a mi padre -un hombre sabio y generoso- poco después de los 20; a mi inquebrantable e incondicional madre, la disfruté hasta hace unos pocos meses. Fui criado bajo la máxima "haz lo que te dicte tu corazón". Así forjé mis ideales y encaminé mi vida sirviendo una vocación.

¿Qué significa ser artista?

-Ir con el arte ha sido y es, seguir por la misma ruta desde donde alcanzan los recuerdos más lejanos, encontrarme con maestros en el camino - otro regalo del cielo- algunos por fortuna otros por el resultado de cruzar el mundo para hallarlos. Las manos y la cabeza, conforman un solo órgano, la quimera de hoy lleva ya seis lustros y los amigos de la faena están repartidos en el continente. ¿Seremos americanos alguna vez?

Entiendo que viviste varios años en el extranjero. ¿Qué te dejó esa experiencia?

-Vivir tres años en Barcelona, asistiendo a un polo donde se produce alto conocimiento, fue como ir al futuro y de paso reconfirmar mi pertenencia latinoamericana. Sin pretender seguí el camino de los grandes Matta, Tamayo, Lam, De Szyszlo, Toledo. Recientemente, viví tres años la intensidad de la naturaleza de la sostenible y pacifica Costa Rica; conocer sus tesoros artísticos originarios me agrandó el corazón.

¿Cómo ha sido la experiencia de exponer en otros países?

-Exponer en otros países es timbrar el pasaporte de nortino y llevar el sentido de pertenencia para ofrecer una interpretación de este lugar del mundo, que pretende, sobre todo, ser imagen del mismo.

¿De las muchas obras que han realizado, cuál es la que te genera más orgullo?

-Lo que más me satisface, es el fundamento que anima mi obra, que es a la vez parte de ella. Situar la creación actual sobre nuestros patrimonios originarios, pero considerando todas las conquistas habidas en el arte universal. Pero que me inviten a exponer mi obra de una universidad de Malasia, donde nos estudian a los Latinoamericanos, eso me enorgullece.

¿Cuál es la obra pendiente que pretenden ejecutar?

-Voy recién en los bocetos

¿Cuál es el espacio de la región que más te gusta?

-El mar tengo que oírlo y el desierto tengo que verlo.

¿Qué cosas te hacen feliz?

-Ese acto típicamente humano de construir imágenes, también apreciar imágenes hechas por otros.

En tiempos tan complicados ¿qué consejo le darías a personas que no conoces?

-A los que conozco y a los que no, les sugeriría aproximarse al arte, ver, oír, tocar si pueden. Hay una dimensión más allá de lo material, donde nos puede llevar el arte. No es antídoto pero ayuda.