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Después del 14 de febrero de 1879

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Obnubilada la sociedad chilena (y la antofagastina también) por el "Día del Amor", la fecha que nos preocupa -como nortinos- pasa "casi" inadvertida. Desde ese 14 memorable, el tricolor flamea en estas latitudes del Norte Grande. Pero -ya lo comenté- Rodolfo Valentino es, hoy por hoy, más famoso que el propio coronel Emilio Sotomayor o la cantinera Irene Morales.

Es que así somos los chilenos: buenos para recordar nombres de peloteros, pero malísimos para identificar a nuestros próceres, héroes o paisanos distinguidos. Por eso, es dable recordar las vicisitudes que vivieron nuestros hermanos, después de ese 14 de febrero. Los chilenos que en esos tiempos residían en Bolivia y Perú sufrieron incesantes persecuciones, humillaciones y despojos.

Apenas declarada la guerra, los connacionales que habitaban en Tarapacá o en el país del altiplano, fueron despiadadamente perseguidos. Así como se lee: en Caracoles hubo una despiadada "cacería de rotos", en tanto que en territorio boliviano, los empresarios chilenos no solo fueron puestos en la frontera: se les confiscaron todos sus bienes y sus propiedades. Prácticamente, los dejaron "con lo puesto". Distinta actitud fue la que asumió el gobernador chileno Nicanor Zenteno, quien ofreció a los empleados bolivianos seguir ocupando sus cargos y permitió al prefecto Severino Zapata y sus colaboradores, embarcarse en el "Amazonas" con destino a Arica. Los bolivianos no aceptaron y se replegaron a su país.

Lo propio ocurrió con nuestros compatriotas que trabajaban en las salitreras de Tarapacá. El gobierno peruano emitió un "edicto de expulsión" y muchos de nuestros compatriotas -familias completas- atravesaron el desierto y llegaron a pié hasta Tocopilla, al no poder embarcarse por vía marítima. La caminata tuvo perfiles de epopeya y sólo les volvió el alma al cuerpo cuando arribaron a Quillagua, que días antes había sido ocupada por las tropas chilenas.

¿Se dan cuenta?

Hay que creer en el amor… Porque mirar la historia es una tremenda señal de amor a este Chile que amamos…

Jaime N. Alvarado García