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Bailar

"El baile es voluntario, no un mero acto reflejo, en ningún caso un deber social". Héctor Martínez, Periodista
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Bailar es un acto voluntario liberador, no solo divierte sino que favorece la interacción social, se libera dopamina que inunda el cuerpo de una sensación placentera. Con el baile, presente en todas las culturas, se comunica, hay quienes se enamoraron bailando, lo que en ningún caso podría ocurrir en caso que bailar fuera forzado.

Aunque se haya nacido con dos pies izquierdo y, a riesgo de pisar callos, todos más de alguna vez hemos bailado, ya sea un Vals, Bolero, Foxtrot, Charleston, Twist, Disco, Rock, Hip- Hop, Reggae o Reggaeton. En los sesenta se bailaba a Go-Go, en los 80, el de los que sobran era furor, incluso hasta hoy, pero también perdura el Corrido mexicano y hace unos años llegó la Cumbia villera. Se baila a cualquier día y hora, por más que John Travolta, prefiera de manera febril hacerlo el "sábado por la noche"; se baila también en el trabajo, como pausa activa.

Si hasta Nosferatu bailaba, claro está que "La Danza de los vampiros"; Elvis movió la pelvis y Michael Jackson, como eximio bailarín, impuso el "Paso lunar".

Se puede bailar de manera colectiva, en masa, o individual, ya sea en una pista de baile o, como Miguel Mateos, con la sombra en la pared. Si uno es tímido, bailará en la ducha, o como Billy Idol consigo mismo, ahora si se atreve a romper barreras a lo Gene Kelly, bajo la lluvia.

Pero también para recordar a un ser desaparecido, como Sola Sierra cuando bailaba "La cueca sola" o para denunciar una injusticia como lo hacen "Lastesis". Aunque no todo baile es inocente, hubo uno que tuvo un fin innoble, el de Salomé, que con su danza obtuvo en bandeja de plata la cabeza de Juan el Bautista. Mas cualquiera sea el baile, siempre debe estar presente el hecho de querer bailar.

Como no bailo mucho, más bien nada, ojalá nunca me ocurra toparme en medio de la calle con una barricada, deba bajarme del auto y forzado a bailar. Si ello acontece recordaría lo que hizo el bailarín Rudy Nureyev, cuando en el aeropuerto de París corrió y saltó la barrera de la zona de seguridad, para desertar de la Unión Soviética, pedir asilo en Francia y lograr su libertad; por cierto que no lo imitaría, bailo poco, menos sé pasos de ballet, no soy tártaro y tengo miedo que me pueda fracturar, lo más sano, entonces, sería dejar el auto y ponerme a caminar.

Ahora bien, si alguien piensa que para conducir un vehículo se requiera bailar, debiera ser entonces requisito para sacar licencia de conducir. Para promover la regionalización en La Araucanía los conductores bailarían Purrún; en Magallanes, Cueca chilota y en el Norte Grande, Trote nortino.

Pero sería un desastre, porque el baile es voluntario, no un mero acto reflejo, en ningún caso un deber social, menos, entonces, si voy conduciendo un vehículo alguien tiene el derecho de obligarme a bailar para dejarme pasar, porque hacerlo a la fuerza, es del todo contrario a la esencia de bailar.

Los medios de comunicación

Los ataques recibidos por diarios, televisión, radios y otros medios, son una muy mala y peligrosa señal para la democracia. El periodismo debe ser libre. Son los medios formales los que han destapado casos de corrupción; no hay ningún asunto relevante que no se haya tocado, evitado o censurado, tal como algunos quieren hacerlo ver.
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El derrumbe de las instituciones ha afectado también a los medios, en especial a la televisión. Estos son observados por parte de la población como entes que tergiversan o manipulan los hechos.

El avance de la democracia y las redes sociales hace que un ejercicio de ese tipo sea casi imposible, en el entendido de que la contrastación de hechos proviene de distintas fuentes. Vivimos en una sociedad más transparente. No se trata de establecer verdades, sino de entregar la mayor cantidad de elementos a las audiencias para que estas se formen una opinión lo más amplia posible y así acercarse a la verdad.

Estos días se han observado ataques a distintos medios, radiales, televisivos y escritos: los más graves afectaron a El Mercurio de Valparaíso, el diario de habla hispana más antiguo del planeta y el Líder de San Antonio.

Vándalos provocaron un incendio y provocaron destrozos que no pueden tener justificación.

Algo similar ocurrió con nuestra casa periodística el pasado 13 de enero.

En todos los casos, había personas al interior de los inmuebles. Seres humanos que son padres, madres, hijos, hijas, hermanos, abuelos, nietos; tienen amistades, sueños y vidas por desarrollar. Pero lamentablemente, para unos pocos que hacen muchísimo daño, la vida humana tiene distintos pesos, dependiendo si se trata de quienes piensan igual a ellos.

Los medios apoyan la democracia, alientan el diálogo, no avalan la violencia y no pueden trabajar con tranquilidad si eso no se comprende y se acepta como un absoluto. Necesitan libertad, lo que no significa ausencia de responsabilidad, en absoluto.

Son los medios formales los que han destapado casos de corrupción; no hay ningún asunto relevante que no se haya tocado, evitado o censurado, tal como algunos quieren hacerlo ver. Y ciertamente han ayudado al levantamiento del país en cada instancia crítica, siempre han estado comprometidos con el desarrollo de la nación.

Pueden -podemos mejorar- claro que sí, y para eso necesitamos de la participación activa, democrática e informada de la sociedad.

Sin prensa libre no hay información ni democracia.

¿Qué intríngulis? ¡Ningún intríngulis!

"Lo que se suscribe ahora, nuestras acciones presentes, los acuerdos mayores y menores de hoy, no deben ser cortoplacistas". Raúl Caamaño Matamala, Profesor Universidad Católica de Temuco
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Los niños de hoy, el año 2050 tendrán treinta y tantos o cuarenta años. Y hoy, pocos, muy pocos se ponen en ese escenario. ¿Cómo será aquel nuevo tiempo? Más de lo mismo, mejor, peor. ¿No lo saben? ¿Quién lo sabe?

Vivimos el presente, el hoy y, con algo se suerte, mañana, el lunes, los próximos días, el fin de mes. No es usual proyectarse en el tiempo, soñarlo, preverlo, anticiparse.

Para unos, los segundos cuentan; para otros, los minutos suman; para muchos, las horas valen; para varios, los días sí importan; para unos tantos, las semanas son una hermosa espera; para unos cuantos, los meses sí significan; para todos, los años se agradecen. Todo segundo, minuto, hora, día, semana, mes y año es aprendizaje, es vida, es amor,...

Bien, buen ejercicio, aun así, no llegamos al año 2050. ¿Es mucho tiempo? Hay instituciones que efectúan planificaciones a cinco años, a diez; por ejemplo, por estos días, en nuestro país, se conocen planes de desarrollo institucional 2020-2024, o 2020-2030 y a nivel internacional, organismos como la ONU, o Unesco, planean o ejercitan acciones con proyección al año 2050, en los que sobre la base de cifras, experiencias, datos, se escalonan proyectos que apuntan a mejores estándares, a escala humana, con apego y respeto al medioambiente y en sinergia con el desarrollo tecnológico.

Y aquí recuerdo a Céline Cousteau, nieta del oceanógrafo más famoso del mundo, Jacques Yves Cousteau, quien en una entrevista interpelaba al auditorio señalándoles: "¿Puedes mirar a los niños a los ojos y decirles: no me importa tu futuro?"

Impresionante interpelación, y nos rebota a todos y todas. A tooooodos. Hay una respuesta, solo una respuesta cabe, mas una respuesta que obliga a la par a una reflexión serena, sosegada, reposada. No da para una respuesta para la galería, para el registro de un acta, para grabarla sin más. Es, debe ser una respuesta comprometida, que implique acción, que involucre decisión, que signifique compromiso.

Lo que se suscribe ahora, nuestras acciones presentes, los acuerdos mayores y menores de hoy, no deben ser cortoplacistas, no deben ser con calculadora; al contrario, deben tener en cuenta al prójimo, al otro, a los que vienen, a las nuevas generaciones, a nuestros hijos, a nuestros nietos. ¿Qué intrígulis?

¡Ningún intríngulis! Los niños y niñas de hoy y de nuestro Chile futuro han de contar en todas nuestras disquisiciones de hoy, pero en favor del bien estar de los niños del 2050.