Escribir sólo el primer día del mes y dejar libres los demás. De eso se trata "Un año", libro originalmente publicado en 1935 con el título de "Ayer" y "Miltín". Álvaro Yáñez Bianchi decidió no hacer nada de lo que se esperaba de su vida. Cuando su padre, Eliodoro Yáñez, trató de indicarle una vocación, le prometió "no trabajar en nada, no ganar un peso". Y pasó a llamarse Juan Emar. Lo que pronunciado en francés se oye como "estoy harto".

Formado artísticamente en Francia, su trabajo más sistemático fueron las Notas de Arte publicadas en La Nación entre 1924 y 1927, apoyando al grupo artístico vanguardista Montparnasse, del que formaba parte. Años después, con su segundo matrimonio a cuestas, ya cuarentón, comenzaron a aparecer sus libros, muy distintos a la prosa del primer tiempo.

Como señaló la escritora Claudia Donoso, "en pleno naturalismo criollo no creía que la literatura tuviera su origen en la realidad ni que su función fuera ser espejo de ella".

Tras el silencio crítico y de público, se encerró desde 1942 a escribir "Umbral", una obra de miles de páginas, hasta su fallecimiento en 1964.

El escritor César Aira, en su "Diccionario de autores latinoamericanos" (2001), dice que "Emar no hizo nada por publicarlo, y dejó una copia única, que corrió graves riesgos (…) terminó en manos de un editor holandés radicado en la Argentina, Carlos Lohlé (…) por lo que puede adivinarse a través del texto fascinante de este anticipo, 'Umbral' es una especie de fenomenología de la imaginación literaria".

Raro

Rara como su obra es la trayectoria de sus libros. Rara como su obra han sido sus lectores acérrimos, entre ellos varios escritores que pueden ser más raros gracias a él. Aira menciona a los surrealistas chilenos como Alejandro Jodorowsky, quien afirmó: "Ahí estaba el loco Juan Emar creando la verdadera prosa chilena".

En 1971, con la reedición de "Diez" (Editorial Universitaria), el nombre de Emar sonó como destello. Para entonces ya contaba con el apoyo de Pablo Neruda, que lo compara con Kafka. Ignacio Valente, crítico de El Mercurio, lo compara a su vez con Proust, Joyce y Sartre.

El tiempo le daría más lectores y libros. En los últimos años diversas editoriales han completado su acervo con obras inéditas y fue la Biblioteca Nacional la que finalmente sacó adelante todo "Umbral".

Un diario que no es

"Doce comienzos para un final" es el prólogo de la flamante edición de "Un año" (UDP) y fue escrito por la chilena María José Navia: "Tenemos un diario que no es un diario. No porque le falten fechas, sino que le sobra vida, imaginación, desparpajo (…). A un diario que no es nunca solo un diario sino una máquina para darle cuerda al mundo".

Una máquina que comienza con la lectura. El primero de enero el narrador lee "La Divina Comedia" en lengua original. Todo es extraordinario del principio: "Tiré hacia mí lentamente, dulcemente. Empezaron a desplazarse brazo, mano y libro con la lentitud de pesadilla de un caracol".

A comienzos de febrero escucha mucha clásica. "(…) mi mayor felicidad habría sido poseer una magnífica voz de tenor; demás decir que no canto y si canto lo hago como un cerdo". En marzo le solicitan recibir un amigo muerto. En abril son los funerales de este amigo muerto. Sobre ese retraso del tiempo (que el funeral del amigo no haya sido el día dos o tres del mes de marzo), escribe "(…) tal extrañeza se disipará cuando diga que así he fechado porque así lo requiere la organización y construcción de este dietario". Todo esto es explicado en una nota al pie, casi una digresión al relato, que se burla de la convención de la anotación diaria y su pacto con la realidad.

En la próxima nota al pie señala una corrección que le hizo el poeta y amigo Vicente Huidobro, quien pide suprimir una "sonrisa estereotipada" y sugiere una "sonrisa de alambre". Emar la comenta y la agradece. "Esta, pues, justamente en ese término medio soso que pasma a los últimos barrigones y atrae a los primeros literatoides". El agradecimiento hay que leerlo bajo la mordacidad de ambos. Huidobro decía que el autor de "Un año" escribía con "las patas", pese a que Emar publicaría en La Nación un adelanto de "Altazor" de Huidobro.

En mayo, escribe "Hoy he traspuesto el umbral de mi biblioteca. Hacía diez y siete años que no había penetrado ni una sola vez en ella". "Umbral", como la obra interminable a la que dedicó las últimas décadas de su vida. Siguiendo con su diario, en su biblioteca encuentra "Los Cantos de Maldoror", del Conde de Lautréamont, y dentro unos bichitos comiendo letras.

Junio es uno de los meses de más extensa escritura. Se encuentra con "viejas" frente a la Escuela de Altos Estudios Politécnicos. Huye de esas "viejas" a un edificio de amigos, donde se esconde y siente rabia primero contra sí mismo, después con los demás por no protestar contra las sombras que los persiguen, y por último contra "Dios", por permitirle mirar a todas las vidas de un edificio anónimamente.

En julio hay un accidente de tránsito y aparecen un nombre de esos que gustaban a Emar. En este caso Estanislao Buin, empresario. Se infiere, por "(…) su carpeta de bonos y acciones bajo el brazo, con sus anteojillos de oro y su lomo encorvado, apareció a grandes troncos sonoros". Tras una descripción como esta, recordamos la respuesta que le dio a su padre cuando discutían su futuro a los veinte años.

Ese carácter de mantenido no lo hacía más simpático, y eso ve en cómo se representa el mundo, el universo en sus obras.

juan emar se encerró los últimos días de su vida en vilcún a escribir "umbral".

Por Cristóbal Gaete.

fundación juan emar