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Demasiados puntos ciegos

El desconocimiento que tenemos de tantos planos de la vida es un desafío para aquellos que hacen política, como para las universidades y centros de estudio. No se trata de volver a la normalidad anterior al 18 de octubre de 2019, sino de gestar un pacto nuevo, que implicará conocer más de nosotros mismos y de aquello que nos rodea.
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Entre los muchos fenómenos que ha dejado en evidencia la crisis social, uno de los más destacados surge con la aparición de nuestras ignorancias en relación a los distintos planos del acontecer.

Van algunos ejemplos: los jóvenes, las redes sociales, la magnitud de la molestia incubada por largo tiempo y el tipo de país que hoy somos y el que queremos ser.

Por cierto hay muchos más, pero podríamos apreciar que estos son absolutamente trascendentes en el último tiempo.

Los jóvenes son un mundo, en realidad, una serie de mundos desconocidos. No se mueven en las claves clásicas de izquierda y derecha que han conducido la interpretación del último medio siglo; no parecen tener traumas (como las generaciones anteriores); son altamente conectados, individualistas, cursan varios años de estudio, pero aun así, muestran una heterogeneidad que hace imposible categorizarlos y conocerlos en detalle.

Están ahí, pero nos resultan un puzzle difícil de completar.

Igual que las redes sociales, las que ocupamos habitualmente, pero no sabemos qué efectos producen en nuestra cotidianeidad, salvo que en efecto la están alterando. Porque existimos en el lenguaje, allí nos movemos y eso se está modificando.

La violencia incubada también estaba allí y no la supimos leer ni interpretar, menos hacernos cargo. Descansamos en la estadística y en los números macro, que siendo importantes, no son lo único, porque la vida es más compleja que las disciplinas.

Tampoco de lo que somos y menos del sueño de país que ofrecemos para el futuro.

No parece haber nada claro, ni menos un consenso básico que nos conduzca a algún puerto, a pesar de que la población reclama un protagonismo de la que se le ha dejado aparte por mucho tiempo.

Son parte de nuestras cegueras, cuestión que debemos corregir, para comenzar a caminar en una dimensión diferente. No se trata de volver a la normalidad anterior al 18 de octubre de 2019, sino de gestar un pacto nuevo, que implicará conocer más de nosotros mismos y de aquello que nos rodea.

La cultura del ego

"El individualismo exacerbado, nos ha pasado la cuenta y es uno de los factores no muy dimensionado de la crisis actual no solo de nuestro país". Raúl Caamaño Matamala, Profesor
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El cultivo del ego en sí no es malo, solo que, si de ese cultivo se hace una práctica intensiva, 24/7, sin perdonar un solo día del año, se cae en una costumbre o hábito que daña, que afecta al prójimo, de un modo indirecto que si no directo.

¿Cómo es eso posible? No se visibiliza al tú, pues todos los límites se restringen al yo, el yo se encapsula, se ensimisma. El concentrarse, o reconcentrarse en sí mismo es una práctica in crescendo desde el último cuarto del siglo veinte y lo ya recorrido de este, el veintiuno. Este acentuamiento del yo, este individualismo exacerbado, nos ha pasado la cuenta y es uno de los factores no muy dimensionado o detectado en los análisis de la crisis actual no solo de nuestro país.

Ya podemos hablar de la cultura del ego. Sí, ni más ni menos. ¿Ejemplos? Muchos, pero muchos. La sociedad ha experimentado cambios, y de lo que trato en esta columna, la sociedad, la comunidad, cada vez más es menos comunidad, solo lo es de chapa, de nombre. La sociedad cada vez más se ha convertido en un colectivo de individualidades, que ni siquiera de individuos, menos de seres humanos. Muchas veces les he dicho a mis circunstanciales estudiantes, cuán difícil es ser un humano. Seres humanos muchos, los podemos contar, pero de todos ellos, de cada uno de ellos, ser un humano, pocos.

De la cultura del ego a la cultura del egoísmo, solo unos pocos pasos. ¿Qué hacer? ¿Qué hacer? Detenernos, parar un poco. En general, nos vienen bien estos días de fin de año y de inicio de otro. La pregunta sigue latiendo, ¿qué hacer? Escapar de la individualidad, poco a poco, salir del yo necesario, para transitar al conocimiento del tú, del otro, del prójimo, como quieran llamarlo.

Pasar de ese conocimiento, a un reconocimiento, es buen signo. ¿Qué efecto tendría? La construcción de la nostridad, hacer del yo y del tú, un nosotros, real, no ficticio, no ocasional, sino cada vez más real. Empatizar, hacer funcionar las neuronas espejo. Dejar de ser un solo, un solitario, y pasar a ser un solidario.

Los locos años 20 en Chile

"Si revisamos las estadísticas, las principales demandas de los chilenos se vinculan a un rol más activo del Estado en la protección de sus derechos". Alberto Torres Belma, Sociólogo y Académico de la Universidad de Antofagasta
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Hace un siglo se daba inicio en los EE.UU a la época bautizada como "Los Locos años 20", período caracterizado por la bonanza económica de la potencia que permeó a la mayoría de la población, gozando de los beneficios de dicha expansión, lo que se extendió hasta la Gran Depresión de 1929.

En el caso de Chile, los locos años 20 del siglo pasado marcaron el ascenso de la clase media al poder con la elección de Arturo Alessandri Palma como Presidente de la República, lo que conllevó la discusión y promulgación de importantes leyes sociales, cuyo espíritu emergió del desencanto de la ciudadanía con el sistema político y sus niveles de desigualdad, ya materializado en la denominada "cuestión social" de principios del siglo XX.

Las leyes sociales promulgadas durante el Gobierno de Alessandri consideraron el nacimiento del Código del Trabajo, la jornada laboral de ocho horas la jornada laboral, la limitación del trabajo femenino e infantil, la creación de la Inspección del Trabajo; el establecimiento del seguro obligatorio contra accidentes y la indemnización por estos mismos, entre otros aspectos.

La promulgación de dichas leyes permitió una relativa calma en la sociedad y la emergencia de un espíritu de justicia social en aquellos locos años 20, con un rol preponderante del Estado por el bienestar de los ciudadanos.

Al parecer, nada es coincidencia. Si podemos afirmar que cada 40 años nuestro país experimenta una crisis institucional de proporciones, cuyo sustrato es la ineficacia del sistema político para anticiparse a las dinámicas sociales, no es descabellado pensar que los locos años 20 del siglo pasado se replicarán en la década que acabamos de iniciar, cuyo sello aparente será nuevamente la justicia social y el rol del Estado en el bienestar de los ciudadanos.

Es por ello que los líderes políticos no sólo deben ejecutar un discurso potente, sino también conocer los antecedentes históricos que marcaron algunas décadas en nuestro país y avizorar el carácter cíclico de los fenómenos sociales.

Si revisamos las estadísticas, las principales demandas de los chilenos se vinculan a un rol más activo del Estado en la protección de sus derechos, la existencia de condena efectiva a los abusos cometidos por agentes económicos, una reforma al sistema político que garantice una mayor participación de la ciudadanía; y el surgimiento de leyes que resuelvan problemas sociales concretos de nuestros compatriotas.

Por lo tanto, asistimos a una reaparición de los locos años 20, aunque con un tinte mayor, caracterizado por una fuerte efervescencia social, cuya regularidad y alcances son difíciles de predecir; pero que carecerá en los primeros años de esta nueva década del auge económico que caracterizó a los Estados Unidos en igual período hace un siglo, por cuanto como país tendremos la dura tarea de reponernos de las consecuencias macroeconómicas del estallido social, asociado a acciones violentas, que han afectado las fuentes laborales de miles de chilenos y chilenas.

Aun así, debemos abogar por un mejor país y mayor justicia social en esta nueva década.