Ataques contra toda la sociedad
No puede existir un relativismo cómodo en estos momentos: los últimos incidentes ocurridos en la capital regional son hechos de pura y categórica delincuencia. Atacar una iglesia, centros de salud, el comercio, cualquier cosa, es derechamente inaceptable, a pesar de que el silencio de muchas autoridades tiende a normalizarlo y a aceptarlo.
Un daño tan inaceptable como increíble es el que se apreció especialmente el fin de semana en la capital regional, con los ataques al Centro Oncológico y la Basílica Corazón de María, dos estamentos que nada tienen que ver entre sí y tampoco respecto del debate que el país tiene en relación a su futuro.
Los hechos fueron protagonizados por una minoría que ha hecho muchísimo daño en varias de las jornadas recientes, incluida la noche del miércoles. Se trata de sujetos dedicados al robo y otros que no quieren diálogo bajo ninguna circunstancia.
El daño a la Basílica no es al pueblo católico, sino a toda Antofagasta. No hay que profesar esa fe para sentirse violentado con este tipo de atentados que caen en el círculo de siempre: empañar a toda una institución a propósito de casos puntuales.
En tal sentido es destacable la reacción de cientos de ciudadanos que se dirigieron hasta el sitio para manifestar su rechazo a la violencia como forma de expresión aceptable.
El acto sobre el Centro Oncológico es igual o peor. Se trata de un hecho irracional, absurdo, que solo golpea a los enfermos de un mal que causa mucho daño en el Norte Grande y que le cuesta millones de pesos al erario fiscal. Pero igual de idiotas han sido cada uno de los hechos más tristes de los últimos días: los saqueos a tiendas, la destrucción de propiedad pública y privada, como señaléticas, semáforos, artefactos que sirven a las personas.
Un absurdo por donde se le mire.
Un punto aparte y doloroso es que muchos de quienes protagonizan estos hechos son jóvenes universitarios, quienes parecen cargados de un odio irracional contra aquello que no les gusta o no entienden. Ello parece un fracaso de la sociedad nacional y un llamado de atención para algunas casas de estudio que no saben quiénes son sus alumnos, qué hacen, qué creen y no les acompañan en su devenir.
Son especialmente ellos uno de los sectores más privilegiados de la sociedad y poco le devuelven al país parte de los beneficios que gozan.
Lo único tranquilizador es que se trata de una minoría, de un sector extremo, pero que debe atenderse porque en Chile nadie sobra.