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Chile tiene cita con su propia historia

"No se debería mirar hacia otro lado como si no pasara gran cosa, se debería más bien prestar atención a lo que se está denunciando".
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Contra viento y marea, después de 30 años de apatía, el pueblo chileno se despertó. Para mucha gente esto es un shock, muchos segmentos de la sociedad parecían haber aceptado, hasta ahora, las reglas del ultraliberalismo económico sin escándalo rupturista, respetando las leyes de una democracia representativa de "notarios".

La apatía del pueblo chileno tenía una explicación: una especie de pacto silente para evitar reabrir las heridas de una dictadura militar que reinó en Chile de 1973 a 1989. Pero, con el paso del tiempo, el costo de esa "transición pactada" se estaba volviendo cada vez más exhorbitante para la sociedad chilena: una educación pública hecha pedazos, un sistema de salud de calidad inaccesible para la gran mayoría, pensiones de jubilación miserables y, la gota que hizo rebalsar el vaso, un transporte en común cada vez más caro y no en concordancia con el servicio prestado.

Casi dos millones de personas en las calles: ¿esto es solo para reclamar la disminución del precio del pasaje de Metro en Santiago?...Por supuesto que no: este movimiento social exige que todo el legado de la dictadura no resuelto satisfactoriamente, se discuta por fin en términos (micro) económicos, políticos e incluso jurídicos. Chile tiene cita con su propia historia.

¿Qué nos están (re) enseñando estas chilenas y chilenos? Simplemente que las estructuras, ya sean económicas, militares o legales, deben hacerse para los individuos y no en contra de ellos. Es por eso que una de las principales demandas de los manifestantes es la de adoptar una nueva Constitución. No unas enmiendas a la actual Carta Magna.

La actual Constitución chilena fue instaurada por Augusto Pinochet en 1980. Aunque ya ha sido purgada de sus principales enclaves autoritarios en 1989 y 2005, sigue marcada por este origen dictatorial. Por un lado, dispone poderes de excepciones, que se han visto aplicados en estos últimos días, que otorgan al ejército un poder discrecional excesivo a la luz de los estándares democráticos (áreas colocadas directamente bajo el control del ejército, toque de queda, limitaciones de la libertad de tránsito). Por otro lado, esta Constitución sienta las bases para una economía neoliberal, brindando una mayor protección a los derechos económicos y, por lo tanto, impidiendo constitucionalmente la implementación de cualquier reforma económica significativa. Al no cambiar la Constitución después de la dictadura, Chile pensó que podría hacer una transición sin problemas.

En Chile, no hay más remedio que adoptar una nueva Constitución. Enfocándose en los problemas estructurales del país y no en medidas paulatinas y diversas, las mujeres y hombres chilenos muestran que esto no es solo una rebelión de mal humor o un descontento transitorio que será apaciguado por el simple retiro del aumento de precio de un pasaje de metro. La ley (y en particular el derecho constitucional), la economía, la policía y las Fuerzas Armadas deben servir a la sociedad y no al revés. Al prisma de estas legítimas demandas, la represión iniciada por el Presidente Sebastián Piñera parece aún más desproporcionada: el estado de emergencia no puede hacer nada en contra de lo planteado anteriormente. El pueblo chileno, y especialmente su juventud, gruñen. No se debería mirar hacia otro lado como si no pasara gran cosa, se debería más bien prestar atención a lo que se está denunciando.

Este artículo fue publicado en "Le Monde", de Francia

Carolina Cerda Guzmán

Profesora de Derecho Público en la Universidad Paul Valéry Montpellier

Días para dejar los absolutos

Como pocas veces, hay un consenso en la urgente necesidad de abordar los problemas que aquejan al país. Eso es muy bueno y ahora hay que avanzar en las soluciones. Lo que creemos como cierto está cambiando cada vez más velozmente, por lo que tener mayor flexibilidad, fortaleza emocional y capacidad de escuchar y empatizar será cada vez más urgente.
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Es fácil caer en los absolutos por estos días, es decir, exigir y manifestar posiciones monolíticas, que solo ponen el acento en la diferencia y en la destrucción del otro. Son tiempos políticos, pero además modelados por el impacto indeterminado de las redes sociales, donde la popularidad parece ser el estándar con que se mide el éxito. No es lo correcto o lo mejor lo que se busca, sino el alcance del mensaje.

Nada más alejado a la conveniencia de la vida social y a la propia historia de Occidente, que ha sido capaz de romper varios dogmas, incluso con dolor, para avanzar hacia posiciones más flexibles y certeras, entendiendo que vivir es complejo y abundan más los grises que los blancos y negros.

Hay poca voluntad de acuerdos a niveles cupulares, se enfatiza el incordio, las brechas y grietas, pero muy poco con los acuerdos que están a la mano. El país se ha circunscrito demasiado tiempo en una lógica de poca colaboración, tanto en la izquierda, como en la derecha y las consecuencias están a la vista.

Hoy por ejemplo, existe coincidencia plena en lo genuino del malestar social y la necesidad de abordarlo. Aquello es lo importante y debe ser lo urgente. Pero exige abandonar las trincheras.

No podemos seguir en el ritmo de una sociedad individualista y mediatizada por las redes sociales, donde hay pocas conversaciones y mucha certeza, donde abundan los "expertos" en todo, sin entender que aquello que denominamos verdad -salvo en la ciencia- es más una construcción social, un consenso, atrapado en el lenguaje y en el momento histórico en el que nos detengamos.

La construcción de creencias, obviamente depende de alguien que tiene poder para establecerlas y ese alguien llega a tales conclusiones basado en una perspectiva que parece ser siempre un análisis subjetivo/histórico/emocional. Así hoy definimos que la esclavitud es mala, juicio que era completamente diferente hace apenas dos siglos o incluso algunas décadas en EE.UU.

Todos debiéramos preguntarnos cuánto contribuimos a generar un mejor o un peor país, a causar odio y diferencia o encuentro y posibilidades de acuerdo. Vivir es encontrarse y conversar entre los grises.

No hay peor sordo

"El tiempo es inexorable, urge llamar a plebiscito para discutir, una nueva Constitución, asamblea constituyente". Jorge Molina, Abogado
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Los miles y miles que marchan por las calles reclamando un mejor futuro, como ayer lo hicimos por el No y antes en solidaridad con el pueblo de Vietnam, tienen el signo común de unir emoción y razón tras buenos propósitos que marcan su etapa histórica.

Lo actual simboliza el término de transición de dictadura a democracia, si bien se recuperó la democracia, Chile se situó en el plano mundial, los Derechos Humanos tienen que respetarse, no fue suficiente para vivir en plena democracia. Los sistemáticos abusos como colusión de precios en remedios y retardar el proceso democratizador, 15 años para terminar con senadores designados y vitalicios, 25 años para cambiar el binominal produjeron rabia por la tozudez a hacer cambios profundos.

El viernes 18 pasado el gobierno abandonó la política y decretó estado de emergencia para demostrar su control del orden público, olvidándose que el verdadero orden social se logra cuando los ciudadanos hacen suyos los valores sociales y actúan por convicción y no por coacción.

El movimiento social no es una invasión foránea ni alienígena, sino expresión del cansancio y rabia por los abusos y falta de protección social del Estado; en la historia del movimiento social chileno no hay violencia ni saqueos y por eso los autores de delitos serán sancionados conforme a la Ley.

Es justo demandar solución a problemas estructurales como los causados por AFP e Isapres, exigiendo una sociedad de derechos garantizados por el Estado como el Auge lo es en salud.

Este movimiento social instaló una nueva agenda pública para discutir temas pendientes, y el Gobierno no reacciona. El tiempo es inexorable, urge llamar a plebiscito para discutir, una nueva Constitución, asamblea constituyente, voto obligatorio, régimen semipresidencial, Congreso unicameral, fin al Estado Subsidiario, sólo si todos democráticamente debatamos y decidamos estos asuntos viviremos en paz y guiados por valores establecidos que nos interpreten.

En democracia las crisis se solucionan sólo con más y mejor democracia y no con estados de excepción, oír la voz ciudadana, debatir y lograr acuerdos y nuevas leyes, no es hora de salvar los muebles sino salvar la casa de todos que es Chile, no es hora de mirada corta se necesita un nuevo Estado democrático, social y de derechos, para lo cual acordar una nueva Constitución es un deber ineludible.