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La marcha de la clase media

"¿Es lógico que se fijara una tasa del CAE superior a la entonces tasa que tenía un crédito hipotecario en esa época?". Jorge Ortiz, Periodista
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El éxito de las últimas manifestaciones que vemos en nuestro país es porque las demandas hacen sentido en aquel gran sector de la población que durante décadas vio como las políticas públicas les pasaron por el lado, hablamos de la clase media. Los mismos a quienes la respuesta centrada solo en el crecimiento económico no satisfacen las demandas de hoy.

Estas políticas públicas siempre estuvieron bajo la lógica de privilegiar a los más desposeídos de la sociedad, argumento ante el cual nadie podría oponerse (públicamente), pero que en privado solo acumulaba rabia e incomprensión del por qué el Estado no apoyaba también a quienes no eran pobres, pero cuyo bienestar dependía de no tener imprevistos que lo llevaran a la insolvencia económica.

Lo anterior generó la alteración a la paz social que vemos hoy, la cual es justificada pero insostenible. Lo que antes parecía aceptable, hoy resulta imperdonable, y justa razón existe en ello pues la diferencia era que antes se podía pagar con esfuerzo por aquello, pero hoy simplemente no alcanza. Eso sí, el que antes la familia de clase media tuviera los recursos no implica que ese acuerdo fuera bueno, pues siempre fue malo. Tasas de interés que se acercaban a una usura legalizada, créditos para estudiar con tasas superiores a un hipotecario, y un largo etcétera.

Esos acuerdos tuvieron el vicio de origen de aprovecharse de la condición de indefensión de la ciudadanía que quería acceder a beneficios que por otra vía no podía y a los cuales el Estado no daba respuesta satisfactoria, acentuando con ello la desigualdad. Todo logro social comienza con un portazo llamado: "no se puede".

Bueno, hoy el gobierno demostró que aquello a lo que se negó, sí se podía hacer. Por ejemplo, nos dimos cuenta que sí se podía congelar la tarifa del Metro como también el TAG, sí se podía aumentar el sueldo mínimo de forma significativa y sí se podía establecer un seguro para que la enfermedad no mandara a la quiebra a una familia. O que justo ahora resulta que sí se podía mandar un proyecto que permitiera a las farmacias independientes comprar directo en Cenabast para hacer más justa la competencia y aliviar el bolsillo de quien padece una enfermedad.

¿Cómo se puede entender que una región generadora de energía como Antofagasta sea la que mayor alza fuera a pagar en la cuenta de la luz antes del congelamiento de las tarifas? ¿Es lógico que la banca haya sido el principal beneficiario de los tratos que hoy agobian a la gente? Creo que el camino no es estatizar las empresas sino hacer cambios que impacten de forma directa en el bolsillo. El camino del diálogo es el único que nos conducirá a un Chile mejor.

Pero ese diálogo debe venir acompañado con cambios al corto, mediano y largo plazo. Y cuando eso ocurra, podremos asegurar un bienestar a nuestras familias que nos permitan ser una comunidad más virtuosa. En el fondo, lo que hoy se necesita es un nuevo trato, un trato justo.

Reclamo de dignidad

Si algo nos muestran los cabildos es que ningún chileno quiere que esta crisis se mantenga, pero tampoco quieren volver al país que había antes del 18 de octubre. Otro asunto relevante es cuidar el lenguaje, dejar los extremos y aceptar que entramos a un territorio desconocido, donde tendremos que hacer cambios importantes en el país.
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Los detalles de la explosión social del país pueden fundarse en una cuestión económica, que podríamos advertir en el alza del precio de varios servicios. No obstante, eso no explica, en ningún caso, la magnitud de la molestia. Hay algo más profundo: la sensación de abuso y el reclamo por dignidad.

Es lo que puede advertirse en los cabildos autoconvocados por la ciudadanía, el que inició el gobierno y otras conversaciones que giran en el mismo tenor.

A tal diagnóstico se suman las centenares señales de días, semanas, meses y años anteriores, que explicitaban la molestia incubada, particularmente en la clase media emergente, que escapó de la pobreza y quiere seguir mejorando en su calidad de vida.

Pero tal desafío se ve amagado por la debilidad del crecimiento económico y el escaso acompañamiento del Estado. Aquello es identificable, a pesar de tratarse de un movimiento anómico y sin liderazgos visibles.

Se trata, lo hemos dicho antes, de un problema más propio de un país rico que de uno en desarrollo; marcado por una sociedad muy individualista que hoy percibe que sus dolores son los mismos de quienes le acompañan y que identifica en lo público, la fuente de buena parte de los males.

Reclama contra las AFP, las eléctricas, las isapres, universidades, pero su foco está en el Estado, en el gobierno y el legislativo, a quienes parece responsabilizar de no cumplir su rol, es decir, de no prestar atención a los desafíos y demandas de la población, por sobre el interés de quienes tienen más poder.

Es posible que el concepto que mejor represente el malestar sea el de la dignidad, el de romper con el abuso; por eso se repite el problema de la inequidad existente y consecuencialmente la falta de un ideario colectivo que rompa los objetivos individuales tan propios de una sociedad moderna y capitalista.

Las autoridades, cualquiera que tenga algún liderazgo, tiene la obligación de salir a escuchar esas demandas. No todas podrán ser resueltas, pero si hay una genuina intención de conversar, al menos despejará dudas, acercará posiciones y permitirá delinear algo que hoy nos pena muchísimo en el alma: tener un sueño para todos los chilenos.

Ningún chileno quiere que esta crisis se mantenga en el tiempo, pero tampoco quieren volver al país que había antes del viernes 18 de octubre.

¡Aún tenemos patria, ciudadanos!

"El sistema político no puede seguir exhibiendo una ceguera moral frente a los padecimientos de la ciudadanía". Alberto Torres Belma, Sociólogo y académico Universidad de Antofagasta
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Es célebre la frase "Aún tenemos patria, ciudadanos" pronunciada por uno de los Padres de la Patria, Manuel Rodríguez Erdoíza, dirigida a los chilenos que, en un momento de angustia, se aprestaban a retornar a Mendoza al comunicárseles que el Ejército Libertador de Los Andes, dirigido por el general José de San Martín, era derrotado en Cancha Rayada por el Ejército Realista.

Pues bien: hoy nos enfrentamos a un escenario similar, invadido por la frustración y deseos de emigrar de una realidad social que nos parece ajena, convulsionada, en que percibimos el deterioro de los lazos sociales, la pérdida de valores esenciales y respuestas descontextualizadas a la crisis social experimentada desde hace unas semanas, fenómeno que en el ámbito de la Sociología se conoce como "anomia".

Qué duda cabe que los niveles de frustración de nuestra sociedad se encuentran en un nivel elevado, siendo víctimas de la trampa de los países de ingreso medio, que refiere a aquellas naciones que se encuentran en un punto medio entre la pobreza y la prosperidad, consolidando su condición de país subdesarrollado.

Uno de los factores que posibilitan el surgimiento de la trampa de países de ingreso medio es la ausencia de sostenibilidad en el proceso de crecimiento económico de un país. Entonces, es vital para toda nación darle "sostenibilidad" a su crecimiento, algo que impacta su competitividad y la capacidad de desarrollarse no solo económicamente, sino socialmente, brindando empleo y bienestar a la población.

Por tanto, el tratamiento de la frustración crónica de la sociedad chilena se cifra en la adopción de medidas realistas y macizas, que combatan la "trampa" y la "anomia" experimentadas simultáneamente. Es cierto que dichas medidas no pueden resolver la etiología de la frustración en un breve período; pero sí es posible reseñarlas e instalar un debate que permita la consecución de conquistas sociales en el largo plazo, transformando los cimientos de la estructura política en Chile, de la mano de dos elementos esenciales: responsabilidad fiscal y social de los agentes políticos y ciudadanos, respectivamente.

Adicionalmente, la inclusión de elementos de la teoría económica keynesiana deben ser adoptados en las políticas macroeconómicas, asegurando el pleno empleo de la población, para el estímulo de la demanda y la satisfacción de necesidades. Pero eso no es todo: debe existir un compromiso de mayor gasto público del Estado, en forma realista y equilibrada, apuntando al desarrollo de programas sociales y la provisión de servicios mínimos a la población que así lo requiera, enfocándose en las clases desposeídas y media.

El sistema político no puede seguir exhibiendo una ceguera moral frente a los padecimientos de la ciudadanía, cuya práctica ha derivado en una sociedad individualista y marcada por unos principios éticos inciertos.

Es deber de nuestros actores políticos retomar la máxima de Manuel Rodríguez: "¡Aún tenemos patria, ciudadanos!".