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Chile en la encrucijada actual

"Sólo es posible manifestarse con la libertad con que se ha hecho en estos días, en una democracia real como la del país".
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El llamado estallido social revela de manera dramática una realidad que terminó por envolver a toda la sociedad. ¿Y qué percibimos directamente? La manifestación masiva más grande de la historia de Chile y la eficacia de las redes sociales. Turbas desaforadas, cobardes y abusivas, saqueando todo lo que se pone a su paso con un desprecio total a la vida humana. Grupos anarquistas destruyendo en forma simultánea bienes y servicios.

¿Enfrentamos un nuevo paradigma social? ¿El desarrollo para todos, pasa por aniquilar lo que hasta hoy se ha construido? ¿O es posible construir el país apelando a sus propios fundamentos?

La verdad es delicada y profunda e implica aspectos que van más allá de lo que simplemente aparece. Es fundamental objetivar y racionalizar los hechos que están sucediendo. La pregunta es, ¿qué sociedad queremos construir?

Y hay indicios ciertos de que la mayoría desea vivir en una sociedad democrática. Sólo es posible manifestarse con la libertad con que se ha hecho en estos días, en una democracia real como la que vive el país. No obstante, se ha expresado una diferencia substantiva, no se quiere vivir de la misma manera, es decir, ya no es aceptable el modo como la clase dirigente ha conducido el país. Todo habitante quiere sentir que transita un mundo acorde a su dignidad de persona. Pero, no sólo individuamente sino socialmente, o sea, me importa mi vecino y formo parte de la vecindad. Esta aspiración supone retomar los mínimos de convivencia que hemos construido y significa seguir las normas propias del sistema que nos posibilitó salir del estado de barbarie.

¿Y quiénes tienen el imperativo ético de liderar el cambio substancial que espera el país? En una democracia representativa es el Estado quien conduce la República a través de todos sus poderes. Y el más elemental mandato que tiene por ley es asegurar el orden público y el derecho a la vida. Y las personas quieren no sólo vivir en paz, sino con dignidad y respeto por sus derechos y la multitudinaria fiesta ciudadana así lo testimonia. No tiene que ver con el modelo o con el asambleísmo y todas esas consignas desconectadas de la realidad. No se vieron banderas de partidos políticos en las marchas que hubo en cada ciudad.

La verdad es que hay un deseo por humanizar el país que vivimos. No se visualiza ningún deseo de la gente sensata de dilapidar 30 años de desarrollo, sino más bien de atender y solucionar los problemas de todos quienes sufren injusticias.

¿Y las demás instituciones públicas y privadas? Nada será igual. Deben asumir un nuevo paradigma, en especial el mundo político y las instituciones educativas. Y lo prudente es empezar por lo más elemental en la vida cotidiana, el uso adecuado del lenguaje y luego la disposición a escuchar. Así podremos reflexionar y dialogar. De esa manera se podrá pensar colaborativamente en la sociedad que queremos construir, donde nadie quede fuera del compromiso, pero tampoco de sus beneficios.

Apelo al espíritu que dignifica a un pueblo para salir de la crisis y visualizar sus soluciones como una oportunidad para construir un verdadero país de hermanos a partir de recuperar esos gestos sencillos y cotidianos que broten del corazón y del alma. Esos gestos que compartimos en la casa, en la calle, en el barrio, en la escuela o la universidad.

Salvador Lanas Hidalgo

Director académico de Escuela de Liderazgo USS

Impacto emocional

"Hay un regreso a lo colectivo por sobre lo individual, que sin duda, nos dejará un camino y un avance en compromiso ciudadano".
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Es importante reflexionar respecto del impacto emocional que la contingencia puede tener en cada ciudadano. Me atrevo a decir que la gran mayoría ha experimentado la necesidad de unirse en marchas y manifestaciones sociales como una forma de manifestar su descontento y hacer escuchar sus necesidades, lo que podríamos llamar una "catarsis social", que por cierto quienes nos dedicamos al área clínica de la Psicología sabemos lo terapéutico que es en los consultantes poder hablar sin censura de aquello que les duele, molesta o preocupa.

Desde esta mirada me permito postular que ha sido un proceso de apertura emocional, de desahogo, de unión y conexión con otros.

Hemos visto alteradas nuestras rutinas laborales, familiares, personales, lo ha promovido una experiencia comunitaria, que desde el terremoto de 2010 no experimentábamos. Si entre vecinos no había ningún tipo de acercamiento, seguramente hoy sí lo hay, se encontraron en pasajes, calles, plazas, etc.

Paseando a los niños/as, haciendo ejercicios o en los llamados de cacerolazos en los barrios, poblaciones, condominios. Hay un regreso a lo colectivo por sobre lo individual, que sin duda, nos dejará un camino y un avance en materia de compromiso ciudadano.

Pero también nos encontramos con personas que, lejos de poder disfrutar de espacios de reflexión, de participación ciudadana, se encuentran con vivencias aterradoras, ya sea desde sus recuerdos que vuelven a surgir con la misma angustia experimentada hace más de 30 años o con experiencias recientes de violencia.

Seguramente algún amigo, vecino o familiar puede estar experimentando sensaciones de inseguridad, miedo, incertidumbre, angustia, etc. Ante ello creo que debemos apoyar a través de la contención, escuchando sin juzgar, no minimizar lo que la persona está sintiendo, permitir al otro la expresión de lo que siente, transmitir aceptación, proporcionar información válida y objetiva que pueda contrarrestar los pensamientos catastróficos y en caso de que los síntomas experimentados sean muy agudos buscar apoyo psicológico.

Finalmente sugiero tomar los resguardos necesarios respecto a la información que tienen acceso los niños respecto a los hechos de violencia que se han presentado y para ello es necesario no exponerlos a imágenes provenientes de la televisión, redes sociales o cualquier medio de comunicación que exhiban hechos violentos o personas heridas, ya que ello puede atentar en contra de la salud mental de niños que en esta etapa necesitan de cuidados y protección de adultos responsables.

Ivonne Maldonado Martínez

Académica Psicología Universidad de Las Américas

Importancia de la salud mental

La depresión afecta a un importante número de chilenos y los esfuerzos por atender a esta demanda desde el mundo público parecen insuficientes. Si se trata de una realidad ya reconocida, es tiempo de que como sociedad nos hagamos cargo de ella, porque la salud mental es la base para poder solucionar otros problemas.
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En todo el mundo se recordó el 10 de octubre el Día de la Salud Mental. Como ha dicho la Organización Mundial de la Salud (OMS), fue una oportunidad para reflexionar acerca del tema, que en el presente año se centró en la prevención del suicidio. Se ha puesto énfasis en que cada año fallecen en el mundo 800.000 personas por esta causa.

El suicidio es la segunda causa de defunción entre los jóvenes de 15 a 29 años, según la OMS.

Hace casi un mes el Ministerio de Salud presentó el presupuesto 2020 de la cartera, el cual involucra un incremento de 5,7%, con lo que el monto final alcanzará un total de 9,55 billones de pesos (14 mil millones de dólares). Entre las novedades, se dio a conocer que aumentará la cobertura a la enfermedad del Alzheimer y se ampliará el Programa Nacional de Inmunización, pero algunos parlamentarios y el Colegio Médico indicaron que no ha habido referencia a los programas de salud mental.

Desde hace tiempo, los sistemas de salud han advertido la alta incidencia que tienen las depresiones como causal de licencias médicas de los trabajadores, por lo que es una invitación para reflexionar sobre varios aspectos relacionados con la calidad de vida.

Pero el problema no radica sólo en los bajos niveles de inversión pública, sino también en el aumento de los casos de pacientes con deterioro de su salud mental. En términos de suicidios, por ejemplo, se viene mostrando una preocupante tendencia que convierte a nuestro país en el segundo de la Ocde que más aumentó esa tasa en los últimos veinte años.

Asimismo, resulta preocupante la baja cobertura que tienen estas enfermedades en la salud pública. Se considera que del total de personas afectadas por trastornos mentales, sólo un 20% recibe algún tipo de atención, lo que podría explicarse por prestaciones insuficientes, y porque se trata de males muy incomprendidos, respecto de los cuales hay una serie de estigmas de tipo social que las encubren y que impiden su pesquisa temprana, algo que pone a los pacientes en un riesgo mayor, como son los casos de las depresiones.

Es una realidad inquietante que debe abordarse.