Cuestión de dilema moral profundo
"Los hechos que corren hacen concluir que durante años se ha tratado a la persona como mero objeto, como un medio". María Guggiana Varela, Abogada y académica
Las letras de la historia que hoy se escriben son el resultado de una profunda desazón social. Esto, a propósito de un cúmulo de injusticias e inequidades que vienen arrastrándose hace décadas y que no resultan indiferentes a la sociedad actual.
Vivimos alterados por relaciones laborales inestables, abusivas, poco meritorias; por sistemas de salud y de seguridad social carentes de absoluta empatía. Por obligaciones cotidianas que agobian no solo la economía familiar, sino la paz al interior de dicho grupo humano, y tantas otras que resultaría interminable listarlas. Todas las cuales, en resumidos términos aparentan una notable injusticia.
El quid del problema es una cuestión de dilema moral profundo, que es imperioso analizar: Aristóteles en el Libro V de la Ética a Nicómaco, expresó que, si bien lo justo es conforme a la ley y a lo equitativo, lo injusto resulta ser lo no equitativo. La justicia es la única, entre las virtudes, que dice relación al otro - al prójimo -, ya que aparece afectar al bien ajeno, porque indefectiblemente se refiere a los otros, hace lo que le conviene al otro, en este - nuestro caso - al ciudadano común.
Lo que acontece en nuestras calles es un reclamo genuino a la carencia de justicia distributiva. Es un grito frente a la inequidad desconcertante que forma parte de nuestras vidas y que nace cuando aquellos que son iguales no tienen o no reciben bienes básicos de idéntica categoría y cuando quienes no son iguales, poseen y reciben bienes de la misma especie.
Los hechos que corren hacen concluir que durante años se ha tratado a la persona como mero objeto, como un medio para fines ulteriores. La cuestión es un dilema de carácter moral profundo que desconoce a la autonomía de la persona y a la justicia como valores intrínsecos.
Las soluciones moralmente correctas al estallido social que remece nuestra patria, solo nacen de lo que Emmanuel Kant denominó como "imperativo categórico", esto es, toda proposición que declara a una acción (o inacción) como necesaria.
La clase política actual debe tener como imperativo categórico al ciudadano, en cuanto persona con una dignidad intrínseca, que merece un trato especial que posibilite su desarrollo íntegro. En otros términos, siempre deberá plasmarse al ser humano, como un fin en sí mismo, pero nunca como un medio para beneficio de otros individuos.