Estudio de astrobiólogo nortino explica la presencia de vida en ambientes extremos
ASTROBIOLOGÍA. Armando Azúa, científico chuquicamatino, lideró investigación realizada en 2018.
En las próximas décadas los astrónomos van a descubrir miles de exoplanetas y mucha de esa información provendrá de la capacidad astronómica instalada en la Región de Antofagasta.
Complejos como ALMA o el futuro E-ELT en Cerro Armazones, van a facilitar el estudio de atmósferas y galaxias donde el hombre podría encontrar rastros de vida fuera de la Tierra.
Sin embargo, parte importante de los estudios que buscan el origen de la vida en otros planetas, también tiene como laboratorio natural el extenso desierto chileno y Armando Azúa Bustos es uno de los científicos más destacados en esta área.
Azúa nació en la ex oficina salitrera Pedro de Valdivia, pero creció en Chuquicamata.
"Esa es mi gran ventaja para dedicarme a esto, conozco desde niño el desierto", reconoció entre risas.
Actualmente el investigador es parte del Departamento de Planetología y Habitabilidad del Centro de Astrobiología de España (CAB), y es uno de los pocos chilenos que ha sido invitado a ser miembro y relator TED desde el 2017.
Estudio
Una de las últimas investigaciones liderada por Azúa, demostró que la vida microbiana era capaz de trasladarse cientos de kilómetros, desde la costa nortina hacia las condiciones más extremas del desierto chileno. "En el año 2015 reportamos el lugar más seco del mundo, en las cercanías de María Elena", dijo el astrobiólogo chileno.
"A pesar de ser el lugar más inhóspito para la vida, si excavábamos un poco, aún encontrábamos vida. La pregunta entonces fue ¿cómo llegaban allí esos microorganismos?", comentó.
Junto a un grupo de investigadores, el año 2018 ideó el experimento que permitiera explicar la presencia de vida orgánica en uno de los lugares más extremos de la tierra.
"Pusimos placas en tres puntos distintos de dos transectas que definimos aleatoriamente. Un trayecto iba desde Iquique al interior y el otro desde Tocopilla al interior. En el caso de Iquique, por ejemplo, pusimos placas en la costa, otra a la altura de la ruta 5 y la última cerca de Huara. Las placas podían captar el polvo en suspensión que arrastra el viento costero de la tarde", explica el investigador.
Azúa reconoce que el poco tiempo de exposición y escasa cantidad de material recolectado, en principio, le hicieron dudar de la posibilidad de lograr hallazgos relevantes para la investigación.
Sin embargo, los resultados del laboratorio indicaron lo contrario.
"Las técnicas de cultivos nos arrojaron una diversidad de organismos presentes en el desierto. Lo interesante es que el tipo de organismos que se encontró por la ruta 5 era igual a las bacterias que puedes encontrar en las costas chilenas. Lo mismo con las de las plantas que provienen de la vegetación que crece en la cima de la Cordillera de la Costa y que con el viento se trasladan al interior del desierto", puntualizó el investigador.
Marte
Se estima que Marte se ve constantemente afectado por los vientos y las tormentas de polvo que suelen cubrir toda su superficie.
El transporte mediado por el polvo y la aridez extrema de la superficie marciana, sin embargo, no serían obstáculo para la subsistencia de vida microbiana.
"Si las bacterias eran capaz de moverse en una partícula de polvo por la atmósfera más seca del planeta y fuimos capaces de cultivarla, es una señal que son viables. María Elena tiene iguales condiciones que Marte, ello podría indicarnos que en el pasado marciano la vida orgánica se podría haber trasladado de la misma forma", precisó el investigador nortino.
"A pesar de ser el lugar más inhóspito para la vida, si excavábamos un poco, aún encontrábamos vida. La pregunta entonces fue ¿cómo llegaban allí esos microorganismos?".
Armando Azúa, Astrobiólogo chileno
Datos del estudio
La primera transecta se ubicó en Iquique y tuvo una extensión de 63 kilómetros de extensión.
La segunda transecta se ubicó en Tocopilla y tuvo una extensión de 50 kilómetros aproximadamente.
La toma de muestras se realizó entre abril y octubre del 2018.
Usando técnicas con varios medios de cultivo, lograron identificar la presencia de 23 especies de bacterias y ocho tipos de hongos.