Hijo pródigo del desierto
Un día de enero en 1932, debí partir a la capital, para iniciar mis estudios universitarios. Debí ausentarme del paisaje que sostenía el agrado de mis ojos, perder la belleza estos cerros, donde se apoyó mi adolescencia.
Lejos de ellos, viví partido, como un hombre a quien le falta la mitad de su verdad. En medio de la capital empenachada por sus historias, escribía la tristísima de mi nostalgia: buscaba los cerros de Antofagasta y concluía pobre de alegrías, hundidos los ojos en la ceniza.
El tiempo se iba, lastimándome, hasta que, en abril de 1953 retorné al Norte dispuesto para el Todo y la Nada de un "para siempre": me quedaría, fiel a la majestad de mis amigos, sonreiría a mis cerros, afirmaría mis días a los hombros de este paisaje.
A poco del regreso, viajé a la pampa. Allá, me henchí del áspero y puro olor del yodo, entendiendo una noche, al abrir las sábanas del lecho de forastero, que, también, yo era parte de este aroma.
En un ir y venir sin ton ni son nocturno, repentinamente, un poco más tarde, me llegó el perfume del mar, hechizándome y envolviéndome en su gracia vital. Por primera vez, lo aspiré en disfrute de una revelación: por este perfume se completaba la plenitud de mi mismo. Era feliz:
"Llegas, /como un huésped bravío de salud,
hinchando mis narices, de fuego oceánico"
El Hijo Pródigo del Desierto de Atacama se echaba en brazos de su familia, celebrándose, ahora, como un hombre entero, con su paisaje a cuestas, pastor de cerros, pequeño novio de la ola, siervo de dos fragancias sustanciales.
¡Oh, maravillosa alianza del Hombre con la Tierra!
Alguien podría imaginar que esta cuartilla es sólo vana literatura, ¡y no guarda ninguna línea de tal! ¡Es experiencia humana por los cuatro costados!
El Hijo Pródigo del Desierto de Atacama se fundirá en sus huellas y distancias. Su eternidad vivirá en sales de este suelo… , lo acariciará este mar bienhechor.
¿No constituyen estas fortunas el Cielo y el Paraíso del antofagastino?;
"Antofagasta principia en una huella,/donde el sol fue la vivida simiente".
Andrés Sabella, El Mercurio de Antofagasta, 16.12.1980