Rafael Rubio es el poeta autor de "Viernes Santo" (Ediciones UV) y acaba de presentar su libro en el kilómetro 1 del camino a Nacimiento, donde empezó su poesía: "El camino de tierra que conducía a mi casa estaba junto a una alameda que se perdía al final de la senda, junto a unos trigales a los que les escribí un viejo poema. Hablaba que los trigos eran la sonriente dentadura del sol".
Rubio, además de poeta, es profesor y doctor en Literatura. Hijo y nieto de los poetas Armando Rubio y Alberto Rubio ha publicado, entre otros, los poemarios Arbolando (1998), Madrugador tardío (2000) Luz rabiosa (2007), Caudal (2010) y Mala siembra (2013). Desde sus primeros poemarios Arbolando (1998) y Luz rabiosa (2007) hasta Mala siembra (2013). Su Viernes Santo es un libro desesperado y al mismo tiempo una fiesta del lenguaje. En él Rubio se interna con coraje en sus propios abismos, sin concesiones ni con él mismo ni con el lector. Interpela a Dios, a la Nada y al lenguaje.
Perros y niños
Inicialmente el volumen se iba a llamar "La Sagrada Familia", un giro mordaz sobre su propia familia fracturada por la separación matrimonial y el nacimiento de su pequeña hija. Pero tomó otra dirección. Y se apartó de cierta manera de la ruptura y la desnudez autobiográfica. En 2015 llegó a "un cuerpo gozoso y doloroso, con una mejor definición técnica y emocional. Cuando el poema encuentra su lugar sucede un alivio, el orden de la estructura pareciera que tiene un importante efecto: aliviar el dolor, la angustia de vivir cada día", explica Rubio.
Con un círculo valioso y reducido de lectores fue puliendo los poemas, variando y cambiando lo que el buen juicio de esos amigos le decía.
"Estoy convencido de que la escritura es un acto colectivo, en el que concurren muchas voces, que convergen y divergen, fraternalmente, y que la autoría absoluta es, en definitiva, un mito. La autoría es siempre una coautoría. Leí una vez un texto de Foucault donde escribía que el autor nació cuando los discursos comenzaron a ser transgresivos y había que culpar a alguien por lo escrito. En este caso, soy tan culpable yo como mis amigos que colaboraron en el proceso de corrección del material".
-¿Por qué el libro se llama "Viernes Santo"?
-Debe entenderse en clave irónica. Es la soberbia inaudita de equiparar el dolor del hablante al dolor de Cristo.
- ¿Cómo entiende la santidad?
- La santidad es una cualidad que comparten los niños, los perros y los locos. Es decir todos aquellos seres que no tienen moral, ni prejuicios, ni trabas y actúan por la libre voluntad de vivir. La santidad no está en la Iglesia, ni en los dudosos intermediarios de Dios, ni el sagrario, ni en los santos. Se podría decir, por otro lado, que lo que hace de un hombre un santo es la persistencia en el dolor como un método para la construcción de la libertad total. Eso es el amor, pero un amor fuera de toda limitación moral o religiosa. Los niños, los perros y los locos no son seres religiosos, porque son la religión. Entre los irredentos, en cambio, están todos los que no somos niños ni perros ni locos. Aunque secretamente pienso que todos estamos locos, que todos somos perros y todos somos niños.
- ¿Qué es lo que le interesa del imaginario del Cristianismo?
-Me interesa el Evangelio según San Juan, en particular lo que se conoce con el nombre de El Sermón de la Montaña. No dejan de conmover aún las Bienaventuranzas: "Bienaventurados los pobres porque de ellos será el reino de los cielos". "Bienaventurados los que sufren porque ellos serán consolados". Esa esperanza me conmueve hondamente, porque la veo como la fe de un pueblo sufrido a quienes las palabras de Cristo otorgan una razón por qué vivir. Me interesa también, cómo no, el misticismo cristiano de San Juan de la Cruz, tal como la explica él mismo en sus comentarios a su gran poema "Cántico Espiritual".
Asesinato de un pato
Cuenta Rafael Rubio que como muchos, él también hizo la primera comunión. "Y el viernes santo siempre lo sentí triste y agobiante, aunque no sabía bien por qué. Mi relación con la Iglesia era bastante cercana, me gustaba confesarme. Recuerdo que una vez le confesé al cura que había asesinado a alguien. El cura debe haber saltado de su silla, espantado. ¿Es cierto que asesinaste a alguien? Sí, le dije "Asesiné a un pato". En efecto, algunos meses atrás había matado a un pato en uno de mis viajes al campo. Fue un juego, en un principio, con trágicos resultados".
Con los años, Rubio se alejó rotundamente de la iglesia católica. "Puse en duda sus dogmas, y comencé a alimentar una secreta antipatía por todo lo que tuviera que ver con la liturgia. Aversión que me dura hasta hoy, aunque esporádicamente, tengo treguas de fe, crisis de devoción, que afortunadamente son transitorias", explica.
-¿Qué opina de lo que plantea Alejandra del Río en su prólogo cuando habla del poema como posible sanación?
- Yo creo que el efecto de la poesía es ambiguo y contradictorio consigo mismo. La poesía da dolor y al mismo tiempo lo sana. La poesía comunica y a la vez incomunica. Es una "soledad sonora", que al mismo tiempo que aísla, permite escuchar lo inaudible. Ese enjambre de voces constituyen lo que llamamos silencio.
la cueca
Rubio usa la cueca como estructura métrica. Le interesa "por su concisión, el efecto rotundo y sorpresivo del remate, el ingenio exigido por la tradición de la cueca, su carácter festivo, que yo deliberadamente invierto. Es un gusto que me vino de leer las cuecas de Roberto Parra y de Juan Cristóbal Romero. La cueca me permite que asomen cosas que no quería decir. Además, me permite desdramatizar temas o experiencias pesadas de sangre.
-¿Cómo cuales?
- Como la muerte, el suicidio, la depresión para así abordarlas lúdicamente. Y forzarme a resolver el remate, que debe ser ingenioso, ojalá inesperado, alivianando el posible peso emocional predominante en el resto de la cueca.
La música es importante para Rafael Rubio. Un arte del que no puede sustraerse y mientras escribe y lee lo acompaña. Promiscuo de gustos, puede pasar de Premiata Forneria Marconi a Gilbert Becaud y de allí a Los Blops.
"La música para mí no es una forma de poblar el silencio, sino el silencio mismo, que habla. Escribo siempre con música de fondo. Todo lo que he escrito está de una u otra forma influenciado por la música. Me permite recordar, sacar a luz los recuerdos relegados al olvido, por su inutilidad práctica. Ese ritmo que subyace a toda experiencia humana y que se olvida o no se escucha o no se quiere escuchar. La música es la red de la memoria. Me declaro un ignorante en materia musical, pero esa misma ignorancia me permite un acercamiento espontáneo y desprejuiciado de la música.
Stella y rimbaud
Hay un poema en "Viernes Santo" para la poeta chilena Stella Díaz Varín, a quien Rubio recuerda que conoció en un recital de poesía en el año 2000. Cuenta que hubo un aprecio inmediato y que tomados del brazo callejearon la noche, deteniéndose de tanto en tanto en una fuente de soda o un bar donde bebieron y conversaron. "En un momento de esta errancia, se nos acercó un perro, moviendo la cola y Stella lo increpó, en voz alta: 'Yo no soy tu dueña, ándate'. Stella era poesía pura, en ella se daba una correspondencia total entre su persona y su lenguaje. Vida y obra aunadas en comunión filial. Esa noche la vi llorar. Y fue como ver llorar a un ángel. Desde entonces la visité casi todas las semanas en la especie de placita a la que daba su departamento. Nunca me hizo pasar. Seguramente porque ella vivía con su hijo y por alguna razón eso la incomodaba. O tal vez por una suerte de pudor por la precariedad -de la que me han hablado- en la que vivía".
En el banco de esa placita recitaban, conversaban y se reían pero no todo era tan plácido con Stella y tuvieron un infeliz altercado que, terminó en una pronta reconciliación. "Nos dejamos de ver por un buen tiempo y un día me enteré de su fallecimiento. La fui a despedir a la SECh. Lloré como un niño, sentado en la cuneta afuera del velorio".
El poema dedicado habla de un poeta, "tal vez yo mismo" que busca un portal donde refugiarse y en el colmo de la desesperación del toque de queda que se aproxima, toca a la puerta de la colorina Stella. "Pero no me abre. Y sigo tocando, pero no me abre. Por eso el estribillo: "Ábreme la puerta, Stella".
-¿Por qué Rimbaud en tu poesía?
- Fue un poeta importante para mí. Como autor me marcaron sus Sonetos y su Temporada en el Infierno. Lo leí por primera vez a los 16 años y literalmente me voló la cabeza, me la puso entre las nubes y los árboles. En medio de la oscuridad de muchos textos, que ni entonces ni ahora comprendo cabalmente, recuerdo el deslumbramiento que me produjeron poemas como Sensación, El Durmiente del Valle y Oración de la tarde. Aprendí muchas cosas de Rimbaud. Entre ellas, el verso Alejandrino, pues la traducción de la que yo disponía estaba escrito en versos de 14 sílabas, a la manera francesa.
No fue sino hasta leer una biografía del francés que supo de su relación amorosa con el poeta Paul Verlaine. Y desde entonces lo leyó con nuevos ojos. "Veo allí el amor entre Rimbaud y Verlaine. El Esposo Infernal y la Virgen Loca, son dos personajes que de algún modo conviven en mí.
Más tarde Rubio se impregnaría de las "Cartas del vidente" de Rimbaud de las que le impresionó el método para hacerse vidente. Esto es, a través del desarreglo ordenado de todos los sentidos.
"Su malditismo me atrajo en la misma medida en que atrae a todos los adolescentes del mundo. También acometí, en vano, la aventura de desarreglar ordenadamente los sentidos para ser el 'gran maldito', pero a lo sumo conseguí alcanzar la experiencia del ridículo.
Por Amelia Carvallo
UV