ANTONIO SANTO, CONTIGO: ¡NI SILENCIO NI ABANDONO!
Confieso, santo amigo poeta y religioso que, como tú, el maestro, no acepta mordaza para el silencio, ni destierro para el olvido y viaja cada mañana desde su hogar de aromas de cactus y araucaria, en la alegría de bellos amaneceres y, vistiendo su rostro de esperanzadora sonrisa, que comparte con el mundo todo. Allí desde su oficina, que divide; pero, se engrandece desde el amor, en la bondad humana y en la palabra hermana, para despertar las conciencias sometidas por la superficialidad temporal y fugaz del poder.
Antonio, compañero de mi alma, el maestro confiesa en esta noche de invierno que, como viajero de arenas y tallador de desiertos, en silbidos de vientos arremolinados, desde 1965, convivió, como tantos maestros, como educador con la historia épica del obrero de la pampa salitrera y sufrió con él, el silencio opresor de la puna y el viento junto al crujir de los salares; convivió la segmentación y discriminación brutal de clases sociales del salitrero; compartió el dolor de las faenas de los trabajadores del oro blanco; pero, jamás, su voz, andar, pluma, ni su tiza, rehuyeron de las rutas escabrosas, sino que siempre sus lecciones se escribieron altivas con las banderas de la hermandad, dignidad y libertad de estudiantes y familias que habitaban en la desesperanza..
Amigo del mundo, Antonio ejemplar, esta noche invernal de reflexión, en tiempo alado, confieso que, porque el hombre y la mujer, son destino, el maestro, recuerda, con sus versos eternos de sangre palpitante, cuánto vivió y sufrió por la masa sufriente del salitre y, cuánto ha alimentado espiritualmente, en medio siglo, los sueños de su ciudad y de las familias; por ello, cada segundo renueva la alegría de elegir la huella educadora. juramentándose por siempre con la nobleza de principios imborrables del gigante de la educación chilena, la Escuela Normal de Antofagasta y, como tantos jóvenes normalistas, profesor primario, esforzadamente, recorrió todos los grados académicos, premios, distinciones inimaginables, en busca de luz para, por y con los otros.
Es que Antonio de la palabra bella, el maestro se rebela en la dulzura del poeta y os confiesa que, esa siembra educadora, fue transformando las piedras y golpes del camino en puentes de encuentro, las debilidades en fortalezas, las crisis y conflictos en oportunidades de crecimiento; definitivamente, cultivando huellas que florecen los jardines del desierto moreno ,siempre enalteciendo y ennobleciendo la dignidad del ser humano de su tierra, soñando que, algún día, todas las manos y todas las voces de mi pueblo, seguirán el bello canto del cauce social de la esperanza.
Por ello, Santo Antonio del Ancla de Oro:
¡El maestro no vivirá jamás en silencio, hasta que conviva con la señora muerte y allí, desde la raíz del pimiento eterno, su voz y su canto libertario, se esparcirá por todos los confines de la tierra y las gentes de la nortinidad !
un santo para antofagasta