
Medio siglo después de pisar la luna
Neil Armstrong dejó su huella en la luna al bajar del Apolo 11 y se convirtió en leyenda. Ahora, el libro "El primer hombre" rescata su vida.
"Sería presuntuoso por mi parte elegir un solo aspecto que la historia vaya a identificar como el resultado de esta misión, pero diría que iluminará a la raza humana y nos ayudará a todos a comprender que somos un elemento importante de un universo mucho más grande de lo que normalmente podemos ver desde el porche de casa. Espero que ayude a gente de todo el mundo a pensar con cierta perspectiva en las varias empresas de la humanidad como tal. Es posible que ir a la Luna no sea tan importante, pero es un paso suficientemente grande como para infundir una nueva dimensión al pensamiento de la gente, una especie de iluminación.
Al fin y al cabo, la propia Tierra es una nave espacial. Se trata de una peculiar, ya que lleva a la tripulación fuera en lugar de dentro. Es bastante pequeña y describe una órbita alrededor del Sol. Sigue un recorrido en torno al centro de una galaxia que, a su vez, describe una órbita y una dirección desconocidas a una velocidad no especificada, pero con una tremenda rapidez de cambio, posición y entorno.
Nos resulta difícil alejarnos lo suficiente de este escenario para ver qué es lo que sucede. Si uno se encuentra en medio de una multitud, esta parece extenderse en todas direcciones hasta donde alcanza la vista. Hay que retroceder y mirar desde el monumento a Washington o algo parecido para darse cuenta de que en realidad está bastante cerca del final del gentío y de que la panorámica completa es un poco distinta de cuando estaba en medio de toda esa gente.
Desde nuestra posición en la Tierra, es difícil observar dónde se encuentra o adónde va, o cuál podría ser su trayectoria futura. Con suerte, al distanciarnos un poco, tanto en el sentido real como figurado, conseguiremos que algunos retrocedan y se replanteen su misión en el universo, que se conciban como un grupo de personas que forman la tripulación de una nave espacial que lo surca. Si uno va a pilotar, debe ser muy cauteloso con el uso de recursos y tripulantes, así como con el modo en que trata la nave.
Esperemos que los viajes que emprendamos en las próximas dos décadas nos abran un poco los ojos. Cuando se contempla la Tierra desde la distancia lunar, la atmósfera es inobservable. Es tan delgada, un elemento tan diminuto, que no se percibe en absoluto. Esto debería impresionar a todo el mundo. La atmósfera de la Tierra es un recurso pequeño y valioso. Tendremos que aprender a conservarla y utilizarla con inteligencia. Aquí abajo, en medio de la multitud, uno es consciente de la atmósfera y todo parece estar bien, así que no nos preocupamos demasiado por ella. Pero, desde una posición elevada, tal vez sea posible entender más fácilmente por qué deberíamos inquietarnos".
Quienes crean que Neil Armstrong era tan solo un ingeniero empollón o un mero piloto de máquinas voladoras incapaz de ofrecer grandes ideas o declaraciones profundas solo tienen que reflexionar sobre este mensaje para comprender lo brillante que era.
Neil lleva seis años muerto. Con el paso del tiempo, sus allegados entendemos aún mejor su singularidad, lo inusuales que fueron su carácter y sus logros y lo mucho que lo echamos de menos. En esta mirada retrospectiva podemos recrear, contemplar, evaluar y rendir tributo no solo a la totalidad de su vida -las dos primeras ediciones de El primer hombre solo recogían su biografía hasta 2005, y el prefacio de la segunda edición abordaba su muerte solo unos meses después de haber ocurrido-, sino también a su duradero legado.
Durante su vida, en todo lo que hizo, Neil personificó las cualidades y los valores fundamentales de un ser humano superlativo; compromiso, dedicación, fiabilidad, hambre de conocimiento, confianza en sí mismo, dureza, arrojo, honestidad, innovación, lealtad, positividad, respeto por sí mismo, respeto por los demás, integridad, independencia, prudencia, sensatez y mucho más. Ningún miembro de la raza humana que haya pisado otro cuerpo celeste podría haberla representado mejor que Neil. Y ningún ser humano podría haber soportado mejor que Neil el brillo cegador de la fama internacional o la transformación instantánea en un icono histórico y cultural. Su personalidad comedida y modesta lo llevó a esquivar la publicidad y a mantenerse fiel a la realidad de la profesión de ingeniero que había elegido; simplemente, no era la clase de persona que busca unos beneficios que él consideraba inmerecidos por su nombre o su reputación.
En cualquier análisis de la discreción y la modestia con las que Neil vivió su vida después del Apolo 11, de cómo esquivó a la atención pública y a los medios de comunicación en años posteriores, es imposible no intuir que poseía una sensibilidad especial, la cual constituía un componente crucial de su carácter; era como si supiera que lo que había ayudado a conseguir para su país en el verano de 1969 -el épico aterrizaje de los primeros hombres en la Luna y su regreso sanos y salvos a la Tierra- se vería inexorablemente ensombrecido por el comercialismo patente del mundo moderno, por las preguntas redundantes y por la cháchara vacía. En una esfera sumamente personal, Neil no solo comprendía el glorioso momento que había vivido al aterrizar en la Luna mientras Buzz Aldrin y Mike Collins describían una órbita sobre él, sino también el glorioso momento vivido por el mundo entero, por todos nosotros.
Neil fue un miembro destacado del equipo que consiguió realizar las primeras incursiones del ser humano en el espacio profundo y siempre puso énfasis en el trabajo conjunto de los cuatrocientos mil estadounidenses que habían sido esenciales para el éxito del programa Apolo. Él había estado en lo más alto de esa pirámide, sí, pero no había nada predeterminado cuando fue nombrado comandante del primer alunizaje o cuando se convirtió en el primer hombre que pisaba la superficie lunar. Como explicaba siempre, fue sobre todo un golpe de suerte, una sucesión de circunstancias. Aun así, había hecho lo que había hecho y entendía el gran sacrificio, el increíble compromiso y la extraordinaria creatividad humana que habían sido necesarios para conseguirlo. Estaba muy orgulloso de su papel en el primer alunizaje, pero él nunca lo convirtió en un espectáculo circense o en una máquina de fabricar dinero. En muchos sentidos, Neil decidió dejar ese capítulo de su vida para los libros de historia.
* Extracto del libro "El Primer Hombre" (Sello Debate).
el apolo 11 aterrizó en la luna en 1969, este año se cumple medio siglo de la hazaña.
James R. Hansen
Ignoro si Neil Armstrong querría que lo hiciera, es probable que no, pero considero que debo cederle las últimas palabras de este prefacio a la edición conmemorativa. Aproximadamente un mes antes del despegue del Apolo 11, a petición de la revista Life, reflexionó sobre el significado del alunizaje en el que sin duda es uno de sus escritos más elaborados:
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