Antofagastinidad
Región viene del latín regio, indicando una "gran extensión de terreno". Cuando pronunciamos: regio, marcando las sílabas, aludimos a cosa real, a cosa suntuosa o espléndida.
En ambos casos, conviene a nuestro Antofagasta la expresión. Somos, por extensión, tierra señaladísima. Somos por importancia, tierra espléndida.
La nobleza de ella comienza en las arrogancias del Chango López. Él transmite a los que marcharían tras sus huellas, el ímpetu de su corazón, la sed de su aventura grande. En este sentido, desde los instantes augurales de 1866, Peña Blanca, primero, La Chimba, después, y Antofagasta, en definitiva, contaron con gentes de ancho ánimo creador.
¿Se habría conseguido en cien años lo que Antofagasta es, si los antofagastinos, ante el primer fracaso, o ante las primeras adversidades, hubiesen decidido emigrar a otras latitudes más favorecidas?
Antofagasta es puerto capital de la patria, porque, a pesar de cuanto importó, como desafío, su nacimiento, desafió a la naturaleza. Y, ante cada problema que sufrimos, nos quedamos acá, entre cerro y mar, ganándole la partida de los malos momentos que nos sacuden.
Los antofagastinos nos aquerenciamos con nuestro lar. Cuando creamos, en tiempos de batallas duras de agua y luz, la palabra "antofagastinidad", la creamos para significar una virtud: la virtud de la lealtad con esta tierra.
Esta es el alma de la Segunda Región.
Los empresarios antofagastinos piden ventajas para asegurarle destino a la ciudad, para fortalecerla de futuro. Esto es antofagastinidad. Es entender lo que el Gobierno persigue, regionalizando.
Fugarse de nuestra realidad antofagastina para obtener beneficios suntuosos, espléndidos, sería traicionar la Tierra Madre del Norte y traicionar el propósito que orienta la regionalización, o sea, dotar al país de regiones sanas y en crecimiento y, por cierto, no heridas y decaídas.
Venturosamente, la antofagastinidad se mama y no se enseña en universidades donde "los hombres que saben" por libros, siguen recibiendo el desdén del viejo Cervantes, quien prefería a los hombres que viven y, a costalazos con la vida, concluyen en sabios.
Andrés Sabella, Mercurio de Antofagasta, 16.04.1980