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Antofagasta, la ciudad que queremos

"El desafío está en trabajar juntos por la ciudad, más allá de la coyuntura y de las diferencias".
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El resultado del último Barómetro de Imagen Ciudad fue un duro golpe para Antofagasta. Ocupar el lugar 19 de 24 ciudades rankeadas como los mejores lugares para vivir no refleja los avances que para muchos ha mostrado la ciudad en los últimos años.

Podemos argumentar que una encuesta no es un estudio, que el universo consultado son sólo dos mil personas, que las opiniones se basan en percepciones y estas son construcciones generadas por la experiencia individual, o -como planteó Anil Seth, en el reciente Congreso Futuro- que la realidad es una alucinación controlada.

En fin, podríamos decir mucho. Pero los resultados están ahí y aunque provoquen ruido, incomodidad e incluso molestia, hay que hacerse cargo. Es así como en ese hacerse cargo, muchos, desde distintas veredas, comenzaron a inundar las RRSS con postales de Antofagasta gritando su amor por la ciudad.

Y como no amarla... si Antofagasta es pasión, resiliencia, entrega, coraje y por sobre todo oportunidad permanente. Pero también es postergación, inequidad, externalidades, para lo cual una postal, por muy idílica que sea, no es suficiente.

La invitación es entonces, para los ingenieros, los privados, los artistas, los políticos, los científicos, los ciudadanos a que sean parte de las muchas iniciativas que se están implementando. Una Antofagasta que promueva su capacidad de innovación, su diversificación productiva, su desarrollo social, en definitiva, una ciudad con el talento de proporcionar sentido y calidad de vida para "todo" el mundo. Y ello ocurre tal como plantea Jane Jacobs- "sólo porque, y sólo cuando, las ciudades se crean para todo el mundo".

El desafío está en trabajar juntos por la ciudad, más allá de la coyuntura y de las diferencias. Juntos podemos levantar el "Orgullo por Antofagasta" desde nuestro discurso diario, desde la reflexión más profunda sobre los desafíos emergentes y particularmente desde la acción comprometida para concretar los cambios estructurales que la ciudad necesita. No hay receta, ni magia. Solo claridad en que la queja no es buena consejera y el discurso derrotista solo desalienta.

Fue John F. Kennedy quien dijo: "Nada de esto terminará en los primeros cien días. Tampoco en los primeros mil días ni durante esta administración; quizás ni siquiera en nuestra vida. Pero empecemos".

¡Empecemos entonces! A ser parte, a sumar, a no mirar desde la ventana. Todos tenemos algo que hacer, que opinar, que aportar. El camino es largo y tenemos mucho trabajo por hacer. No para nosotros, sí para nuestros nietos.

Esther Croudo Bitrán

Gestora Alianza Innovación Social

La buena educación

"No podemos hablar de acceso, modelos de admisión sin discutir el modelo de educación que necesitamos".
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Durante la semana pasada fuimos testigos del debate acerca de la educación. Los proyectos acerca de Admisión Justa o la Ley Machuca se han tomado la agenda en relación a este tema o derecho fundamental.

Centrados, como está nuestra clase política en el tema de la admisión, hemos extrañado el debate de la educación desde el punto de vista político o, si se quiere, ideológico. Extrañamos ir al tema de fondo. Pareciera ser que politizar este tema o ideologizarlo fuera negativo. Hay una frase del sentido común que pareciera señalar que la ideología es negativa para la gente, porque se visualiza como una parcialidad, como un interés; según ese sentido común habría un espacio de lo vital que estaría fuera de la ideología y uno lo puede visualizar desde cualquier campo. Ya sabemos, según diversos autores como, por ejemplo, Althuser, que es imposible cualquier relación con lo real que prescinda de la ideología. Ideología en realidad, es esa percepción de lo real que va conformando el mundo.

La educación reproduce ideología siempre, lo que sucede es que reproduce la ideología dominante y ésta siempre goza de su propia transparencia. Esto es algo que fue mutando porque la propia institución de la educación fue mutando. La escuela tradicional, como en Comenio, hace ya muchos siglos, señalaba que el alumno era una tábula rasa, la escuela le imprimía el saber, "la letra con sangre entra" era la idea, había castigos corporales, etc. Luego aparecen otros paradigmas como Rosseau, la figura de la escuela nueva, el niño o un adolescente como un sujeto que experimenta y conoce. Posteriormente, en la industrialización, la escuela surge como aquella forma de disciplinamiento de los cuerpos, la disposición (todos sentaditos), la higiene. Y de pronto, en la actualidad irrumpen teorías como las de Paulo Freire, donde aparece la escuela como acontecimiento y la posibilidad de emancipación y libertad.

Hoy, más que nunca, las aulas tienen un nivel de ideologización que es muy concreto. Escuelas que no permiten hijos de padres separados o padres que no están casados, que tratan la homosexualidad como un "problema", son algunos ejemplos. Pensar que las escuelas están fuera de los grandes debates de la sociedad es muy subestimador. Los contenidos están llenos de ideologías. Y en este punto, extrañamos la discusión acerca del verdadero rol del estado, el lucro en la educación, la discusión acerca de la validez del concepto (manido) de movilidad social. No podemos hablar de acceso, modelos de admisión sin discutir el modelo de educación que necesitamos o deseamos para nuestros niños y sin, además, pretender escapar de una discusión que es meramente política o ideológica. ¿Para qué o para quiénes queremos educar a nuestros niños? Parece ser una de las preguntas centrales. Qué tipo de sociedad futura es la que queremos que ellos construyan y con qué herramientas. ¿Queremos sujetos que fortalezcan el rol del estado en materias públicas o que se las entreguen a privados? ¿Qué pasa con el arte y su representación? son interrogantes que no aparecen en el discurso político de fondo y que extrañamos. ¿Cuál es la legitimidad cultural del debate que estamos forjando? ¿Discutimos acerca de temas, técnicas, temáticas, tópicos, concepciones, cánones? Son interrogantes que hoy claman por ser contestadas con la inocencia y la lucidez de los mismos niños que hoy pretendemos educar.

Marcela Mercado

Gestora cultural

Sistema de turnos mineros en el norte

Los conmutados, que van bajando en número, son una pérdida de recursos, pero tienen otro efecto indeseado: es posible que estén socavando la sociedad local. Ciudades que son percibidas solo como sitios para trabajar y no para vivir son parte de un juego que será difícil de resolver. ¿A quién le conviene generar tal forma de trabajo y construcción de sociedad?
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Una de las cuestiones más complejas de nuestras ciudades de la Región de Antofagasta tiene que ver con los sistemas de turno, una situación legal con enormes impactos económicos, sociales, familiares y en los sindicatos, entre otros.

Algo se ha indagado respecto del ítem económico. En especial del negativo efecto que hay sobre las rentas locales que dejan de percibirse, pero muy poco se ha investigado sobre el impacto que este sistema tiene sobre la sociedad y la forma de relacionarnos.

Varios estudios sostienen que la "pérdida" asciende a unos US$700 millones cada año.

Pero el asunto es más grande que eso. Un trabajador que se desempeña en Antofagasta o Calama, pero que vive en otra zona del país, no tiene arraigo sobre el territorio, no se compromete con éste y no tiene vínculos afectivos.

Por lo que también golpea en lo social y en la dinámica misma de nuestras ciudades que son observadas como meros lugares para trabajar y no para vivir.

Y con menos habitantes, las ciudades son más pobres, o menos ricas, tienen menos chances de desarrollo, bajas oportunidades de tener una masa crítica por el descompromiso de una enorme masa laboral que tiene un escaso interés de habitar la zona por razones de calidad de vida, costos, oferta educacional y de salud, entre otros.

Lo mismo ocurre con las organizaciones sindicales que también padecen efectos de los cuales son muy poco conscientes: tales entes terminan transformados en reclamadores de demandas económicas, pero que poco o nada participan del devenir social porque no es un asunto relevante para sus asociados.

Para la política, los hechos no son diferentes.

Similar fenómeno encontramos en la familia (aquí hay estudios de distinto tipo) que retratan las consecuencias de un modelo que no es perverso, pero que tiene efectos negativos concretos.

Definitivamente, el impacto de los turnos tiene variadas ramificaciones poco analizadas, pero con consecuencias que han transformado a la sociedad nortina a niveles poco imaginados y cuya principal consecuencia pudiera ser la lenta destrucción social local, precisamente al impedir la gestación de vínculos.