¡Trazos de luz, de Antonio de la Europa, al Desierto Chileno!
Amigos lectores, hoy narraré breves trozos de admiración, por la historia de vida del Gran Hombre y Doctor del Cuerpo y Alma, Don Antonio Rendic Ivanovic, por ejemplo, cuando Antonio, de escasos tres años de vida, envuelto en su pequeña figura de niño, dejara su tierra natal, la Isla de Brac de la vieja Yugoslavia y clavó sus pies en Antofagasta, en el puerto de este finis terrae, siendo acogido, en humanidad bella y plena, por todas las gentes del desierto chileno.
Pasaron pronto los años y, a poco andar, en su juventud, Antonio, se preguntaba ¿Cuál será mi esencia: la vox sanguinis o la vox terrae? Es decir, quería saber si era la voz de la sangre, o la voz de la tierra, la que mandataría su arraigo y destino de hombre bueno. Y se respondió a sí mismo: ¡Soy chileno, porque Chile me recibió, me formó, me educó y me hizo hombre!
Efectivamente, fueron las aulas del Colegio San José y, luego, del Instituto de Comercio, en que fue creciendo de intelecto y humildad, con su estampa distinguida y espiritual, elevándose cada vez más alto, en su delgadez y aguileña nariz. Era su tiempo juvenil en que, en sus horas libres paseaba por la actual Plaza Colón y compartía su tiempo con otra de sus pasiones: ¡Hincha furibundo del fútbol de la Universidad Católica!
Antonio Niño, luego Joven, descubrió tempranamente su vocación por la Medicina y, con Honores, en 1922, se tituló; más, junto con enamorarse de su Profesión, contrajo matrimonio, y junto a su Esposa Amy, abrazó el camino para servir y alcanzar el corazón de todos quienes le rodeaban.
Amigos Lectores, así, este hombre de religiosidad eterna, culto, bien informado, abierto a la renovación y a las ideas nuevas, acompañado siempre de la literatura y de los temas culturales y sociales, aficionado al canto y a recitar, fue escribiendo en fecundidad su obra literaria, plena de amor a la tierra, a los niños, a los trabajadores y a las gentes todas en el sueño de los vientos, mares y rocas oceánicas del norte.
Así, el Inmigrante de Brac, llegado desde la Yugoslavia, gritó su amor a este apartado rincón del mundo y, a los 44 años, se nacionalizó chileno juramentando su amor hacia nuestra tierra, desierto y mar, decidiendo ser Compañero de destino de nuestra amada Antofagasta.
Antonio, como todos nosotros, vivió de alegrías y dolores, esperanzas y desesperanzas; pero, innegablemente, su mayor dolor lo vivió, cuando Amy se encaminó, desde la tierra hacia el cielo, en busca del arrullo de la eternidad, falleciendo en 1979, después de 57 años de Matrimonio.
Antonio, en ausencia de su Compañera acentuó su religiosidad y, desolado, se refugió en el regazo de Dios y, así fue avanzando el tiempo de casi un siglo; más, en medio de ese dolor infinito, siendo su cumpleaños 96 y uno antes de su muerte, recibió la alegría del homenaje más grande de su vida, con un verdadero alud de cartas de reconocimiento al Hombre y Médico de bondad universal.
Respetados Amigos Lectores, porque fue ejemplo de existencia, en esta mañana y siempre, os invito a recordar su dulzura, bondad y ejemplaridad humana, para que sea Don Antonio de las Alturas, una luz de nuestro propio caminar, en hermandad, sin banderas ni fronteras, es decir:
¡Todos juntos construyamos el paraíso de una Humanidad Universal Plena y Feliz!
Jorge Tapia Guerrero
Doctor y Premio Nacional de Excelencia Docente
un santo para antofagasta