Cómo aprendí lo que es la muerte
Visitaba una mañana, de sol a raudales, nuestro cementerio, preocupado por el misterio que encierra cada tumba, cuando escuché un grito de hombre que, sin compungimiento ni respeto, llamaba a alguien. ¿Dónde se ocultaba el amigo callado con tanta insistencia?
-¿Dónde estai, Barrera? ¡Contesta, pus, hombre!
La voz cesaba un instante, retornando, imperiosa:
-Ya, Barrera, ta güeno. Contéstame, de una vez.
Una pausa brevísima:
-Barrera, háblame, ¿dónde estai…?
Barrera no respondía ni en sílaba perdida.
El silencio del camposanto se rompía con la angustiosa demanda a Barrera. Se escuchaban, lejanos, los cantos de unos pajarillos. El preguntón no cejaba en su monólogo:
-Me voy a enojar contigo pa siempre.. Barrera, dime cualquier cosa. ¡Háblame, si soy el Lalo Segovia!
Me aproximé al de las vanas preguntas. Lalo Segovia era bastante fornido. Se paseaba entre dos corridas de nichos, como si aguardara la sorpresa de ver surgir, de repente, al silencioso Barrera.
-Aquí me tiene, señor, tratando de hablar con Barrera. Barrerita era muy conversador… Pero ahora parece que le cerraron la boca pa' siempre…
A mi turno, pregunté:
-¿Y para qué desea que Barrera le hable?
-Pa' saber en qué parte está pasándola.
Callé sin acertar razones que ofrecer. Segovia no demoró en enfrentarse, resueltamente, con el secreto que lo urgía:
-Barrerita, ¿estai en Tocopilla? No… ¿Estai en Iquique? No… ¿Estai en Arica? No… ¡Ah, pícaro, vo andai en Perú! ¿No? ¡Apuesto que te juiste pa' Tacna! ¿Tampoco? Te juiste pa' Uropa… ¡Puchas que andai lejos, hombre de! diablo! ¿Tampoco corrís por allá…? ¿Te saliste, entonces, del mundo, Barrera?
A Lalo Segovia aquietó esta última idea:
-Puchas, señor, que está lejos la muerte… Más lejos que de aquí a Uropa…! ¡Cómo me iba a contestar Barrera…!
Inesperadamente, comenzó a beber una cerveza que no vi antes en ningún sitio. La cerveza lo tornaba alegre:
-Barrerita, lástima que no puede convidarte cerveza. Debís tener harta sed. Te vai a morir, de nuevo, de pura sed…!
Andrés Sabella, columna en El Mercurio, 01.11.1982