La, hasta cierto punto, imprevista y contundente victoria de Jair Bolsonaro en Brasil parece ser un síntoma más de que la clase política más tradicional de Chile y el planeta, no está entendiendo las incomodidades que observa el ciudadano común, respecto a la forma en que se ejerce el poder y cómo se lee y gestionan los discursos en la sociedad.
Lo de Bolsonaro tiene antecedentes bien concretos en otras latitudes y siempre contra todo pronóstico: La elección de Donald Trump, la salida del Reino Unido desde la Unión Europea, el auge de los nacionalismos en el Viejo Continente y otras naciones.
Pero el asunto tiene paradojas bien evidentes: La democracia (particularmente la social- democracia), el libre comercio, las libertades han conseguido que el mundo sea mejor que hace algunas décadas. Chile es un ejemplo de ello. Sin embargo, ese tránsito de riqueza y desarrollo ha generado una nueva ciudadanía que no responde a los cánones y exigencias de quienes posibilitaron tal expansión. Por ello, en la práctica, estos nuevos electores exhiben un comportamiento políticamente más promiscuo y también más inflexible respecto a la corrupción y otras prebendas que han caracterizado el devenir de muchos gobiernos latinoamericanos.
Uno de los eslóganes de Bolsonaro era "Brasil por encima de todo y Dios por encima de todos", una frase aún más compleja, que para muchos puede significar un retroceso respecto a los procesos de secularización que vive la sociedad.
Antes hemos descrito que tales fenómenos estaban avanzando, pero también la militancia de sectores que observan con desconfianza las políticas de integración que las administraciones han conducido.
Hace rato que los síntomas del mundo son otros, el orden conocido no es el mismo, la derecha que está emergiendo no es la clásica y lo que es más llamativo, es obvio que está comiendo sectores de la izquierda, porque es imposible entender estos resultados si así no fuera.
Todo indica que ante los problemas del mundo las respuestas serán definitivamente otras, quizás algo más parecido al modelo chino, es decir, donde sorprendentemente muchos están dispuestos al sacrificio de las libertades individuales, un fenómeno que no es de generación espontánea, sino la consecuencia de algo.