Coloso de cobre
Coloso puerto, celebra un especial aniversario. Talvez el más trascendente, porque se recuerda -por vez primera- el episodio que sacó a dicha ensenada del anonimato y se transformó en un punto importante, señalado en las cartas de navegación de la época. Fue el 26 de octubre de 1868, cuando el explorador Francisco Carabantes, que explotaba pirquenes entre Punta Jara y Peña Blanca, envió sus metales para ser fundidos en el establecimiento metalúrgico de Gatico. Fue el primer embarque de cobre concretado en Coloso, empleando pequeños botes para abarloarse a los veleros. De aquello, hacen 150 años.
Coloso dejaba de ser una caleta abrigada, apta para que las pequeñas embarcaciones pudieran ponerse al socaire. Se mostraba, desde esa fecha, como un naciente puerto.
Pero la etapa más floreciente de Coloso corresponde a los tiempos del auge salitrero, cuando los españoles Granja y Domínguez le dan categoría como puerto de embarque del oro blanco, que provenía desde las oficinas que operaban en el Cantón de Aguas Blancas. Todo comenzó en septiembre de 1902. Creció, se hizo grande y llegó a albergar a siete mil almas. Su existencia se extendió hasta el año 1932, cuando el inglés Robert Bell compró todas sus instalaciones y las convirtió en chatarra y material de desarme.
Pero en 1988, Coloso vuelve a la vida. A los empecinados pobladores que persistieron en ocupar ese sector de playa, se suma la presencia de una empresa minera, que sienta sus reales para sus instalaciones de proceso y embarque de cobre. La población vuelve a crecer, busca en el turismo una opción de desarrollo y la alianza con la gran minería ha permitido grandes progresos. Hoy es un punto costero -vecino a la capital regional- con notables logros urbanos y habitacionales, además de servicios básicos.
Pero, en la memoria de los "colosinos", debiera estar presente el nombre de Francisco Carabantes, el primero en confiar sus embarques de cobre en las abrigadas aguas de Coloso
Jaime Alvarado García, Profesor y Periodista, 2018.