Reses Herradas
He intentado imitar esa paciencia de mi abuelo Pedro, siempre dispuesto a enseñarme todo. A transmitirme esos saberes y experiencias acumulados en sus largos años. Mis nietos -a quienes miro con el corazón y no con los ojos- todo lo preguntan y suelo avergonzarme cuando no tengo respuesta a sus infinitas y curiosas preguntas.
Hace unos días, manipularon una pezuña de vacuno, que guardo junto a otras reliquias, halladas en uno de mis tantos periplos por la precordillera. Les llamó la atención que tuviera la mitad de una herradura y -entendiendo que solo los caballos son herrados- me abordaron de inmediato.
Con la ayuda de un mapa, fui explicando por qué esa pezuña conservaba aún la mitad de una herradura. Entendieron que en esos lejanos años, el ganado se traía "en pié" desde el noroeste argentino, especialmente desde Salta. Se las endilgaban corcoveando el Río "Toro", para asegurar el pienso para las bestias. Llegaban a "San Antonio de los Cobres" y rumbeaban hacia el villorrio de "Gauchería", recorriendo hasta allí, cerca de 200 kilómetros. Entraban a Chile por "Huaytiquina" y atravesaban los "Altos de Lari". En este punto, hasta hace unos años, había gran cantidad de cráneos y huesos de vacunos blanqueados por el sol. Desde allí a "Talabre", "Toconao" y San Pedro de Atacama, el asunto era tremendamente duro. Y el arreo había cubierto ya otros doscientos kilómetros. La ruta ponía a prueba el coraje de los arrieros, las patas de los animales sufrían severos desgaste en sus cascos… Por eso se las herraba. Y los vacunos perdían peso, asunto negativo para el negocio ganadero.
Mis nietos escucharon mis explicaciones sin soltar la "pezuña" herrada. La miraban, la olían… La apoyaron en el suelo. No atinaban a comprender tan magna travesía por el macizo andino, para que los nortinos tuvieran un trozo de carne en sus mesas…
El testimonio estaba en sus pequeñas manos. La pezuña herrada de un animal argentino, que murió en el inmenso Atacama.
Jaime N. Alvarado García