La lección
Siempre recuerdo a mi abuelo y su humilde estampa, pero su tremendo corazón… Y me enorgullezco de ser su nieto y tenerlo a él -aún- como uno de mis ídolos. Me llenó de lecciones y enseñanzas. De esos asuntos que no aparecen en los libros. Y de esos otros modales y conductas que han desaparecido en nuestros jóvenes… Y escasean en nuestros adultos.
Recuerdo una mañana de verano, caminando frente al local que albergaba a la Sociedad de Veteranos del 79, en Latorre, entre Riquelme y Covadonga Vieja. Mi abuelo Pedro se quitó el sombrero "calañés", al saludar a un par de veteranos de la guerra, esmirriados, casi menesterosos, que -con gran dificultad- bajaban las escalas del frontis del vetusto edificio de madera… Les tendió la mano y les ayudó, cortésmente. "Se merecen el respeto de Chile entero, porque ellos derramaron la sangre que hoy riega estos suelos…" -me dijo ceremonioso. Muchas veces entré a ese local, donde esos héroes escuchaban marchas militares. Otras tantas, fui corriendo a comprar agujas para la victrola, obedeciendo al mandado de aquellos ilustres viejos.
Tiempo después, caminábamos de regreso desde la Cooperativa Ferroviarios, situada en lo que es hoy el cuartel de la PDI, cuando nos topamos con un cortejo funerario. A mis once años, un gorro con visera cubría mi cabeza. Mi abuelo Pedro, se descubrió, agachó la cabeza y puso el "calañés" sobre su pecho. Con la otra mano, me quitó el gorro y me hizo un gesto para que yo también pusiera mi mentón sobre el pecho, en señal que -entendí- era de respeto y despedida al difunto.
No he olvidado ambas lecciones. Ni aún hoy, en que vivo mis días como septuagenario. Y lo hago sin sentir ninguna vergüenza, porque así honro la memoria de mi abuelo Pedro. Por el contrario, me incomoda ver cómo se falta el respeto a los ancianos. Y más aún, me provocan un natural rechazo esos sepelios con balazos, y arengas, que la TV nos muestra en barrios capitalinos.
¿Vamos por buen camino? -me pregunto.
Jaime N. Alvarado García