Freud: sueños
Dos o 3 mil años ha, la importancia de un sueño era enorme. Determinaba la marcha de un ejército, la salida de una escuadra… Su interpretación, fue obra predilecta de sacerdotes y sabios del Egipto, Grecia, Roma. Pero, con el advenimiento de la ciencia racional, cayó en desuso el hacer de los sueños un guía para cada individuo.
Fue Sigmund Freud, el genial judío vienés, el admirable investigador, quien contempló por primera vez los profundos secretos que encerraban las manifestaciones oníricas.
Difícil era el trabajo de deshacer la profunda oscuridad del inconsciente, sin contar con más material que el que uno mismo elabora, ya que no se puede fiar mucho de los engañosos sueños que relatan la mayor parte de los individuos, mezclándolos con fantasías de su mente al volver a la consciencia.
Así, un niño que durante el día piensa en ciertos bombones que no pudo comer, al llegar la noche se regalará con ellos.
Aquí estaba el punto de partida, pero de inmediato la explicación de que casi la mayoría de los sueños eran deseos insatisfechos, tropezó con una dificultad. El alma del adulto es más rica en hipocresías que la del niño, el hombre ha perdido la ingenuidad aún en su inconsciente, y sus sueños, son verdaderos "disfraces" que coloca el censor a sus deseos.
Si el descanso es, como dice la biología, una reparación de la sustancia nerviosa, un descanso del consciente, ¿por qué se ve interrumpido por los sueños? Porque los sueños son verdaderas válvulas de escape, y sin ellos, nuestro estado llegaría a un extremo tal de desequilibrio que podríamos caer en la locura.
Freud encontró esta acción liberadora, catártica del sueño y la aplicó ampliamente. Y gracias a ello, muchos histéricos y perversos (como llamaba Freud a los que han orientado sus apetitos sexuales hacia cualquier otra dirección que no sea la normal), se habrá desligado del pesado fardo que les acarrea la orientación del siglo XX, que pertenece, como lo denomina H.G. Wells, a la época del fracaso.
Nicolás Ferraro