Semblanza del profesor Hernán Sagua Franco
Conocí al profesor y académico Hernán Sagua Franco, hace algunos años, cuando ingresé a trabajar a la Universidad de Antofagasta, a partir de un proyecto ministerial denominado Fortalecimiento de las capacidades institucionales para la nivelación de estudiantes. Con el pasar de los meses, llegué a ser su asistente profesional en la gestión que tuvo como Vicerrector Académico de dicha casa de estudios superiores, lugar donde tuvimos muchísimas conversaciones relacionadas con lo que significaba la labor de gestión académica y otros tantos diálogos en el contexto de ese otro proyecto denominado Armonización Curricular, al cual le dedicó su apoyo desde el primer día de la adjudicación.
Sin embargo, más allá de todas sus capacidades académicas, docentes y de investigación en el área de la microbiología, la parasitología o la bioética lo que más recordaré es su corrección, su gentileza en el trato y el carácter fraterno y amigable que tuvo siempre hacia mi persona. Por esa razón, ad portas -ahora- de dejar las aulas universitarias después de cinco largas décadas dedicadas a la enseñanza, formación e investigación en nuestra Universidad pública regional, escribo estas palabras en homenaje al profesor Sagua quien observa cómo se van sus últimos recorridos en los dos campus universitarios (el de Angamos, en la avenida del mismo nombre, y el tradicional Coloso) brindando sus diálogos a quienes formó y con aquellos, a quienes nos derivó una palabra de aliento o de enseñanza pausada y clara.
Es evidente que pocos académicos en la ciudad pueden acreditar cincuenta años de trabajo universitario y más, todavía, señalar que han formado a un sinnúmero de profesionales en el área de la salud, particularmente, en la carrera de Tecnología Médica. Es un caso, notable por cierto, lo que ha realizado el profesor Hernán Sagua en su vida de trabajo académico acompañado de ese espíritu de infatigable lector y, seguramente, de ardiente curiosidad por la ciencia. Buena parte de lo que fue la sede de la Universidad de Chile, en la ciudad, y, luego, en la Universidad de Antofagasta se cultivó, entonces, con los quehaceres docentes y de investigación del profesor Sagua quien, además, ha mantenido una relación cordial y fraterna con sus exestudiantes, hoy ya profesionales repartidos en distintos lugares del país y del mundo.
Ahora, que el profesor Sagua está próximo a dejar las aulas universitarias, en una irrevocable y larga labor en el contexto de lo público, quiero comentar una anécdota que lo retrata a cabalidad. Un día de esos, que uno quisiera dejar atrás, me invitó a dialogar respecto de una diferencia académica que yo tenía con otro colega. Nos ubicó, en su mesa de oficina, uno a cada lado. Él, al medio, como un eximio mediador que dirime un diferendo. Allí nos explicó, a cada uno, los aciertos y detalles diferenciadores del problema y nos aconsejó respecto de lo que significaba estar a la altura de aquellos territorios inexplorados de la ciencia y de los quehaceres académicos.
Nos comentó, además, (a mi colega y yo) que éramos personas que estábamos aportando de manera valiosa a la institución solo que lo hacíamos con pasiones diferentes. Nosotros, teníamos que aprender, pero no de manera impositiva, porque estábamos en un proceso. La idea era hacer relaciones fraternas y amigables siempre en pos de un bien mayor. Salimos de esa reunión, evidentemente, con el tema zanjado asumiendo una responsabilidad de que el desarrollo más completo como persona tiene que ver con tener una vocación claramente más profunda e iluminadora.
Así fui conociendo al profesor Sagua. Un hombre que parece que llevaba un niño dentro ya sea por sus frases optimistas, a pesar de una enfermedad compleja que tuvo hace poco, o bien por esa frescura de pensamiento siempre preguntando como iban las cosas del día a día y, también, consultando respecto de las investigaciones en aquellos a quienes motivaba con ese tema. En esta suma de experiencias, entonces, y en esta habilidad para ir dejando huellas con una visión siempre abarcadora por ser mejor, el profesor Sagua se inscribe, a mi juicio, en ese selecto grupo de profesores universitarios, que hoy se van extinguiendo en nuestras aulas, pues son una mezcla de sabiduría, cultura clásica, enorme interés intelectual y tremenda fuerza creadora.
Como no podré reemplazar su amistad y aprecio, creo, que será difícil, también, reemplazarlo en la Universidad de Antofagasta. Lo que me tranquiliza es que muchas cosas que realizó seguirán con todo su ánimo, y fuerza a toda prueba, en muchos de nosotros que le conocemos y seguimos apreciando. A partir del pleno optimismo con que dirigió un sinnúmero de proyectos, investigaciones y gestiones académicas en la universidad, el Profesor Hernán Sagua, seguramente, continuará junto a los suyos en otra etapa de su existencia siempre "atrapado" en eso que se expresa en una sola frase: "hay que seguir y seguir en esta continua y permanente aventura por la vida…".
Francisco Javier Villegas
Profesor de Castellano, Doctor en
Didáctica