Charles Aznavour
Septiembre se ha llevado a Charles Aznavour y la melancolía viene de su voz. Las voces tienen la virtud de abrir lo que se llama "universos de discurso", es decir, un conjunto de asociaciones que nos envían de vuelta a tiempos y contextos aparentemente olvidados.
Aznavour es también la Antofagasta de los 60. Lo escuchábamos al pasar frente a la Casa Cellino, en pleno centro, como a otros temas que teñían esas andanzas. Aznavour era el tiempo de la Burú, una de las primeras 'boites' que animaron a los noctámbulos de ese tiempo.
Aznavour es un conjunto de palabras y de recuerdos; está en los bailes de recepción a los "mechones" en el Hotel Antofagasta, en los campeonatos de básquetbol universitario-militar, en las temporadas de waterpolo, en la llegada de cantantes al auditorio de Radio Minería, en la majestad de la Universidad Técnica del Estado y en las incipientes instalaciones de la Universidad del Norte; en buses de la CTC que paseaban su enorme volumen por nuestra tímida Antofagasta.
No había teléfonos celulares y pocos tenían línea telefónica, pero todos teníamos el corazón esperanzado.
Y Charles Aznavour seguía cantando She, Venecia sin ti, Michelle, Avec y tantas otras… Y se enseñaba francés en los colegios, liceos y en la Universidad. París era la vanguardia de los movimientos de reivindicación. Mayo de 1968 fue una bandera que el mundo entero agitó. Camus y Sartre eran las lecturas favoritas. Ser existencialista era conocer la esencia de los problemas del ser humano y era también el motivo para enamorarse y para ser consecuente.
Hoy estamos llenos de aparatos tecnológicos y de música que en el futuro otros escucharán con nostalgia, porque habrán aparecido nuevos modos de ser y de comunicarse que serán mirados con esta misma nostalgia. Ojalá tengan su propio Charles Aznavour, capaz de revivirles lo que nunca se olvida.
Patricia Bennett