Teresa Wilms Montt
Teresa Wilms Montt nació en Viña del Mar el 8 de septiembre de 1893. El 25 de diciembre de 1921, cuando en París libraban en júbilo sus campanas navideñas, moría Teresa. La "niña gentil y loca" celebrada por Gómez Carrillo hallaba, en la muerte, la última constelación de sus llagas. Había perseguido la huella sombría, había confesado de sus libros, que en las profundidades de la nada resolvería las tinieblas que la envolvían, destrozándola, y que se aumentaban por latidos desde la muerte de Anuari.
Teresa Wilms Montt, de una hermosura de verdad, que cegaba a los hombres, y de poderosa inteligencia, (Juan Ramón Jiménez la colocó "sobre todos los chilenos y las chilenas"), poseía el aura de una doble maldición. Está la forzó a revelar que su sangre era "Diez veces noble, Santa Y estulta por los alambiques cruzados". Dueña de tales torturas del ser, fue golpeando puertas por una breve caridad de ternura.
Las asperezas y el desengaño la obligaron a salir a los caminos, abandonando lugar e hijos, volviendo la pasajera atribulada al final de todos los andenes, peregrina de una esperanza, ahogada por el brindis mortal.
Anduvo los caminos, sedienta de aquellas fuentes reveladoras que le contaran por qué malignas razones "su espíritu es más de la muerte que de la vida, aspira más a dormir que estar despierto".
Su decisión de morir en Navidad adquiere rasgos de sanguínea: Teresa se regalaba el bien por el que vivió desesperada sus 28 años de "Magdalena de ese siglo", de reina y mendiga. "Bella de toda belleza" la describieron en la revista "Nosotros" de Buenos Aires, "pura de alma, porque supo sentir lo que otras mujeres no han sentido".
Vicente Huidobro sentenció que, por morir en Navidad, Teresa Wilms Montt se llevó la Navidad al Cielo. Poco antes de su muerte, Sara Hübner la entrevistó, admirándole un "halo de oro o de sol". Este halo continúa en sus poemas, "creados con la misma naturalidad que vuela el pájaro". Sangre y no tinta de vanas literaturas.
Andrés Sabella