El Quillay
Observo, en el supermercado, un anaquel repleto de detergentes, suavizantes, jabones y los más diversos productos para el lavado. Me viene -entonces- a la memoria la esforzada tarea de mi abuela Amalia, que lavaba ropa ajena. Sin máquina alguna. En un par de bateas, desmugraba, remojaba, lavaba a pura escobilla, hacía hervir, enjuagaba y tendía. En mi infancia, le ayudaba a estrujar y a levantar las sogas para apurar el secado.
De mi vieja Amalia recordé sus desvelos para lavar la novedosa gabardina. Para ello, empleaba la corteza de "quillay", un árbol endémico del mismo nombre, que producía espuma dado que contiene "saponinas". Era la mejor alternativa en esos años, en que solo se conocían la "Perlina" y la "Radiolina", detergentes con mucha soda cáustica, que si bien dejaban la ropa limpia, deterioraban las telas y generaban daños en las manos de las lavanderas.
El quillay era también usado para el lavado del cabello, especialmente de aquellas damas que habían abusado de la tintura o que cuidaban de no perder los rizos artificiales, cada vez que se hacían "la permanente". Remojados los trozos de corteza, se obtenía una "jabonela" que generaba una copiosa espuma, apta para los cabellos delicados.
Quebrar dichas cortezas, generaba un polvo que hacía estornudar, ya que irritaba las mucosas nasales. Talvez, por esa misma razón, se le empleaba como insecticida… ¡Sí! Un par de cortezas dentro de los roperos (hoy closets) aleja las polillas. Y las mismas cortezas -ahora en la despensa- eliminan los gorgojos y las polillas, protegiendo nuestras menestras.
Ignorado por los jóvenes de hoy, la madera del quillay -dura como la luma- sirvió a los pirquineros para fortificar caserones y galerías de sus minas. Bendito árbol, endémico de nuestro Chile, amenazado de la extinción, por esas cosas tan propias del interés comercial de los madereros, que prefieren plantar pinos, soslayando la importancia de las especies nativas, como el generoso "Quillay".
Jaime N. Alvarado García